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Novela “Tríptico del desamparo”, de Pablo Di Marco: La épica le pertenece a los amantes

Nuestra redactora bonaerense esboza un análisis crítico y estético de la varias veces premiada ficción literaria del escritor argentino, a propósito de su reciente visita a la ciudad de Santiago, en el contexto de la última edición de La Furia del Libro, la cual se llevó a cabo hace unos días en el Centro Cultural Gabriela Mistral de la capital.

Por Yanina Giglio

Publicado el 21.12.2018

A propósito de la visita del escritor argentino Pablo Di Marco (1972) a Santiago de Chile, recorremos analíticamente Tríptico del desamparo (Odelia editora, 2018), su multipremiada novela.

Para proponer una lectura de Tríptico del desamparo de Pablo Di Marco (Odelia editora, 2018), puede servirnos la siguiente cita de la Enciclopedia de Princeton: “En la épica literaria, los nuevos poetas dan cuenta de su participación en la tradición épica imitando elementos formales, estilísticos y temáticos de épicas anteriores, para que un lector informado pueda percibir de inmediato la relación entre lo viejo y lo nuevo. Si todos los géneros contienen este tipo de gestos imitativos, estos resultan especialmente prominentes en la épica, donde la presencia de lo viejo en lo nuevo se hace sentir fuertemente”.

Leer al argentino Pablo Di Marco es leer también todo cuanto él leyó, escuchó y vivió antes de poner en letras sus obras. La vasta sombra de García Márquez planea sobre su estética, también las huellas dramáticas del italiano Alberto Moravia. Tríptico del desamparo cuenta varias historias a la vez, y como en un caleidoscopio podemos detenernos en escenas de largo aliento, cargadas de lo excepcional y lo heroico, pero también de lo cotidiano y de lo tragicómico. Valiosísimas las convergencias, por la originalidad en la presentación de los argumentos políticos que se abordan y por los hallazgos narrativos que Di Marco ensaya para dar verosimilitud a estas hazañas. Leerlo es un ejemplo de cómo lo viejo y lo nuevo son vasos comunicantes de lo que llamamos la tradición literaria.

 Tríptico del desamparo es también, la épica del laburante: la narración vívida, al parecer sin filtros, de una enigmática traductora, Irene, quien trabaja con la palabra en ambos mundos (literario/real) y, también, la voz y el cuerpo del obrero, Rafael, de una clase media baja, en un país periférico que intenta sobrevivir a una época convulsa. Ambos personajes, como opuestos que se atraen, cruzarán sus esencias y todos los límites de la pasión. Los guiños -textuales e intertextuales- al lector son la expertise de Di Marco.

La novela realiza un recorrido mimético en su forma, en su estilo y en sus temas que es análogo al de la épica oral “primaria”. Seleccionamos solo un primer fragmento como muestra de la repetición de ciertos patrones musicales y de escenas-tipo que nos guiarán para el análisis:

 

“—¿Soñando, ragazza? —Álvaro me besa en la frente y se sienta tras dejar su bastón a un costado de la mesa. Ha aparecido de repente, una sorpresa de las que es afecto.

Se lo ve aún más elegante que de costumbre. Un sobrio pañuelo de seda le asoma desde el bolsillo del saco, en consonancia con la corbata de rombos azules. Advierte cómo le estudio las mejillas extrañamente enrojecidas.

—Ocurre que después de la afeitada —explica—, un jovencito nuevo me mantuvo más de la cuenta bajo la toalla caliente. —Pide un café y una copa de anís, y agrega con tono burlón—: De haber sabido que me someterían a una sesión de vapor, hubiese llevado el traje de baño.

Conozco al dedillo sus ocurrencias e ironías. Ya no logran sorprenderme, pero igual las disfruto. Él lo sabe, y se deleita con mi sonrisa. Uno de nuestros tantos modos de sostenernos.

Saco de la cartera la traducción.

—Terminada —digo.

Álvaro hojea el centenar de hojas mecanografiadas, revisa un párrafo cualquiera.

—Lo leeré al llegar a la editorial. Pero no comprendo cómo lo hacés.

—¿Cómo hago qué?

—Estar cada día más bella.

Me siento una estúpida. ¿Cómo es posible que sus halagos aún logren sonrojarme?

—No te rías de mí.

—Nada más lejos de este humilde servidor. Hablo en serio. Muy en serio. Más de una jovencita anhelaría tener tu piel—. Ni que hablar de tu porte. La Valli no te llega a los talones.

—¿Semejante actriz? —digo sonriendo—. Jamás pensé que escucharía algo así… Mejor volvamos a la traducción.

