Los relatos que conforman este volumen son un magnífico libro, que cruza, con distintas voces, varias épocas, lugares y situaciones, y que da cuenta, además, de lo artificial de la diferencia entre los géneros literarios, demostrándonos que, más allá de constituir una clasificación útil para que los niños aprendan en el colegio, en el arte de narrar estos no interesan.
Por Mauricio Embry
Publicado el 7.10.2019
¿Cómo lograr vincular emocionalmente al lector con hechos extraños, fantásticos, irreales, que son tan distantes de su realidad cotidiana? El libro Nuestro mundo muerto (2016), de la boliviana Liliana Colanzi, nos da la respuesta. Así, en los diferentes relatos que componen este volumen, hay algunos que coquetean con lo fantástico, narrando situaciones que siembran la duda en el lector sobre si está o no en presencia de hechos que rompen la realidad; otros que, en cambio, atentan directamente contra las leyes naturales, incorporándose de lleno en la literatura fantástica; e incluso uno que se desarrolla desde el comienzo en un mundo espacial, formando así parte del ámbito de la ciencia ficción. Pese a lo anterior, en todos ellos, la autora consigue acercar al lector gracias a que el subtexto que yace debajo de estas construcciones fantásticas se encuentra siempre vinculado a temáticas universales, que son esenciales a la condición humana: la muerte de un amigo de la infancia, el despertar sexual, el fracaso de una relación de pareja, la enfermedad de un ser querido, etcétera.
De esta forma, en el cuento El Ojo vemos cómo una chica no puede evitar ver el ojo de su madre siguiéndola a todas partes desde que siente atracción por un compañero del colegio, lo que refleja la estricta educación de la que ha sido objeto, así como la enorme represión sexual y religiosa a la que fue sometida desde la infancia. En el relato Alfredito, la protagonista nos narra su primer enfrentamiento con la muerte al momento en que fallece uno de sus amigos del colegio y cómo, en el funeral, cree ver al chico respirando a través del vidrio del ataúd.
Asimismo, en La Ola, la narradora habla de un extraño fenómeno que afecta a las personas provocando desgracias, y que ella denomina con el nombre del título, lo que al principio parece ser fantástico, aunque luego vemos que no es otra cosa que un símbolo de lo que le ha tocado vivir y la sensación que tiene de habitar un mundo sin sentido. Ella vive en Estados Unidos y regresa a Bolivia, su país natal, a enfrentar aquello que ha querido olvidar de su pasado: la enfermedad de su padre y su posible fallecimiento. En meteorito, un hombre sometido a un tratamiento para la obesidad tiene problemas conyugales, a la vez que uno de sus trabajadores, quien dice poder conversar con seres del espacio, tiene un accidente. Mientras tanto, un meteorito surca el cielo para caer directamente en la Tierra.
En Caníbal se nos narra la relación tormentosa y compleja de dos mujeres que están de viaje en París, mientras en la televisión transmiten la noticia sobre un tipo que mató y se comió a su víctima, el cual se esconde en la ciudad. Chaco es, por su parte, un relato en el que nos adentramos en la mente de un joven que, posiblemente, está poseído por el espíritu de un indígena mataco, aunque esto sea más bien una excusa para que veamos la relación del chico con su abuelo alcohólico y la rabia que siente contra él. Nuestro mundo muerto, el relato que le da nombre al libro cuenta, por su parte, la historia de Mirka, una mujer que, luego de dejar a su pareja en la Tierra, decide irse a colonizar Marte, un planeta con una atmósfera tan tóxica que provoca cáncer en algunos compañeros y locura en otros. Por último en Cuento con pájaro, un doctor escapa a una finca, lejos de todo, luego de que comete una negligencia médica. En el relato se mezclan distintas voces y épocas que narran no solo la historia de este personaje, sino la del abuso contra los pueblos indígenas en los cuales participó el tío fallecido del doctor.
Como puede apreciarse, en estos relatos las relaciones humanas conflictivas, las enfermedades, la muerte, el amor y el desamor constituyen el ADN que esta autora le imprime a sus textos, situaciones que describe de manera tan clara que resulta inevitable no sentirse representados con los personajes que las viven, provocando que el lector pueda empatizar con todos, incluso con los que uno no querría hacerlo. Y la razón de ello es la humanidad que desprenden, otorgándole así un brutal toque realista a textos que, normalmente, se clasificarían como fantásticos. Esto demuestra una vez más que los límites en los géneros son difusos, líquidos, irreales incluso, siendo más bien un vano intento de clasificación, propio del mundo académico, que algo que se dé efectivamente de manera pura en un texto.
Hay, además, en esta obra, referencias constantes al mundo onírico. Los personajes sueñan mucho e incluso, cuando están despiertos, el lector tiene la sensación de que lo que pasa puede perfectamente ser más bien parte de un sueño en el que todo es realista hasta que, de pronto, te das cuenta que algo no calza, que hay un elemento que rompe con las leyes de la realidad y entonces terminas por despertarte. La gracia de estos relatos es que no te despiertas. Por eso resulta imposible determinar lo que es real y lo que no. Por lo demás, al igual que los sueños constituyen símbolos de nuestro inconsciente, muchos de los elementos fantásticos que viven los personajes terminan siendo metáforas de sus conflictos internos, los que casi siempre son elementos amenazantes que generan una tensión que se mantiene constante a lo largo del relato: el ojo gigante (que simboliza la vigilancia de la madre), la ola que se viene contra la protagonista (que puede ser visto como el pasado que vuelve a buscarla cuando tiene que regresar a Bolivia), el meteorito que va azotar contra la Tierra (posible metáfora de las dudas que tiene el protagonista respecto a su mujer), el Caníbal que está prófugo y en medio de la ciudad disfrazado de mujer (lo que puede ser una proyección de cómo la narradora siente que su pareja está “devorándola” psicológicamente) o la atmósfera tóxica de Marte (que puede ser visto como un símbolo de la radiación a la que se vio expuesta Mirka en la Tierra y que desencadenó todos los problemas posteriores con su pareja).
