En este volumen lírico adeudado a dos grandes escritores chilenos, Víctor Ilich & Luis Cruz–Villalobos (Independently Poetry, edición bilingüe, 2020) encontramos un juego literario muy serio, en versos aparentemente sencillos y algo jocosos, pero que expresan lo profundo y trágico de la naturaleza humana.
Por Alfredo Pérez Alencart
Publicado el 18.12.2020
I.
Volvamos siempre a la Poesía porque es una de las formas de estar arraigados a lo Sagrado.
Volvamos a la Palabra única que en sí misma es una gran marejada. Volvamos a su eco de Paraíso, a su Fuerza que no flaquea ni en la colina de las calaveras: allí otra poderosa Realidad es recién nacida…
Volvamos a la Poesía, especialmente cuando sucesos adversos arponeen sin piedad cualquier destello de dicha que tengamos. La Poesía como confesión para desentumecer los maderos de la culpa o de aquello que arde en la conciencia, donde nada es volátil cuando se trata de hoscos recuerdos, de hacer balance de pérdidas y derrotas, desasosiegos… Pero también de instantes de felicidad, de Esperanza cierta…
II.
Vuelvo a leer unos versos recién llegados desde Chile. Allí, al final del primer poema, encuentro esta confesión:
He tratado de gobernar mi vida
y he fracasado una vez más
porque la poesía no me deja descansar.
Se trata de Víctor Ilich, un poeta que miente mucho para decir siempre la verdad. Él, que en horario de oficina ejerce de juez, ahora acude donde Luis Cruz-Villalobos, un poeta que también es psicólogo clínico, para publicar trece poemas escritos al alimón: los suyos, como confesión; los otros trece, como diagnóstico y aliento en torno a lo por venir.
El resultado es A la otra orilla, una fraterna obra conjunta.
III.
Allá por el 33 del siglo pasado, Neruda y Lorca ofrecieron en Buenos Aires un discurso al alimón en honor de Rubén Darío. Uno tras el otro, frase tras frase hasta rematarla juntos. Partes del mismo bien pueden estimarse auténticos prosemas.
Querían semejar esa suerte torera donde dos maestros de la lidia cogen un extremo del mismo capote; o, más probablemente, seguir ese juego infantil de vieja data, donde no solía faltar este estribillo: “Al alimón, al alimón, / ¿de qué es ese dinero? / Al alimón, al alimón, / de cáscaras de huevo”.
IV.
En el diván de Luis es donde Ilich arroja el lastre, su inventario de defectos. Claro que hay ciertos toques de humor y de ironía en su propuesta, pues pide a su poeta–psicoterapeuta que le deje escribir una novela porque desea dejar atrás los poemas: “No más racimos de luz. / No más asteriscos en flor. / No más soles de arena”.
Aunque luego, insistiendo en lo de la trama y los personajes de novela, confiesa que con ello lo que quiere es ganar dinero para publicar otros libros de poesía, que se sumarían así a los catorce ya salidos de imprenta. La respuesta del epígono de Freud es contundente:
Nada de retrocesos prosaicos
Nada de narrativas minúsculas
Estás llamado a ser
Poema de amor.
Un juego muy serio encontramos en esta poesía, en apariencia sencilla y algo jocosa, pero que expresa lo profundo de la naturaleza humana y su religación con Dios.
Luis Cruz-Villalobos responde al paciente que se confiesa poco experto: “Pues bien / Nada de caído del catre / Usted su señoría / Nada de pánfilo / Pues el soberbio mira a todos hacia abajo / Y lo numinoso está en lo alto […]”.
Ilich con sus poemas en números romanos, Cruz-Villalobos con los suyos desde la A hasta la M. Trece poemas cada uno, cual doce apóstoles más el rabí. El último, de Luis, incide en la razón poética, así como en los logros y en la perfecta esperanza de la obra de su “hermano de pobreza y de carne / de cantares y cariños”, del mismo que en un principio se declaraba “impotente de no poder volar”, como el Alsino de la novela de Pedro Prado.
A este “compañero de viaje” que se le confiesa; a este “hermano de sangre rociada sobre nuestras culpas”; a este Víctor que ya no desea ser llamado así porque sabe que victorioso solo existe Uno; sabe decirle que “la vida puede ser nueva después del perdón”. Luis remata sus trece sesiones con un tono profético:
Como ya te anuncié
Querido Alsino feliz
Estás llamado a cosas mayores que la novelería barata
Estás llamado a ser una flor que es deshojada
En las manos de Dios
Cuando juega al me quiere mucho/poquito/nada
Mirando la historia de nuestra humanidad.
V.
Deseo lo mejor a estos dos bienaventurados que, además de tener hambre y sed de justicia, vuelven una y otra vez a la casa de la Poesía, al reino donde resuena el tambor que no deja descansar, pero que a cambio ofrece un puñado de milagros, panes y peces para saciar el hambre de mañana.
Y también los mejores puentes para cruzar, indemnes, a la otra Orilla.
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Alfredo Pérez Alencart es un poeta y ensayista peruano-español (Puerto Maldonado, 1962). Desde 1987 es profesor de derecho del trabajo de la Universidad de Salamanca, en España, y desde 2005 es miembro de la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía.
En poesía ha publicado La voluntad enhechizada (2001), Madre selva (2002), Ofrendas al tercer hijo de Amparo Bidon (2003), O feitiço da vontade (2004), Pájaros bajo la piel del alma (2006), Hombres trabajando (2007), Cristo del alma (2009), Estação das tormentas (2009), Oídme, mis hermanos (2009), Savia de las antípodas (2009), Aquí hago justicia (2010) y Cartografía de las revelaciones (2011).
Libros o poemas suyos han sido traducidos al alemán, inglés, italiano, portugués, árabe, serbio, francés, hebreo, búlgaro, vietnamita, holandés, ruso, japonés, estonio, croata, indonesio, rumano, filipino y coreano.
Imagen destacada: Matías González Pereira.