—Te estás acariciando un aro.

—¿Y cuál es el problema?

—Que solo lo hacés cuando estás nerviosa.

—Mejor volvamos a la traducción —repito más decidida—. Le hice infinidad de marcas al original. No sabía que mi último trabajo también consistiría en corregir errores ortográficos.

Ragazza, ragazza… —dice con aire sufrido, un padre reprendiendo a su bambina—. No podés trabajar por siempre con Boccaccio y Petrarca. No se encuentra un clásico bajo cada baldosa, a no ser que pretendas traducir por vigésima vez a Manzoni.

—Sería un gusto. Manzoni me haría reconsiderar mi retiro.

—Siempre exigente, mi Irene. Siempre exigente. Así serás hasta el último aliento. La autora —le da a las páginas unos golpecitos con las yemas de los dedos— es una muchachita que vende de a cientos de miles. Hay todo un mundo allá afuera buscando convencerme de su supuesto talento. No faltan quienes dicen que lo que escribe se ajusta a lo que hoy piden los lectores.

—¿Y desde cuándo te importa lo que piden los lectores?

Álvaro busca refugio en una servilleta, endereza sus pliegues y vuelve a dejarla en su sitio. Se acerca el mozo para servirle el pedido, y me informa que están cayendo las primeras gotas.

—Debió haber traído un paraguas, señora —se lamenta—. El chaparrón va a bajar la temperatura, y se puede

pescar un lindo resfrío.

Álvaro espera a que se aleje.

—Ser el dueño de la editorial —dice apartando el pocillo de café sin espuma—, no me exime de sentirme, por momentos, el último empleado. Somos vestigios de otra época, Irene. Viejos bailarines. Viejos bailarines que intentan adaptarse a un compás veloz y luchan por seguir el paso sin caer en el ridículo.

Entrecierro los ojos, esfuerzo mi mirada. El mozo estaba en lo cierto: las primeras gotas rasgan los ventanales de la confitería.

—Espero que el tiempo libre te acerque nuevamente a la escritura —dice Álvaro.

—¿Volver a escribir? ¿Para qué? ¿No son elocuentes los resultados? No insistas. Acabo de jubilarme. Estás hablando con una vieja jubilada.

Se lleva la copa de anís a los labios. Reanimado, saca una cajita del bolsillo del saco y la acomoda sobre la mesa. Con un gesto enigmático me invita a que desate el moño de seda. Al abrir ese pequeño cofre, un estupendo reloj de oro blanco refulge en mis manos.

—Es mi homenaje. Tantos años de trabajo juntos.

Sujeto el Longines, me percato del modo en que las agujas giran veloces en el cuadrante.”

 

Somos conducidos en casi todos los tiempos verbales por distintas voces narrativa amalgamadas a una mixtura de colores telúricos y tangueros, lunfardescos. Epítetos en italiano como ragazza bambina dan una solemnidad ridícula y cómica a ciertos pasajes. El uso del lenguaje es una decisión de estilo pero ante todo, política: hay en Di Marco una apropiación de recursos y formas estilísticas de la llamada “alta cultura” para representar a la “baja” y viceversa. Este recurso que corresponde a una forma “elevada” es una manera de mostrar lo contrapuesto, de significar a través de la diferenciación y de la puesta en valor en relación a la otredad.

La introducción de diálogos con otros personajes secundarios en medio del monólogo del yo poético ilustra la irrupción del mundo rutinario, la repetición de sonidos, como onomatopeyas o la presencia de voces callejeras juegan un rol preponderante: oír lo que es ordinario y constantemente rutinario y visibilizar a quienes no tienen voz en la tradición literaria de épicas anteriores.

Si revisamos los poemas homéricos, veremos un intento por darle una entidad superior a aquello que viene a debatir entre la vida y la muerte a los humanos. Este es un elemento que ayuda a reforzar el punto de giro en el nivel de la historia: el héroe, la heroína es en tanto juega su existencia en manos de lo mayúsculo. Si revisamos Tríptico del desamparo bajo esta lupa, veremos casi lo opuesto: los héroes son en tanto sus detalles, la vida se les va en lo minúsculo, quizás porque ya es trillado luchar ese destino desmesurado. Di Marco vuelve mágico lo ordinario, vuelve pequeño lo abismal y sus héroes son como usted y yo: de carne y de hueso.

Tal como en la mayoría de las narraciones épicas Tríptico del desamparo comienza cumpliendo con esta convención: in medias res o empezar el relato en un punto otro al tiempo de la historia referida. Además, podemos identificar como la primera aristéia, el momento donde se pone a prueba el coraje del héroe ya en el primer párrafo de la novela: “En pocos días deberé entregar las llaves de mi departamento. Cerré la operación en un monto bastante menor al esperado, pero la necesidad de partir es tan grande que muy poco me preocupa”.

Los escenarios son bien delimitados en Tríptico del desamparo pero habrá un reversionamiento también del locus amoeus: Venecia (la ciudad que se hunde cada día un tanto más) será el lugar idílico. ¿Les hablé ya de los guiños de Di Marco? Ahí va otra vez, dando siempre su mejor intento para contar geografías como corpografías. Ya en su título Tríptico del desamparo evoca no solo una predisposición particularísima del cuerpo con respecto al espacio sino que además, codifica un ambiente “de clase” que no es posible confundir. Los eventos ocurren en la calle, en una editorial que se funde, en oficinas: toda una maquinaria dura y hostil puesta a dialogar con la sensibilidad del yo poético. El heroísmo será sostenido entonces por la resistencia frente a lo que el ser humano mismo hizo y hace a sus pares: destruir por medio de la acumulación de capital el medio en el que habita.

Otra convención de la épica que se cumplirá en el texto será la de la visión celestial. Aquí la narración también cimbrea entre cielo e infierno a través de la diferencia de clases socioeconómicas y de las expectativas morales y sociales para dos amantes. La katábasis o descenso del héroe al inframundo será detallada en las páginas subsiguientes, al igual que el rol de la mujer (Irene Vidi) como vehículo -a veces de avance, otras de conflicto- de las acciones.

También el tratamiento de los cuerpos/objetos es similar al de la épica tradicional. Se eligen adjetivaciones como écfrasis, en las cuales el objeto visual solo existe en el lenguaje, como el escudo de Aquiles relatado por Homero en la Ilíada. Un ejemplo de Tríptico…, citado en el fragmento anteriormente: “Somos vestigios de otra época, Irene. Viejos bailarines. Viejos bailarines que intentan adaptarse a un compás veloz y luchan por seguir el paso sin caer en el ridículo.”

A lo largo del trabajo de lectura es posible ver en Tríptico del desamparo un proceso de puesta en acción de la divergencia, de la diversidad y de una apropiación creativa en la que Pablo Di Marco distorsiona, subvierte, produce plusvalor (en la apropiación) que vuelca en su propia narrativa. Si el objetivo en la épica clásica era gestar identidades culturales para la conformación de un Estado-Nación, el poder de Tríptico del desamparo reside justamente en que es plural en cuanto a los estereotipos parodiados, yuxtapuestos entre lo viejo y lo nuevo, y quizás en esta densidad de tantas capas, tal vez esté la fuerza que tiene su estética para deconstruir a esos Estados-Naciones.

 

 

La novela «Tríptico del desamparo» (Odelia Editora, Buenos Aires, 2018)

 

 

El escritor argentino Pablo di Marco (Buenos Aires, 1972)

 

 

Pablo di Marco junto a la editora Elizabeth Di Benedetto firmando ejemplares de «Tríptico del desamparo» en la «La Furia del Libro» 2018 , en Santiago

 

 

Yanina Giglio

 

Yanina Giglio nació en Buenos Aires, Argentina en 1984. Lectora serial que investiga, experimenta, escribe y vuelve a empezar. Incansable. Apasionada por el desarrollo de procesos creativos.

Ha realizado estudios en Ciencias de la Comunicación Social en UBA. Obtuvo un PGCert en “Escrituras: Creatividad Humana y Comunicación” por FLACSO. Es miembro fundador de Odelia editora. Coordina talleres de lectura y escritura creativas y es correctora de estilo en uno de los multimedios más importantes de América Latina. Actualmente estudia Artes de la Escritura en UNA y el curso universitario superior “Neurociencias y educación: hacia una pedagogía del asombro” en la Universidad de Morón. Publicó: Abrapalabra: licencia para hablar (Entrelíneas UBA, 2014); La Do Te(Editorial Alción, 2015); Recuperemos la imaginación para cambiar la historia -Antología- (Proyecto NUM-Editorial Mansalva, 2017); Liberoamericanas. 80 poetas contemporáneas -Antología- (Editorial Liberoamérica, 2018). Colabora como periodista cultural en el Diario Cine y Literatura y en Liberoamérica y como crítica literaria todos los miércoles en el programa Sentipensantes por Radio Universidad Nacional Arturo Jauretche.

 

Crédito de la fotografía a Pablo di Marco: Jazmín Teijeiro.

Crédito de la portada de «Tríptico del desamparo»: Camila Chenlo.

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