En coincidencia con el estreno del filme «Matar a Pinochet», uno de los rostros más visibles del PC «clandestino» durante la década de 1980 —y quien fue detenido e incomunicado con dureza, a raíz de los hechos que relata en un lenguaje audiovisual, el notable título del realizador Juan Ignacio Sabatini—, ha lanzado por estos días un volumen biográfico y testimonial, de rescatable calidad literaria, y de gran valor crítico y analítico, frente a ese traumático e inolvidable período de la historia nacional.
Por Aníbal Ricci Anduaga
Publicado el 18.11.2020
El relato de vida que hace Patricio Hales Dib (1946) en este libro no sólo tiene un tremendo valor literario por la calidad de su pluma, por la elección de las anécdotas de cada capítulo (verdaderos capítulos de una realidad), por saber contrastar episodios íntimos con otros muy públicos, por emocionar con su testimonio, por querer a sus compañeros de Partido (personajes de su vida), por recordar esa tristeza que trae el desengaño, pero nunca abandonar las convicciones que lo llevaron a ser comunista.
Hay vida tras cada palabra del texto y es extremadamente difícil encontrar frases sueltas. Su voz narrativa está presente en todo momento, estamos leyendo un relato minucioso en los datos de época que aporta, emotivo por todos los episodios vividos en aras de un ideal mayor: derrotar la pobreza.
A pesar a provenir de una familia con materialidad resuelta, Patricio Hales siempre buscó que el camino al socialismo propendiera a una sociedad más justa. Militó en el Partido Comunista de Chile (PC) entre los años 1968 y 1990, luchando contra el sometimiento de clases y en un principio apoyó a un gobierno por los pobres, velando por la desconcentración de la riqueza.
No es el libro escrito por un desencantado, más bien es el testimonio de una persona encantada con el acto de vivir. Desde el epicentro de los acontecimientos que ocurrieron entre el gobierno de Salvador Allende y la dictadura de Augusto Pinochet, nos brinda una visión personal y apasionada, pero sobre todo narrada desde un profundo conocimiento de los mecanismos que lo llevaron a desilusionarse del camino chileno hacia el socialismo.
Para finalizar la introducción, este libro fue concebido con altura de miras, mirando con optimismo al futuro. En su fuero interno, Hales persigue que los otros que vendrán no caigan en el fanatismo ciego que caracterizó a esos años y, por otro lado, que el desinterés de los desencantados con la política, no inmovilice la democracia con esa actitud displicente que permite que todo siga igual.
Son polos opuestos, el fanatismo y el desencanto, uno proviene de la fe ciega y su antagónico se alimenta del fatalismo. Ambos llevan al errado camino del desprestigio de la política, encargada en último término de fijar nuevas reglas para profundizar la democracia.
«En el Partido no apreciábamos bien la realidad», se encandilaron cuando la Unidad Popular obtuvo la mitad más uno de los votos en las elecciones municipales de 1971. Incluso creyeron que podrían empujar cambios morales.
La Comisión de Control y Cuadros (la policía interna del PC) llegó al extremo de prohibir los besos al saludarse, bajo el pretexto de que se trataba de un saludo burgués, o delimitar la amistad con miembros de otros partidos políticos, sancionando al que no se comportaba dentro de la moral revolucionaria.
«Nos perdió el voluntarismo», esa desconexión con la realidad no venció a la violencia de los descontentos con Allende, en definitiva, el Partido nunca pretendió flexibilizar su programa, incluso a costa de hacer inviable su Gobierno.
«El fanatismo nos perdió», la Comisión estaba rodeada de un halo histórico del partido de Lenin, un tipo de control militante que, si bien ayudó a derrotar a los nazis durante la Segunda Guerra, también aterrorizó a millones de inocentes en la Unión Soviética.
Ese fanatismo al interior de la Comisión, en Chile fue capaz de crear a monstruos de la talla de René Bazoa o Miguel Estay “El Fanta”, seres que hicieron de la tortura contra sus compañeros una especie de religión, al convertirse en los principales delatores de la dictadura.
