El escritor y psicoterapeuta chileno acaba de lanzar un nuevo volumen de su ingente producción, a través del sello Independently Poetry, en una praxis donde insiste en explorar al verbo de su arte, bajo los parámetros de una sensibilidad traspasada por el fenómeno religioso y la búsqueda de respuestas trascendentales, en unas características estéticas que le han ganado con justicia el apelativo «del nuevo Juan Guzmán Cruchaga» de la poesía nacional.
Por Matilde Escobar Negri
Publicado el 19.2.2021
Llega al buzón del correo un libro y con él la invitación a impregnarme, indagar y dejarme magnetizar por la poética de un Hombre lleno de flores. Es, también —por qué no—, el ofrecimiento a perderme en jardines de aromas, sensaciones, pensamientos y reflexiones de raíz profunda.
Pequeños edenes de flores coloridas y aromosas que activan todos mis sentidos y me llaman a crear —si acaso fuera posible o deseable— cierto sendero y lectura para transitar el universo de este ser viviente y de un imaginario que se abre generosamente como flor.
El convite y la manifestación de este otro: libro y hombre lleno de flores me hace pensar: ¿Cómo se siente–percibe a un hombre lleno de flores?, ¿qué poética lo informa?, ¿cómo florece?, ¿qué tiene para contarnos y en qué lenguaje habla un hombre floral?
Una de las primeras pistas a la que arribo está en el encuentro con la dedicatoria del libro, en donde el autor, Luis Cruz-Villalobos, explícitamente, hace entrega de esta escritura: «a los amigos que —de alguna forma— aún siguen vivos».
Allí comprendo y se me hace muy visible, que un hombre que florece y que está lleno de flores tiene la sabiduría del tiempo: la espera y el cultivo sereno de vínculos con otros.
Y el gesto, en concreto, me habla de alguien/algo que se hace humilde territorio para sembrar(se) las semillas del amor. Como develando el secreto más guardado de una amistad trascendente.
Avanzo en el sendero y aparece, en el poema inicial, el poema–indicial: un “Hombre lleno de flores”. ¿Acaso, un nuevo hombre, un hombre–nuevo?
Si así lo fuera, entonces, este hombre es el devenir de un sensible poeta y filósofo con un vital afán creador y buscador de respuestas, anudadas y enraizadas en las flores que cubren su propio cuerpo.
Veámoslo:
Un hombre lleno de flores
Se preguntó si el reloj tenía la razón
Su corazón le contestó palpitando
Que no
Luego quiso saber
Si el rumor de las masas –volubles y etéreas–
Tenía razón
Y su corazón presuroso
También dijo que no
Entonces miró al cielo
Y quiso recibir desde allí
La verdad robusta e indiscutible
Y en el acto se puso a llover
Pues el cielo sabía
Que dichas peticiones siempre terminaban convertidas
En malsanas certezas
En hogueras y guerras enfermas
Por ello
Llovió y llovió
Y el hombre cubierto de flores
Al fin logró comprender
Y sus flores se hidrataron dulcemente
Con las lágrimas de Dios.
(p. 11)
Este es un creador y jardinero cultivador de la palabra, de un conocimiento poético de la creación que se enreda y entrama con las cosas, como animándolas. Como animándose.
Es el acto mismo de crear como un florecer y brotar de la palabra. Es el acto mágico, la manifestación: poeta–creador–palabra–flor son uno y están siendo creados en este acto enunciador, como se puede ver en el poema:
FLORECER
Si digo florecer
Florece la palabra misma
Se abre como pidiendo pan y sol
Tan solo si digo florecer
Se produce una pequeña explosión
Desde donde brota algo así como una luz
Pero no es común que lo perciba
De hecho no es habitual que mencione
Así simplemente
Sin pensarlo dos veces
La palabra florecer.
(p. 13)
Como lo expresa, la palabra y este conocimiento poético manan en el acto creativo; ese, en el que el mismo creador se está constituyendo como tal.
Esto se puede ver como un acto más consolidado en el tanka al “Creador” de la serie de poemas arquetipales, “Tankas de los 15 arquetipos”, puesto que allí conviven activamente: acto y actor. Es decir, el poema-arquetipo (del) “Creador” es en tanto está siendo escrito, poetizado, creado:
CREADOR
De nada todo
Soy el artesano y la luz
Que abre la materia
Y la deja florecer esbelta
Con sus propios colores
(p. 114)
Dicho está, este poeta–filósofo lleno de flores, crea con las palabras y las cosas se animan, hablándole y mostrándose en todo su esplendor. Ese es el don del creador que se expresa en “El arte de hacer hablar a las cosas. Poemas escritos al son del álbum, de Fabrizio Paterlini ‘The art of piano’ (2014)”.
Allí donde se despliega al arte, arcano mayor, del poeta y el poder de la palabra–poesía, emergida como loto de las profundidades más recónditas:
VIII
Este arte
Es arcano
Remoto como una piedra pura
Perfecta
Que nadie perfeccionó
Ni purificó
Jamás
Es un arte perdido
Que solo poetas
Han sabido reencontrar
En medio de los pantanos
Como flores de loto
O como estrellas
Allí reflejadas.
(p. 72)
Sin ánimos de clausurar este sendero, sino como invitación a seguir caminándolo. Después de un tiempo de convivir con este libro, perdida en un trance de los aromas, los colores y las sonoridades de este inmenso y pródigo ser jardín, recuerdo unas palabras que trascienden la poética de Virginia Woolf, una de las escritoras que vitalmente habitó y creó literatura en sus jardines y jardines en sus palabras.
Uno de esos ecos me dice que no se habita una casa hasta que no se crea un jardín; entonces, inmediatamente, pienso y siento que Hombre lleno de flores lleva ese germen en su poética, y aplica un saber de un hacer(se) florecer como una forma de habitar el mundo.
Ese saber(se)-florecer-creador.
Un testimonio de un saber–poético de ser en el mundo.
***
Matilde Escobar Negri es doctora en letras e investigadora de CONICET, en el Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional de San Juan, Argentina.
Crédito de la imagen destacada: Independently Poetry.