En el encuentro con el otro está la política, y cuando desconocemos esa diversidad que nos constituye, le damos tribuna a la ignorancia y a la frivolidad: hay que hablar y escuchar y no dejar de hacerlo, y esa es la única posibilidad para que la historia jamás vuelva a repetirse, ni siquiera como sátira.
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 6.9.2023
Primero fue su voz, el metal tranquilo de su voz. Mi padre reproducía en su radio casetera, una y otra vez, el último discurso de Allende.
Corrían los años 90 y casi no existía discusión pública y mediática, como si el primer presidente socialista de Chile y su gobierno fueran uno de los tantos tráfagos de la historia, en la forma de un pasado ominoso, al que había que tratar con distancia, porque era demasiado incómodo y doloroso.
Segundo fueron las imágenes del bombardeo a La Moneda, el humo gris, la bandera chilena desvaneciéndose en el fuego, esas imágenes en blanco y negro que conmovían más que cualquier color. Mi padre luego subía el volumen y cantábamos Víctor Jara, Inti-Illimani y los Quila. Me decía compañero y yo asumía que lo era.
Tercero, las lecturas y relecturas. Apasionado por el político quise conocer a la persona. El Allende joven, el Allende poeta, el Allende médico, el Allende ministro, el Allende senador, el Allende con guayabera, el Allende romántico, el Allende socialista y librepensante, el Allende revolucionario y demócrata, aunque algunos duden de esa adición. El Allende presidente que nunca iba a traicionar a los suyos, aunque se equivocaran. El Allende orgulloso y mártir, que no iba permitir vejaciones hacia su persona.
No es posible indagar más allá de los acontecimientos históricos y suponer disquisiciones contrafactuales del tipo ¿Qué hubiera pasado si…? ¿Si la UP, si la DC, si el Plebiscito? En torno a su gesto definitivo, hay un enigma y una imposibilidad. Alguna vez un profesor habló del suicidio como sacrificio, en clave cristiana.
El sacrificio de Allende liberaba al pueblo de la muerte, porque el pueblo debía defenderse, «pero no sacrificarse», o bien, como diría después Roberto Bolaño: «aceptarla para él mismo y evitárnosla a nosotros».
Pero Allende se equivocó, quizá porque no alcanzó a dimensionar, esa fría mañana del 11 de septiembre de 1973, la macabra máquina de exterminio que se iba a instaurar y consolidar por 17 años. La vida suele tejer contradicciones y entrelazar destinos.
En el encuentro con otro está la política
¿Qué pasa por la mente de un hombre en su hora final? ¿Cuáles fueron sus cavilaciones y decepciones? La muerte es misteriosa, cada muerte, todas las muertes, porque allí no alcanzan las palabras, parafraseando a Enrique Lihn. La muerte de Allende, claro está, tiene un significado especial por su trascendencia en el tiempo y la permanencia de las consecuencias posteriores. Un día que dura 50 años. O más.
Pero hay algo que inquieta en esta necesaria conmemoración, en medio de ese ambiente eléctrico que decía el Presidente Boric, o más bien tóxico, que hablara la expresidenta Bachelet. Pareciera que habitamos un país más polarizado y menos fraternal, mientras el negacionismo encuentra su espacio en la extrema derecha republicana.
Luis Silva, consejero constitucional, reivindica a Pinochet creyendo que reivindica al Estado. Se banaliza el mal. Se niegan los mínimos comunes, romantizando el autoritarismo y relativizando la justicia social. Se tensionan los proyectos colectivos en el paraíso del consumidor. Al final del día, cada quien defiende su trinchera o su ego. Hay confusión y mucha más molestia.
¿Qué hacemos? No tengo una respuesta ni pretendo tenerla, pero sí sé, por honestidad intelectual, que el apego irrestricto a nuestras convicciones, por más nobles que estas sean, jamás implica obviar la ética de la responsabilidad que gobierna nuestros actos.
Que en el encuentro con otro está la política. Cuando desconocemos esa diversidad que nos constituye, le damos tribuna a la ignorancia y la frivolidad. Hay que hablar y escuchar y no dejar de hacerlo, y esa es la única posibilidad para que la historia no vuelva a repetirse, ni siquiera como sátira.
La memoria se conquista todos los días. Aunque queramos, no puede ser decretada ni enclaustrada como verdad. Si ignoramos esta máxima, más temprano que tarde, la fuerza, el crimen y la infamia pueden volver a subvertir la dignidad de la persona y el respeto a la democracia donde esa dignidad es posible.
Se lo debemos a todos nuestros muertos, a todas nuestras víctimas. Se lo debemos a Allende.
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Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), periodista y magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) es profesor en la Universidad Andrés Bello y un prolífico escritor nacional, cuyas últimas publicaciones son el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018), el volumen experimental de El perfecto transitivo (Filacteria, 2019) y Aguante! (Filacteria, 2021).
Igualmente fue el director titular y responsable del Diario Cine y Literatura, entre agosto de 2017 y mayo de 2020.
Imagen destacada: Salvador Allende.