Más allá de si compartimos o no los diagnósticos y conclusiones del pensador esloveno en torno a la crisis de la civilización occidental producida por la encrucijada sanitaria a nivel mundial planteada por el coronavirus, su análisis del momento actual de la sociedad global explora las consecuencias estructurales de un orden que se ve amenazado por la incapacidad de contener en plena modernidad digital, los efectos de una enfermedad sin fronteras.
Por Mauricio Embry
Publicado el 23.9.2020
El sonido de los cristales haciendo salud retumba en el comedor. Ya he perdido la cuenta de cuántas copas llevo. Hace meses que no converso con alguien así, cara a cara, sin la mediación impersonal de una pantalla. A ninguno de los dos nos gusta el fútbol, así que hablamos de Napoleón (al que ambos insistimos en defender como alguien de izquierda), mencionamos la estrategia de Julio César para vencer a Vercingétorix en la Galia (más para demostrar una falsa erudición que porque realmente nos importe) y brindamos por los socialistas utópicos.
Los demás invitados (que, considerando el aforo máximo permitido, diremos que solo son cinco personas) nos miran con una arcada atravesada en la garganta. Yo mismo me doy cuenta de lo presuntuoso que resulta estar hablando sobre la crisis pletórica del capitalismo en el primer carrete post cuarentena, así que intento cambiar el rumbo de la conversación, preguntarle si ha visto Dark o qué opina de Sex Education, pero ya no hay vuelta atrás. Mi interlocutor, a quien apenas acabo de conocer, se ha soltado hablando sobre mi tema favorito: ¿es el ser humano bueno o malo por naturaleza?
Como partidario de la maldad y egoísmo intrínsecos en el ser humano cito a Hobbes y a Nietzsche (apenas he leído algunos pasajes, pero los menciono con la autoridad del borracho que ya va por la novena o décima copa) mientras mi interlocutor se atrinchera con Rousseau. Está convencido de la bondad de las personas y argumenta que es solo el sistema capitalista lo que nos aliena y transforma en los seres nefastos que somos.
El reloj avanza, la polola de mi nuevo amigo le pega un codazo para que se calle, otro invitado se termina al seco la última botella de vino y la dueña de casa no para de cabecear sobre un pocillo lleno de Doritos. Solo falta una hora para que se inicie el toque de queda. Alguien corta la música y se pone la mascarilla. Los demás lo imitan. Es la señal inequívoca de que todo ha terminado. Chocamos una vez más los vasos y, más por cobardía que por convicción, dejamos la discusión en empate.
Pese a ello, las ideas de mi nuevo amigo siguen rondando en mi cabeza mientras camino por la calle con la aplicación de Uber abierta esperando que algún conductor acepte el viaje. ¿Es realmente el sistema el que nos vuelve egoístas o este no es más que un mero reflejo de lo que somos realmente?, ¿cambiará en algo el sistema capitalista a raíz de esta pandemia?, ¿aflorará tal vez con esta crisis la verdadera naturaleza del ser humano?
¿Y cuál será esta naturaleza si es que existe algo que pudiese ser catalogado realmente como tal?, ¿la solidaria en la que cree mi nuevo amigo o la de los monstruos interesados que, con pesar, me he convencido que somos? Y más importante aún: ¿Nos permitirá esta experiencia pandémica crear una sociedad nueva de cooperación global o terminaremos en una barbarie que propiciará la muerte de los débiles y la sobrevivencia de los más fuertes?
En el libro Pandemia (Editorial Anagrama, 2020), el filósofo, sociólogo, psicoanalista y teórico cultural esloveno Slavoj Žižek (Liubliana, 1949), reflexiona sobre algunas de estas preguntas, haciendo un análisis pormenorizado de las distintas aristas de esta nueva sociedad en que estamos insertos desde que se propagó por todo el mundo el Covid-19, siempre acompañado de un humor inteligente (en el que se incluyen chistes e historias divertidas que sirven para ilustrar sus puntos de vista), múltiples referencias al mundo pop, principalmente del cine, así como citas de diversos autores, tales como Hegel, Marx o Lacan.
Intento apurar el paso. No solo quiero evitar que me lleven preso por quebrantar el toque, sino que, ilusamente, tengo planificado encender el computador en cuanto llegue a mi departamento y, pese a mis labios morados y mi evidente tambaleo, sentarme a escribir esa minuta que me encargaron hace días y que aún no empiezo.
Es parte de la costumbre que he adquirido en estos tiempos. Y es que con el teletrabajo ya no sé si soy un flojo que ve Youtube durante las horas de oficina o un trabajólico que termina un informe a las cinco de la mañana en lugar de dormir.
El trabajo en los tiempos de la pandemia
Pienso entonces en el análisis que hace Žižek en su libro sobre las distintas clases de trabajadores, el que resulta muy ilustrativo para entender esa contante sensación de cansancio que nos invade a todos por el trabajo, el cual se ha acrecentado a raíz de esta pandemia, en la que quienes desarrollan teletrabajo no tienen una delimitación clara entre “estar trabajando” y “estar en la casa”, lo que, en la práctica, puede provocar que terminen trabajando mucho más que en el pasado.
Así, este autor distingue distintos tipos de trabajadores: los que están a cargo de la línea de montaje, principalmente en el tercer mundo (ejemplo quienes ensamblan iPhone tras una mesa en una fábrica), quienes siguen el clásico modelo fordista del capitalismo tradicional; los trabajadores de cuidados personales en todas sus formas (ejemplo cuidadores de ancianos); y el trabajador autónomo, para quien el trabajo deja mucho más espacio a la creatividad personal, pero donde el individuo, carente de límites externos, se auto explota a sí mismo.
Cada uno de estos grupos, explica Žižek, implica un modo específico de agotamiento por exceso de trabajo. El primer grupo, por su repetición (ensamblar una y otra vez el mismo iPhone), el segundo porque el cuidador no solo cobra por trabajar, sino también para mostrar afecto por aquellos que cuida (niños, ancianos, etcétera), lo que genera una tensión de ser constantemente “simpático” y el tercer grupo, porque se le exige que utilice la creatividad de manera intensa, buscando soluciones originales, lo que puede terminar siendo más cansador incluso que el trabajo repetitivo de la línea de montaje.
A esto, Žižek incorpora también al denominado “equipo de trabajo creativo”, quienes, en cuanto organizadores del proceso creativo, se les paga para que desempeñen un papel que les correspondía normalmente a los capitalistas, pese a que cobran como asalariados y tienen un futuro incierto, quedando así con lo peor de ambos mundos.
Este panorama adquiere una nueva dimensión con el ambiente de pánico que se vive a raíz de esta pandemia, agrega Zizek, pues los trabajadores intelectuales y gestores precarios son capaces de cooperar mediante e-mails y videoconferencias, de manera que incluso cuando están en cuarentena su trabajo continúa más o menos sin sobresaltos y tienen tiempo incluso de explotarse más a sí mismos. Los demás deben continuar trabajando fuera de casa en fábricas, campos, tiendas, hospitales, transporte público, etcétera.
La diferencia, según Žižek, es que estos últimos aunque desempeñan un trabajo arduo y agotador por los efectos de la pandemia, dicho trabajo es importante para la comunidad, lo que acarrea su propia satisfacción, siendo así un cansancio que vale la pena y que es muy distinto al de aquellos obsesionados solo por hacer avanzar su carrera.
El viento azota mi cara (al menos la mitad visible) y el sudor bajo la mascarilla me hace cosquillas. Comienzo a ahogarme y la tentación de sacármela ahora que no hay nadie es demasiado alta. Estoy a punto de sucumbir a mi impulso cuando me topo con un grupo que avanza con dificultad buscando, al igual que yo, una forma de regresar a su casa.
Un gordo con una mascarilla de Spiderman comenta que en su barrio está lleno de venezolanos que no respetan la distancia social. “Son otra raza, tienen otra cultura”, insiste, mientras abraza a su compañero para no caerse de borracho. Su comentario me provoca un retorcijón de guata y, sin quererlo, recuerdo las aglomeraciones de extranjeros frente a las embajadas, intentando buscar una forma de volver a su patria a raíz de la pandemia y cómo la única respuesta que obtuvieron fue la habilitación de baños químicos.
Una enorme crisis humanitaria y la mayor preocupación no fue buscar una ayuda administrativa, económica o diplomática que les permitiera regresar a casa, no, la gran preocupación fue evitar que las pulcras calles de la zona oriente de Santiago quedaran manchadas de mierda.
Eso y evitar que contagiaran a los vecinos del sector, claro, quienes se morían de miedo encerrados en sus casas. “Terrible la situación, pero que se vayan a albergues lejitos de nosotros”, fue lo que pensaron quizás cuántos de ellos mirando asustados por la ventana las aglomeraciones mientras tomaban café en grano y veían una maratón de Netflix en su Smart TV recién comprada por Internet.
El peligro del racismo ante la «inmigración pandémica»
El fenómeno de la inmigración es también uno de los elementos que toca Žižek en Pandemia, cuando comenta precisamente que los elementos que a su juicio generan la tormenta perfecta del coronavirus en Europa son: 1) el impacto físico directo de la epidemia (cuarentena, sufrimiento y muertes), 2) los efectos económicos, principalmente en Europa por su dependencia de las importaciones y exportaciones, y 3) la explosión de violencia en Siria entre Turquía y el régimen de Al Assad.
Sobre esto último, Žižek es muy crítico, pues ironiza con la figura de lo que él llama Putogan (figura compuesta por Putin y Erdogán), quienes a juicio de Žižek, deberían ser tratados como criminales de guerra, ya que utilizan el sufrimiento de millones de personas y destruyen un país para perseguir sus fines de manera implacable, entre los cuales figura la destrucción de una Europa unida en estos momentos de pandemia en los que se requiere de cooperación global.