Los pasajes referidos a la tortura entrañan momentos duros, la emoción se desborda y el tiempo se detiene. Pero Hales, aun de esos momentos de bestialidad, es capaz de exponer un pensamiento racional y humanista, de comprensión hacia los delatores: «Más eficaz es el miedo que el dolor», la imaginación no tiene límites. «Lo torturante estaba dentro de mí», por lo que fuera a sufrir su familia («conocemos la habitación de tu hijo»), esa culpa lo seguiría torturando a veinte años de concluida la dictadura.
En su calidad de cara visible del Partido, reflexiona por los detenidos desaparecidos que no tenían contactos. La verdadera tortura fue la incomunicación, el hecho de no saber si su familia estaba bien, hizo que se olvidara de sí mismo.
Patricio Hales postula una profunda desconexión entre las cúpulas del Partido y las bases encargadas del trabajo de concientización en poblaciones. Volodia Teitelboim, en privado, tampoco abrazaba las ideas de lucha armada a través del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). Así, y ante las autoridades extranjeras del PC, también rehuía el tema de las armas como herramienta de lucha.
La mayoría de los miembros operaban en la clandestinidad y Hales, según nos cuenta, era parte de los denominados «públicos», los rostros visibles del Partido, aquellos que conocían el comportamiento real al interior de las poblaciones. Su estrategia era concientizar hacia un camino distinto a la dictadura, no la teoría febril por vencer que imperaba en las cúpulas.
«El mando del PC perdió serenidad», creyendo que derrotarían a uno de los ejércitos mejor preparados de Latinoamérica, soñando con que la mayoría de la población los seguiría en esa idea demencial.
El desencanto con la «política»
Patricio Hales formó parte del PC hasta 1990, fecha en que asumió Patricio Aylwin como Presidente. Se opuso a la opción por la lucha armada (ya en 1983) como principio para derrocar a Pinochet, era un «disidente» dentro de las filas del Partido. Sabía que el componente de las armas agudizaría el conflicto, justificaría la represión y terminaría prolongando la dictadura.
Como muchos comunistas disidentes, no contradecían a las cúpulas, debido a que estaban convencidos del poder de su trabajo de base en las poblaciones. No querían abandonar el Partido, en tiempos donde las protestas eran el principal y más eficaz instrumento contra la dictadura. El PC fue fundamental en organizar al pueblo contra la dictadura y estos disidentes no querían defraudar a esos pobladores.
Los comunistas movilizaban gente en los distintos lugares, siempre fue un partido que luchaba por las ideas. La política era importante, la población votaba por los partidos. Todo ese juego democrático desapareció producto del Golpe Militar, y Hales ve en el desencanto con la política, una de las herencias nefastas de la dictadura.
Las ideas originarias del Partido lo obligaron a seguir en sus filas. El secuestro de Gonzalo Cruzat (11 años) por parte del FPMR, le hizo cuestionar esa militancia. Era un recordatorio de las tácticas que sufrieron ellos mismos durante la dictadura, cuando sus agentes agredían a sus hijos (su propia hermana fue torturada).
Hales se hizo comunista por su convicción ética y ese secuestro era simplemente un acto criminal. «La rebelión popular de las masas», que validaba todas las formas de lucha, había excedido los límites. «El PC no asumió la responsabilidad del secuestro, como tampoco emitió crítica alguna sobre el hecho». Igual siguió militando para no hacer daño a todo el trabajo de base. No era el momento de demostrar debilidad en las filas.
Rescata el compañerismo de los comunistas. Cuando un miembro iba preso, las familias de los otros dirigentes se hacían cargo y los iban a visitar para velar por su protección. Esa mística era algo intransable.
Pero también había un comité de censura ante los peligros que representaba el arte. Las juventudes comunistas vetaron a Los Jaivas por no representar el ideal comunitario. Copiaron estrategias de los tiempos de la purga de Stalin (1937), donde censuraron a Chagall y Stravinsky por no ordenarse tras la máquina de propaganda. Hales reflexiona que el arte crea un impulso en las personas que evita el adocenamiento frente al poder.
La Unidad Popular levantó calumnias contra los empresarios de origen árabe, con el fin de dividir racialmente a la derecha. A través de Televisión Nacional difamaron a ese grupo étnico, un rasgo propio del fascismo, aunque no comparable con la brutalidad nazi contra los judíos.
