Novela «Bajo el árbol de los Toraya», de Phillippe Claudel: Las extensiones del amor

Esta obra es un nuevo acierto en la señera bibliografía del autor francés, y la cual nos llama a incursionar por nuestros propios dilemas, los más íntimos y aquellos que nos parecen difusos, inalcanzables, pero que surgen a diario en la contemplación de los detalles domésticos que hacen que la vida, con todas sus desventuras y sufrimientos, sea digna de afrontarse.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 18.11.2018

En un remoto pueblo de Indonesia sus habitantes han hecho de la muerte un rito sagrado. Por días, semanas, meses y a veces años, conmemoran el fallecimiento de alguien cercano y se efectúan largas romerías, traslados de amigos y parientes hasta colocar el cadáver en nichos excavados en las rocas. Después los nichos se abren y los huesos se desparraman intencionadamente en su regreso a la tierra. Si muere un niño su cuerpo es colocado en un agujero efectuado en la base de un árbol legendario y es cubierto con un entramado de telas y de ramas.  Luego se cierra y el tiempo y la descomposición material hace que el cuerpo se reintegre a la tierra para elevarse finalmente hacia el cielo a través del tronco, sus ramas y sus hojas.

Con este preámbulo como telón de fondo, el también cineasta Philippe Claudell (Francia, 1962) ha diseñado una novela que habla de algo muy sencillo: de la vida y de la muerte.  Pero no expuesta de una manera convencional. Hay en su desarrollo un discurso que va delineando la existencia humana, la amistad del narrador con alguien muy próximo que morirá de cáncer, y a su vez, del amor como extensión de la relación de pareja con quien fuera su esposa, Florence, y de su amante, Elena, una mujer joven con quien establece un vínculo que excede los meros apetitos carnales.

Durante todo el desarrollo de Bajo el árbol de los Toraya (2016), la trama parece esencial, toda vez que se remite a focalizar la subsistencia desde la perspectiva del decurso temporal y el decaimiento que va generando la extinción inevitable de la vida física. No obstante, también incursiona en una necesidad de trascendencia que se va dando como exploración de las relaciones humanas más cercanas y en especial, la ligazón entrañable con Eugene, su amigo cineasta como él, que le ha ayudado a ambos a explicarse el mundo y el sentido profundo de la fraternidad entre los hombres.

Con estos elementos someros Claudell da muestras, una vez más, de su talento innegable como narrador, el que ya desplegara en sus obras anteriores: La nieta del señor Linh, Almas grises y El informe de Brodeck. Provisto de una prosa cercana a la poesía el autor estructura un universo de belleza conceptual implícita sobre cómo el intercambio de efectos auténticos le otorga sentido a la vida y de qué modo su sinceridad preanuncia la exigencia recóndita y visible de la muerte.

No hay que buscar segundas interpretaciones en este texto luminoso. La necesidad de amor acude como preámbulo imprescindible ante el proceso irreversible del desangramiento de los seres vivos. La pérdida inevitable de lo que se ama se diluye, pero es una ausencia que provoca el dolor de sentir intensamente la propia vida personal. Su visión de mundo se compenetra de lo que se encuentra a diario y se proyecta de manera velada sobre un desplazamiento de las emociones hacia aquel misterio que causa la muerte, a pesar de ser un hecho conocido y lapidario con fecha incierta, pero que en nuestro mundo occidentalizado es una carga que se esquiva, que se asume continuamente de espaldas a su realidad.

La contraposición del ritualismo de los “toraya” entonces, surge como una ambientación de ensueño que, a pesar de estar circunscrito a un par de páginas iniciales, da la pauta de cómo el personaje central busca entre sus semejantes la oculta proyección de la extinción física.

Y el desenlace otorga un fuerte halo de misticismo práctico que hace entender por qué estamos de paso por la vida y cómo el proceso individual se engarza con la belleza sublime de la procreación.

Un nuevo acierto en la señera obra de Claudell que nos llama a incursionar por nuestros propios dilemas, los más íntimos y aquellos que nos parecen difusos, inalcanzables, pero que surgen a diario en la contemplación de los detalles domésticos que hacen que la vida, con todas sus desventuras y sufrimientos, sea digna de afrontarse.

 

Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante poeta, cuentista y novelista chileno nacido en la zona austral de Magallanes. De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua.

 

La edición en castellano de la novela de Philippe Claudel (Salamandra, 2017)

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: El escritor Philippe Claudel por France Culture (https://www.franceculture.fr/).