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Pablo Neruda y su amor por la lengua: El cumpleaños de un chileno eminente

Este domingo el mundo de la literatura se prepara con el fin de celebrar el 116° aniversario del natalicio de quien fuera tal vez el mayor poeta hispanoamericano del siglo XX, uno de los más importantes del orbe durante su época, y un autor cuyos versos resuenan todavía desde el púlpito del circuito académico y hasta en la jerga del imaginario popular.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 11.7.2020

De esto que recuerdo hace ya diecinueve años. Fue en octubre de 1996. Se cumplía, según sesudos académicos de la hispanidad, un milenio de vida del idioma castellano, uno de los tres hijos peninsulares del latín romano, junto al catalán y el gallego, aunque todo el prestigio de la lengua imperial, impuesta por Isabel la Católica y su consorte Fernando, como idioma único de la España recién nacida como Estado, recaería en el habla de los secos y adustos habitantes de Castilla.

Con el correr del tiempo, ya en la era moderna, se le llamaría ‘español’, en desmedro de las otras dos lenguas coetáneas. Francisco Franco Bahamonde, el tirano de origen gallego, reafirmaría el mandato de Isabel, prohibiendo el uso de las lenguas de Galicia y Cataluña en documentos oficiales y en el habla pública, junto al vascuence, idioma que sigue siendo un misterio, en su origen y desarrollo, para lingüistas y filólogos.

Fue en el Centro Cultural de España, en Santiago de Chile. Martín Panero (1922-1999), vallisoletano avecindado en Chile, el “hermano marista letrado”, como se le conocía, profirió una conferencia de dos horas, titulada “Mil años de la lengua castellana”. De pie, junto al podio, sin ningún papel u otro apoyo logístico, Panero desenvolvió una extraordinaria charla, comenzando con el poema de Mío Cid Campeador, para concluir recitando el poema de Pablo Neruda “Solo la muerte”. Entremedio, recitó textos del Arcipreste de Hita, de Gonzalo de Berceo, trozos escogidos del Quijote, poemas de Góngora y de Quevedo, luciendo una perfecta dicción y una prodigiosa memoria. Hombre de Iglesia, franquista de acendrada militancia católica, preferencias, anticomunista acérrimo, su admiración y reconocimiento estético por Pablo Neruda no acarreaba sospecha ideológica alguna.

Según Martín Panero, al concluir su extraordinaria exposición, el poema “Solo la muerte” era el mejor de la vasta obra nerudiana, y el hijo de Parral era el más grande poeta de habla castellana del siglo XX. En esto, el hermano marista coincidía con el crítico Harold Bloom, que incluye a Pablo Neruda en su grande y discutido Canon occidental, con similar criterio de excelsitud paradigmática. Citemos a Bloom: “Pablo Neruda, por consenso general, es el más universal de los grandes poetas de América, y puede considerarse como el auténtico heredero de Whitman. El poeta del Canto general es un rival más digno que cualquier otro descendiente de Hojas de hierba… Ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo (XX) admite comparación con él”.

(Según mi modesto juicio, ni Bloom ni Panero parecen haber conocido en profundidad la obra de Gabriela Mistral).

Neruda escribió toda su obra —vaya novedad— en el castellano heredado por los hispanoamericanos, aunque se trate de una versión, chilena, distinta del original traído por Pedro de Valdivia y los suyos en 1541. Es lo notable del dinamismo de los idiomas y de su continuo proceso de mestizaje. Pablo ama la lengua que mamó, con todas las contradicciones inherentes a su implantación, considerando que el conquistador hispano utilizó tres armas, que, unidas, resultaron incontrarrestables para los nativos americanos: la cruz, la espada y la palabra. Lo expresa en Confieso que he vivido:

“Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo…”.

A lo que bien podría retrucar nuestra querida poeta mapuche, Graciela Huinao, en un poema tan breve como lacerante:

1492
Nunca fuimos
el pueblo elegido
pero nos mataron
por la señal de la cruz.

 

La lingüista cordobesa, argentina, Ana María Shua, es certera y categórica en sus juicios respecto a la evolución del idioma:

“La lengua cambia constantemente, crece, se modifica, se interrelaciona con otras lenguas. Aunque el ‘Limpia, fija y da esplendor’ de la Real Academia ha sido reemplazado por el lema ‘Unidad en la diversidad’, lo cierto es que esa supuesta diversidad está constantemente en entredicho. Se sigue discutiendo en qué país, en qué región de América Latina se habla un español más ‘puro’, más ‘correcto’, más ‘verdadero’, como si esos adjetivos no fueran disparatados. Una y otra vez se alzan voces milenaristas acerca de los males que pueden acontecer en el futuro si se permite que la lengua siga modificándose sin control.”

En manos de los poetas y los escritores está la de renovar y enriquecer la lengua con la que escribimos, como lo hicieran Neruda, la Mistral, De Rokha y otros y otras, en el abanico sin límites de las palabras desplegadas en todos los géneros literarios.

Concluyamos este breve homenaje a los 116 años de Pablo Neruda, recordando su poema inmortal:

 

SÓLO LA MUERTE
Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel al alma.

Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido sin perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.

A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado, como un árbol.

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos,
la muerte está en la escoba,
es la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.
La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.

 

 

***

Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular del Diario Cine y Literatura.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Pablo Neruda (1904 – 1973).

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