El volumen del investigador israelí Benjamin Balint (Ariel, 2020) es un apasionante acerca del controvertido debate judicial en los tribunales israelíes que resolvió cuál sería el destino de los manuscritos del gran escritor checo en lengua alemana.
Por Eduardo Suárez Fernández-Miranda
Publicado el 16.12.2020
Lo primero que llama la atención del libro de Benjamin Balint, El último proceso de Kafka (Ariel, 2020), es su portada. En ella, el rostro serio del escritor checo se proyecta sobre el cielo de Praga; según parece, esta fue la última fotografía que se conoce de Franz Kafka, retratado a principios de la década de 1920.
Ya enfermo, y temiendo el desenlace final, fue su deseo que se destruyeran todos sus escritos, salvo algunas excepciones. Así se lo pidió a Max Brod (Praga, 1884-Tel Aviv, 1968), amigo, y el más ferviente defensor de su obra mientras vivió Kafka y, más tarde, de manera póstuma:
Querido Max:
Quizás, después de todo, esta vez no me recupere. Tras un mes entero de fiebre pulmonar, la neumonía es muy probable; ni si quiera escribir esta carta puede evitarlo, aunque hay cierto poder en ello. Por lo tanto, y ante esta eventualidad, esta es mi última voluntad con respecto a todo lo que he escrito. De todos mis escritos, los únicos libros que pueden permanecer son estos: “La condena”, “El fogonero”, «La metamorfosis», “En la colonia penal”, “Un médico rural” y la historia corta “Un artista del hambre”. (…) Pero todo lo demás que exista de mi autoría (…) todas esas cosas, sin excepción, deberán incinerarse, y te ruego lo hagas en cuanto te sea posible.
Sin embargo, Max Brod no cumplió con los últimos deseos de Kafka. Editado por Ariel, El último proceso de Kafka relata las vicisitudes por las que pasaron los papeles póstumos del escritor praguense.
Franz Kafka y Max Brod se conocieron en la Universidad de Carolina en 1902. Desde ese momento surgió una gran amistad, cimentada en gran parte, por la gran admiración que sentía Brod por la obra literaria de Kafka.
El gran escritor austriaco Stefan Zweig, realiza una semblanza de Max Brod que viene a justificar ese interés por Kafka: “Aún recuerdo cuando lo vi por primera vez, un joven de 22 años pequeño, delgado y de ilimitada modestia. (…) Así era entonces, este joven poeta totalmente dedicado a todo aquello que le parecía grande, a lo extraño, a lo sublime, a lo maravilloso en todas sus formas”.
Una vez desaparecido el escritor checo, Brod —según relata Benjamin Balint—: “se había dedicado con singular pasión a salvar los manuscritos y rescatar a Kafka del olvido, convirtiéndose a sí mismo, en el más grande editor póstumo del siglo XX”.
En esa tarea de difusión de Kafka tuvo una importancia fundamental la traducción de su obra. Y curiosamente, la primera obra de Franz Kafka publicada en otro idioma fue La metamorfosis, traducida en lengua española en 1925.
Con la inminente entrada del ejército alemán en Checoslovaquia, Max Brod decide abandonar Praga y dirigirse a Palestina, como tantos otros judíos. Entre su equipaje se encontraba una maleta repleta de papeles que pertenecieron a Kafka. En Tel Aviv, donde residirá finalmente, continúa con la difusión de la obra del escritor checo.
Allí conoce a Esther Hoffe, quien también había huido de Praga a finales de los años 30. Ella le ayudará, como su secretaria, a ordenar todo el material disperso de Kafka. En 1968 muere Max Brod, legando gran parte de los manuscritos del escritor checo a Esther Hoffe. Y es en ese momento donde cobra interés el ensayo de Benjamin Balint.
Como señala la contraportada del libro: “Cuando Brod murió, empezó una batalla legal para determinar qué país podía reclamar la propiedad de la obra de Kafka: ¿Israel, donde el autor soñaba con vivir pero adonde nunca llegó a ir, o Alemania, donde perecieron las tres hermanas de Kafka en el Holocausto?”.
El estado alemán quería resaltar en Kafka a un gran escritor en lengua alemana, mientras que Israel buscaba en el escritor checo, y en su obra, a un profeta de las letras hebreas.
Este libro es también, “un relato apasionante acerca del controvertido proceso en los tribunales israelíes que resolvió cuál sería el destino de los manuscritos del escritor”.
Ese interés, o casi obsesión, que puede llegar a despertar en coleccionistas y estudiosos los manuscritos de un escritor, quedó magistralmente reflejado en la nouvelle de Henry James, Los papeles de Aspern.
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Eduardo Suárez Fernández-Miranda es licenciado en Derecho de la Universidad de Sevilla (España).
Imagen destacada: Fotomontaje con imágenes de Max Brod y de Franz Kafka.