Este largometraje de ficción animada es una invitación a la fantasía, a la ensoñación de un mundo lleno de seres extraños, pero también a la realidad, a veces cruda y desesperanzadora. Para volver a mirarnos, a descubrirnos, como si se tratara de la infancia, a la cual de pronto retornamos para analizar nuestro propio existir, escudriñando la aparente transparencia de la vida adulta.
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 16.2.2018
“Todas las personas mayores fueron al principio niños aunque pocas de ellas lo recuerdan”.
Antoine de Saint-Exupéry
Cerrar los ojos. Abrir los ojos. Maravillarse desde la inocencia de un niño que sale, un día, en busca de su padre, en un viaje de aprendizaje, fantasía y autodescubrimiento. Esta es la premisa de “El niño y el mundo” (2013, 83 minutos), película animada brasileña, dirigida por Alê Abreu y nominada al Oscar en 2016.
El filme, cuya técnica de creación, incluyó el uso de crayones, cola y pinturas, además de sonidos que simulan la percepción infantil, traza una certera aproximación al funcionamiento del mundo develado en los signos de los tiempos actuales. Por ejemplo, el niño va conociendo los esperpentos de la tecnología: ferrocarriles, aviones. La mecanización de la vida, el trabajo en el campo, extenuante y esclavizante. Las diferencias sociales. También las fuerzas de la naturaleza.
Máquinas, fábricas, basura y contaminación. La película, con una impronta evidentemente latinoamericana, se adentra en las problemáticas propias de este lado del continente. Un guiño a nuestro pasado reciente, las dictaduras: las calles rodeadas de tanques, policías y militares. El flujo libre y democrático, coartado por los desfiles y la intimidación. Un orden social autoritario que se enaltece como garantía de progreso y civilidad.
Música, carnaval y solidaridad. Frente a las promesas individuales, también hay espacio para el compañerismo y la vida comunitaria. Esto se refleja en varias escenas a lo largo del filme, cuyas imágenes coloridas se inspiran en las obras de pintores como Joan Miró, que nos recuerda que existe la posibilidad de otra vida, a contrapelo de lo domesticado y lo dominante.
Capítulo aparte es el reconocimiento a nuestras ciudades subdesarrolladas. Superpobladas, grises, falocéntricas y profundamente desiguales. El protagonista va transitando por barrios pobres, barrios rojos, comerciales y el hacinamiento. Conoce a un joven, cuyo único alimento es la comida en conserva y su principal distracción son los comerciales por la TV, donde se promociona el consumo de productos, imaginarios falaces, el estilo de vida neoliberal; mientras sigue, día a día, un continuo inexorable, la rutina laboral, el cansancio, las distancias imposibles.
“El niño y el mundo” es una invitación a la fantasía, a la ensoñación de un mundo lleno de seres extraños, pero también a la realidad, a veces cruda y desesperanzadora. Para volver a mirarnos, a descubrirnos, como si se tratara de la infancia, a la cual de pronto retornamos para analizar nuestro propio existir, escudriñando la aparente transparencia de la vida adulta.
El largometraje se encuentra actualmente en cartelera en el Centro Arte Alameda de la ciudad de Santiago.
Tráiler: