El interesado doble estándar político —tanto de índole ética como de selectiva omisión histórica— que exhibe el audiovisualista nacional, acerca de las acciones de unos y otros, en el período comprendido entre 1973 y 1990, e inclusive después, debería ser duramente rechazado por la crítica especializada y condenado sin rodeos en el circuito de los grandes festivales cinematográficos a nivel mundial.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 1.9.2023
El vergonzoso silencio del cineasta Pablo Larraín Matte en torno al rol protagónico que tuvo su padre en el régimen cívico y militar de Augusto Pinochet —en contradicción con la denuncia que hace del dictador, en su último filme El conde— daría para un ensayo sobre la doble visión —a menudo esquizoide— que observamos en el seno de la «clase alta» chilena.
Una suerte de obnubilación frente a las felonías perpetradas en el seno de la propia familia, y en una fidelidad que exhibe rasgos de mafia urbana: al mismo tiempo que se condena actos de parecida inmoralidad de «puertas afuera», se calla lo ocurrido en el propio lar.
Este comportamiento afecta a Pablo Larraín y pone en duda, tanto su honestidad ética como estética (lo que en el fondo es «política»).
¿Cómo un artista de su categoría internacional, puede omitir el enunciar un categórico juicio público, y sin ambages, frente a la defensa efectuada por su padre, el exsenador Hernán Larraín Fernández, y ya en tiempos democráticos, del pederasta alemán Paul Schäfer Schneider, y de su «obra», la benefactora Colonia Dignidad?
Lo de Larraín Matte es una manifestación del síndrome de Orestes, capaz de enaltecer a su padre, Agamenón, omitiendo la culpa de sus alevosos crímenes, y ajusticiar a la madre por el asesinato del pater.
Da para un análisis psiquiátrico, pero también cabe preguntarse, ante la disyuntiva ética del destacado audiovisualista nacional: ¿Es justo y apropiado que los espectadores y críticos de un cineasta (pudieran ser los lectores de un escritor), le exijamos la dura prueba de juzgar al padre, públicamente, a través de su arte?
Enrique Morales Lastra, pone el dedo en la llaga, o proyecta la sombra del hacha justiciera sobre la pantalla justiciera.
Me interrogo como hijo, imagino ponerme en la situación: no tengo la respuesta. Quizá fuera necesario un documental hecho misiva, como la Carta al padre, de Franz Kafka.
En espera de ese sanador mea culpa, de ese ritual de honesta contrición, el interesado doble estándar político —tanto de índole ética como de selectiva omisión histórica— que exhibe el audiovisualista nacional, acerca de las acciones de unos y otros, en el período comprendido entre 1973 y 1990, e inclusive después, debería ser duramente rechazado por la crítica especializada y condenado sin rodeos en el circuito de los grandes festivales cinematográficos a nivel mundial.
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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.
En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.
Tráiler 1:
Tráiler 2:
Imagen destacada: Pablo Larraín Matte.