Era el reverso de la «campaña del terror» contra Allende, en la misma línea de la dictadura ante el marxismo–leninismo.
Patricio Hales tomó una decisión junto a la senadora Julieta Campusano: llamó a inscribirse en los registros electorales, para acabar con Pinochet en el Plebiscito de 1988. Contravino los lineamientos centrales de las cúpulas, debido a los abusos al interior de un Partido que tampoco creía en la «democracia burguesa».
Una vez alcanzado el poder, pensaban, había que eliminar las votaciones para mantener ese poder. Pinochet también entendía esa lógica y en su momento había quemado todos los registros electorales.
El Plebiscito fue un gran fracaso para el PC, que coincidió con la Perestroika llevada a cabo por Gorbachov, que significó el fin de una era de gobiernos socialistas. Gran parte de las bases del Partido se inscribió en los registros y votó por el «NO». El PC perdió representación popular y en 1989, las primeras elecciones democráticas, no obtuvo ningún diputado ni senador en los escaños del Congreso.
El Partido nunca hizo un mea culpa y nunca cambió sus lineamientos. A los disidentes los trató como parias y dejó que el viento se llevara el nombre de muchos artífices de la lucha contra la dictadura.
Hales recuerda con nostalgia esa época en que se confiaba en los partidos políticos. Ahora en cambio, el «estallido social» se entiende como un movimiento contra los abusos del modelo neoliberal, pero con absoluta desconfianza en el accionar de los políticos (incluidos los de izquierda).
Después del 18 de octubre de 2019
Este libro nos hace reflexionar sobre el país que queremos en el futuro. El análisis del autor frente al movimiento social de octubre de 2019 es bastante optimista. Hales está convencido de que los actuales movimientos superarán los errores del pasado (fanatismo y descrédito de la política).
Sin embargo, hay que prestar atención al origen «económico» del estallido social.
En mi opinión, el malestar contra las autoridades e instituciones del Estado (para qué hablar de los agentes económicos que han abusado de su posición de privilegio por décadas) no se funda en la recuperación de la memoria, en reivindicar a los caídos que dieron sus vidas por nuestro presente, sino más bien en un malestar económico que tiene a los ciudadanos sumidos en deudas, con pensiones miserables y que ven que el bienestar alcanzado durante estos años es precario y en cualquier momento pueden volver a una condición de pobreza.
La herencia de Pinochet caló hondo en nuestro sistema social y económico, y la medida del bienestar de las familias gira en torno a parámetros propios del capitalismo.
Por otro lado, las fuerzas espontáneas del estallido social también creen en el uso de la fuerza: quema de más de una decena de estaciones del Metro, incendio de iglesias y centros de estudio (recordemos que Patricio Hales es arquitecto).
El autor lo aprecia esas acciones al modo de una fuerza renovadora, pero perfectamente podrían ser signo de un retroceso a los tiempos de la dictadura, donde también se quemaban libros y bibliotecas.
Mi encandilamiento comunista (Audentia Ediciones, 2020) es un libro necesario para los tiempos que corren, en años donde las protestas callejeras se multiplican en todos los rincones del planeta. Revueltas sociales cada vez más frecuentes dada la publicidad de estos eventos, vía redes sociales, que captan imágenes en el instante y las dispersan por todo el globo.
El autor hace hincapié en que para construir en democracia son necesarios los partidos políticos, quienes deben plasmar en leyes los dictámenes de los ciudadanos.
La profundidad de los hechos narrados y las reflexiones humanistas de Patricio Hales en torno al pasado, permiten encarar un presente con otros ojos y obligar a discusiones bien fundadas sobre el futuro.
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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es ingeniero comercial de la Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en gestión cultural de la Universidad ARCIS, y como escritor ha publicado las novelas Fear, El rincón más lejano, Tan lejos. Tan cerca, El pasado nunca termina de ocurrir, y las nouvelles Siempre me roban el reloj, El martirio de los días y las noches, además de los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca, Meditaciones de los jueves (relatos y ensayos) y Reflexiones de la imagen (textos cinematográficos).
Asimismo es redactor estable del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: El Mercurio.