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Narraciones monstruosas y hogareñas en las voces de dos escritoras ecuatorianas

Los cuentos de «Pelea de gallos», de María Fernanda Ampuero y la novela «Nuestra piel muerta», de Natalia García Freire nos sumergen en el mundo de lo repugnante, donde lo monstruoso, lejos de encontrarse afuera, en alguna mansión siniestra o en lóbregas cuevas de la montaña, se haya radicado en la familia y al interior de la casa y de la propia intimidad.

Por Martín Parra Olave

Publicado el 31.7.2020

Coincidentemente dos escritoras ecuatorianas, María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976) y Natalia García Freire (Cuenca, 1991), han escrito sus últimos libros en torno a la violencia familiar, o más bien, acerca de esa violenta tradición cultural que se esconde al interior de los hogares.

Ampuero narra, en los trece cuentos de Pelea de gallos, diferentes historias de sujetos, en su mayoría mujeres, sometidos a agresivas situaciones familiares. Padres que a través del abuso, tanto físico como verbal, provocan un profundo daño en sus víctimas. En estas historias, la narradora guayaquileña, ha sabido recoger algunas de las lamentables tradiciones culturales que se repiten generación tras generación: mujeres abandonadas criando a sus hijas, que además de luchar contra la pobreza deben enfrentar la discriminación y el desprecio de su entorno; prototipos de belleza blanca que nos han invadido desde hace siglos generando ridículas competencias por alcanzarlas; abuso sexual por parte del padre o de algún cercano sobre las niñas y niños; familias que esconden secretos aberrantes donde a las victimas las transforman en victimarios. La monstruosidad como una forma de vida, donde la supuesta condición humana, que estaría en una categoría superior en la escala animal, queda absolutamente derrumbada.

En casi todos los cuentos de Ampuero, hay una figura masculina castigadora y violenta. Un padre, un hermano, un vecino que ejercen daño físico y psicológico por supuestas faltas en las mujeres. En algunos casos las historias se desarrollan en ámbitos más bien rurales y pobres, donde pareciera que la violencia cultural se ve acentuada por ciertas formas de animalidad. Sin embargo, la pluma de Ampuero no se remite solamente a ese mundo, sino que además se extiende hacia familias acomodadas, donde el secreto es el manto que oculta cualquier situación que pueda avergonzar a la familia.

 

María Fernanda Ampuero

 

«Nuestra piel muerta»: La expulsión del hogar

Por su parte, Natalia García Freire, en su libro Nuestra piel muerta construye una novela envolvente y llena de dolor, donde al igual que su coterránea Ampuero, la violencia masculina es protagonista y la fuerza que guía la narración.

Un joven Lucas ha regresado a la casa familiar desde la que fue vendido como  un esclavo siendo un niño aún, luego que a su madre la declararan injustamente loca, pues no se acomodaba a los parámetros dentro de los cuales se define a una mujer. El cuerpo de su padre yace enterrado en el patio. Los forasteros, que al principio fueron contratados para trabajar en la finca, terminaron por quedarse con su hogar. Es el retorno del ángel desterrado, que está dispuesto a construir un reino de artrópodos que le permitan recuperar lo que le fue arrebatado.

La presencia de insectos a lo largo de la narración es muy relevante, pues pareciera que vienen a ocupar un sitio, un espacio vacío, la carencia producto del abandono familiar: “Cuando dormimos, salen ellos a buscar su vida, como dioses de nuestros sueños, se pasean a nuestro alrededor y un día volverán a gobernar el mundo, porque el mundo es de ellos” (p. 134). Lucas piensa que sus mejores aliados son los insectos, los únicos que lo pueden ayudar a derrotar esas malignas fuerzas humanas que lo han desterrado, incluso en su propia soledad son ellos su mejor compañía. Su voz, es la voz del narrador que va reconstruyendo su lamentable vida y la de su madre que también fue expulsada desde el hogar.

La lectura de ambas narradoras nos sumerge en el mundo de lo repugnante, donde lo monstruoso no se encuentra afuera, en alguna mansión siniestra o en lóbregas cuevas en la montaña, sino que lo horrendo está radicado en la familia y al interior de la casa. Lo que provoca miedo y repugnancia es un padre abusador y violento, un hombre que carga con la tradición cultural del patriarcado, donde las reglas y los castigos son impuestos por él.

Los cuentos de Ampuero y la novela de García Freire, se atreven a indagar en el infierno familiar, donde los seres humanos parecen mostrar lo peor de ellos. Ninguna de las narraciones tiene una ubicación geográfica definida, sin embargo, sabemos que se podría tratar de cualquier lugar latinoamericano, o incluso que podría ser cualquier familia en cualquier lugar del mundo. Niñas y niños que crecen en la soledad, cuyas posibilidades de resistencia son nulas, pues generalmente son ejecutadas por adultos con poder, cuyo accionar está avalado por un férreo sistema cultural difícil de romper.

En un mundo azotado por la pandemia y donde el confinamiento obligatorio se ha vuelto una política de Estado, la lectura de estas escritoras ecuatorianas, son una ventana abierta para ingresar al siempre férreo espacio de la familia.

 

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Martín Parra Olave es licenciado en gobierno y gestión pública de la Universidad de Chile y magíster en letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

 

«Pelea de gallos» (Páginas de Espuma, 2018)

 

 

«Nuestra piel muerta» (La Navaja Suiza Editores, 2019)

 

 

Martín Parra Olave

 

 

Imagen destacada: La escritora ecuatoriana Natalia García Freire.

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