En la síntesis extrema se puede concluir que Nicolás Poblete Pardo ha escrito una obra literaria digna de su autor, y la cual lo sitúa entre los más destacados de la novelística actual y en cuyas páginas postula un mundo narrativo dotado de una relevante calidad expresiva y creativa.
Por Juan Mihovilovich
Publicado el 23.2.2019
“Cuando se acercó al rectángulo lleno de líquido, aún las formas no se habían hecho presentes; Victoria vio sus propias pestañas reflejadas en el papel fotográfico, pincelando la brillantez blanca sin dejar rastro. Y gradualmente, su silueta comenzó a perfeccionarse en el papel, bajo el agua.” (Pág. 208)
Nicolás Poblete Pardo (1971) ha construido una novela potente a partir de un argumento relativamente sencillo, pero cuyos contenidos se esparcen entreverados hacia una trama plena de símbolos, de señuelos, de pistas, borrosas a veces, esclarecedoras otras y que, de un modo concéntrico, confluyen hacia una suerte de punto neutro, y paradójicamente, doloroso; allí emerge como saliendo de una nada transitoria, de un antiguo revelado fotográfico, con progresiva y nítida fuerza el sentido, las claves descifradas, el sufrimiento condensado, la verdad de las ausencias, del éxodo, del regreso.
Victoria y Eugenio, la sobrina y el tío, son el hilo conductor de una madeja histórica que se nutre de una época triste, de hechos vividos en una vieja casona de Valparaíso que encierra los datos de un pasado que ha germinado de modo permanente en el psiquismo personal de Victoria, una joven que vuelve después de más de dos décadas desde la Argentina a encontrarse con su pasado y con un presente que la ha tenido siempre en vilo, a la espera de desentrañar el misterio de su existencia personal, pero también de su familia: su padre y madre envueltos en las llamas de un incendio en los cerros de Valparaíso cuando ella apenas era una niña de pocos años.
Solo que la variable es otra no menos dramática: la madre no muere en el incendio y el origen del mismo tiene connotaciones políticas, afectivas y celotípicas, que no inciden únicamente en el desenlace de un tiempo extraviado, sino que además conlleva el peso de un secreto guardado largamente por Eugenio, hermano de Rita, la madre de Victoria, secreto destinado a no enturbiar la memoria de los padres, pero que inevitable deberá salir a flote.
En esa cuadratura existencial se anida el meollo de la novela. Pero, lo que subyace tras la restauración de una memoria perdida es lo que subyuga de la narración. Cada personaje tiene un sello distintivo. Eugenio es un fotógrafo reconocido que ha prefijado en el papel no solo los recovecos y misterios envolventes de los barrios de Valparaíso, sino que ha estructurado la evolución familiar en una especie de álbum oculto que un día será descubierto por Victoria en el sótano de la vieja casona.
El virtuosismo de Poblete Pardo le ha permitido entrecruzar los hechos del pasado y las preguntas veladas del presente de un modo natural, sincrónico, y por ello es posible ahondar en las aficiones personales de Germán, padre de Victoria, una especie de entomólogo dedicado a la recolección de mariposas, y que matiza la evocación con ciertas descripciones que apuntan a relaciones que parecen incompatibles a primera vista. De hecho, hay escenas notables que permiten establecer analogías entre la vida de ciertos insectos, en su ámbito larvario o su adultez, con los hechos descritos y el lector exigente podrá asociarlos a partir de connotaciones algo escalofriantes.
La poesía visual que emana del relato nos enuncia un cúmulo de sensaciones que acercan la narración al ámbito cinematográfico. La permanente obturación de la máquina fotográfica manejada por Eugenio nos permite especular sobre la fugacidad existencial a la par que fija en la retina la eternidad precisa del instante en que los seres y las cosas enmudecen en el papel. Obviamente nada es casual en la novela. Entonces es posible asistir a una revisión de los acontecimientos como si todo lo que ha ocurrido hace más de dos décadas estuviera siempre y en todo momento circunscrito a descorrer la cortina lentamente en la memoria individual, de igual forma que el revelado de las imágenes, que pugnan por superar el impreciso ámbito de lo fantasmagórico.
Esa equivalencia que el autor ha expresado preclaramente nos deja sumidos en una reflexión que retorna una y otra vez al tiempo subjetivo, a la idea de que la memoria es una caja de pandora psíquica, que suele ser apreciada según las circunstancias, de acuerdo al modo en que cada actor se inmiscuye en la trama e intenta superar su conflictividad personal, sin perjuicio del triste retrato en sepia de la sociedad chilena de la época.
Así, esa poesía implícita en cada escena rescata a los personajes o los traslada desde una especie de ensueño, de la incorporación progresiva de un pasado que los ata emocional y mentalmente y del que intentan salir premunidos de un sufrimiento que quisieron encubrir o que, al menos, se pretendió morigerar con el disfraz de un hecho horroroso como lo fuera un incendio, cuyos orígenes tuvo connotaciones difusas, que una niña como Victoria ignoró hasta su regreso a Valparaíso, ya convertida en mujer, tras la reconstitución de un universo retrospectivo dolido y doliente, que la persiguió siempre desde su primera infancia.
En la síntesis extrema se puede concluir que Nicolás Poblete Pardo ha escrito una obra digna de su autor, que lo sitúa entre los más destacados de la novelística actual y que postula un mundo narrativo dotado de una relevante calidad expresiva.
Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante poeta, cuentista y novelista chileno de la generación de los ’90 nacido en la zona austral de Magallanes. De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua.
Tráiler:
Crédito de la fotografía a Juan Mihovilovich: Sanna Jaaskelainen.
Crédito de la imagen destacada: Editorial Furtiva.