Es indudable también la influencia del mundo indígena en los relatos de este libro. En casi todos hay referencias a mitos o leyendas propias de esta cultura, además de la presencia constante de personajes que la encarnan, como es el caso de Elsa, la nana de la protagonista en Alfredito, una indígena ayorea que le cuenta historias a la niña y le dice que los muertos nunca se van; o el indio mataco que le transfiere su mente al personaje principal en Chaco. También en Cuento con pájaro se ve la presencia de esta cultura, ya que se nos cuenta sobre la expedición que hace el tío del doctor en búsqueda de indígenas para esclavizarlos a su servicio.
La prosa, por otro lado, incluso en las ocasiones en que la autora narra hechos muy cotidianos, es muy poética y tiene un ritmo impresionante. Por ejemplo, al final del cuento Chaco, se puede leer el siguiente párrafo, que da cuenta de la perfecta fusión que hay entre el joven protagonista y el indio mataco: “Y ya en plena bajada, nuestros ojos se encontraron con los del conductor: era el chango más hermoso que habíamos conocido en toda nuestra vida. Nos miró con la boca abierta, con el puro asombro bailándole en los ojos. Es el Hermoso, el de tus sueños. Mi Salvador, pensamos, reconociéndolo, aquí te entregamos la lengua, tuya es nuestra voz. Un último sonido, y nos abrazamos a lo oscuro”. Del mismo modo, en La Ola, se puede leer un pasaje donde la protagonista nos cuenta cómo, de niña, se metía a la cama de sus padres: “Mi padre dormía de espaldas, vestido solo con calzoncillos. La panza velluda subía y bajaba al ritmo de la cascada pacífica de sus ronquidos y esa cadencia, la de los ronquidos en el cuarto apenas sostenido por el resplandor nuclear de la pantalla, era la más dulce de la tierra. Estaba segura que él no experimentaba eso, la soledad infinita de un universo desquiciado sin propósito. Aunque todavía no pudiera darle un nombre, eso, lo otro, estaba reservado para los seres fallados como yo”.
Quizás lo único que pueda hacer ruido en este libro sea el hecho de que, en algunos relatos, se abordan demasiados temas y pareciera que el foco del mismo puede terminar desbordándose. En este sentido, los textos La Ola, Nuestro mundo muerto y Cuento con pájaro, podrían ser parte de una novela más que de un cuento. Claro, como se comentó antes, esto de los géneros es siempre líquido y difuso, pero, por un tema de espacio, pareciera que en La Ola hay demasiados frentes abiertos para abordarlos en tan pocas páginas (la distancia de la patria, los problemas legales del padre, la enfermedad de este, e incluso la historia que le cuenta un chofer al personaje principal cuando la lleva de regreso a la casa familiar).
Del mismo modo en Nuestro mundo muerto se crea un universo tan rico e interesante que hace preguntarnos si no daría para un texto más largo donde se nos explicara, por ejemplo, cómo llegaron los humanos a Marte, o se nos entregara más información sobre la empresa denominada la Lotería Marciana. Preguntas que, por ser un cuento, no pueden ser respondidas en tan poca extensión. En Cuento con pájaro, en tanto, hay tres personajes que narran los acontecimientos, y lo hacen desde diferentes épocas, lo que, aunque funcione muy bien como relato, debido a estas distintas perspectivas y el enorme espacio de tiempo que aborda, podría perfectamente dar pie a una novela.
Nuestro mundo muerto es un magnífico libro, que cruza, con distintas voces, varias épocas, lugares y situaciones, y que da cuenta, además, de lo artificial de la diferencia entre los géneros fantástico y realista, demostrándonos que, más allá de constituir una clasificación útil para que los niños aprendan en el colegio, en la literatura no interesan. Al fin y al cabo, en la medida que estén presentes aquellos elementos inherentes a la condición humana, nos sentiremos identificados siempre, aunque la acción se desarrolle en Marte o los muertos se levanten de sus tumbas.
También puedes leer:
–Los relatos de Nuestro mundo muerto, de Liliana Colanzi: El miedo de las apariencias.
Mauricio Embry nació en Santiago de Chile el año 1987. Es abogado y escritor. Desde el año 2014 ha participado en distintos talleres literarios, destacando los cursos impartidos por los escritores Jaime Collyer, Patricio Jara y Leony Marcazzolo. En el año 2016, publicó el cuento «Una cena para Enrique», dentro del libro En picada (editorial La Polla Literaria), que agrupó distintos cuentos de los participantes del taller de Leony Marcazzolo. Entre octubre de 2018 y septiembre de 2019 cursó y aprobó el máster en creación literaria, impartido por la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona.
Imagen destacada: La escritora boliviana Liliana Colanzi (1981).