Esto, advierte, puede generar una nueva oleada de refugiados organizada por Turquía y provocar que se genere un mayor racismo al vincular a los inmigrantes con la propagación del virus, algo que, como hemos comprobado en Chile, no es algo exclusivo de Europa.
Un taxi se detiene en una esquina, corro para alcanzarlo intentando respirar con esfuerzo a través de mi mascarilla de tela. Estoy por llegar, cuando una punzada en mi vientre me impide continuar. Cinco meses sin mover el culo no pasan en vano. Me limpio el sudor y sigo corriendo. Veo el taxi haciéndome cambio de luces, corro lo más rápido que mis piernas de zancudo lo permiten. Casi puedo sentir el roce negro de la puerta del vehículo entre mis dedos cuando el gordo con mascarilla de Spiderman y sus amigos me dan un empujón y se suben con una sonrisa.
Solo y derrotado, me cuesta compartir la visión de Žižek, quien insiste en que esta pandemia será para el sistema capitalista como la técnica de los cinco puntos de Kill Bill, en la que presionando determinados puntos, al contrincante, después de caminar cinco pasos, le estalla el corazón. Así, aunque en estos momentos no podamos ver que el sistema está acabado, bastará con cualquier movimiento para que desaparezca.
Los mercados se dejan llevar por el pánico, dice Žižek, por lo que se requiere reorganizar la economía global para que no esté a merced de los mecanismos del mercado, surgiendo así un nuevo comunismo, una organización global que pueda controlar y regular la economía, limitando la soberanía de los Estado-Nación y surgiendo así una verdadera economía de guerra en la que el Estado cumpla un rol relevante, por ejemplo, en evitar los acaparamientos de mascarillas (o tal vez incluso regulando el funcionamiento de los Uber en horarios de toque de queda).
Boris Johnson ha nacionalizado temporalmente los ferrocarriles británicos y Trump ha anunciado la propuesta de tomar el control del sector privado, menciona Žižek, lo que a su juicio son signos de que vendrá un comunismo impuesto por las necesidades de la pura supervivencia. En una crisis somos todos socialistas, comenta, agregando que incluso Trump está planeando una forma de Renta Básica Universal.
En este sentido, según el filósofo, esta pandemia no solo señala los límites de la globalización del mercado, sino también: “(…) señala los límites del populismo nacionalista, ya que la crisis actual demuestra claramente que la solidaridad y la cooperación global tienen como finalidad la supervivencia de todos y cada uno de nosotros, y que obedecen a una pura motivación racional y egoísta”.
Con esto, Žižek pareciera que se posiciona así más cercano a la idea del egoísmo intrínseco del ser humano, ya que los motivos que señala para el triunfo de una cooperación global se darían, a su juicio, a raíz de la necesidad de supervivencia y, por tanto, en razón de un motivo egoísta y no por un genuino interés de ayudar al otro, algo que a simple vista parece bastante razonable. Podemos ser unos monstruos, pero quizás esa misma monstruosidad egoísta nos permita darnos cuenta que, al menos en esta ocasión, “todos estamos en el mismo barco”, tal y como dice Žižek en Pandemia, parafraseando una frase de Martin Luther King.
El problema, sin embargo, es que, de todas formas, la mirada de Žižek termina contradiciéndose con el verdadero egoísmo que surge en situaciones de crisis y que, quizás, está más cercano a lo que él mismo señala en su libro como uno de los grandes peligros de esta crisis: la “barbarie con rostro humano”, que se refiere a: “(…)implacables medidas de supervivencia que se imponen con pesar e incluso mostrando simpatía, aunque legitimadas por las opiniones de los expertos (…)”, pero siendo su verdadero mensaje que: “tenemos que reducir los pilares de nuestra ética social: el cuidado de los ancianos y débiles”.
Como ejemplo, Žižek señala que Italia ya ha anunciado que, si las cosas empeoran, los que tengan más de 80 años o sufran enfermedades graves preexistentes serán abandonados a su suerte.
La sobrevivencia asistida
Es entonces cuando el mismo Žižek señala que: “Para evitar cualquier malentendido, quiero proclamar que estoy siendo totalmente realista: deberíamos preparar medicamentos para que los que padecen una enfermedad terminal mueran de manera indolora. Pero nuestro primer principio debería ser no economizar, sino dar asistencia incondicional, sin reparar en gastos, a aquellos que la necesitan, para permitirles sobrevivir”.
Y debo decir que no puedo estar más de acuerdo con él en el sentido de que el primer principio debiese ser no economizar y dar asistencia incondicional, el punto es que ese ideal no se condice con la forma de operar que, en general, me parece que tiene la elite política y económica de manera transversal.
La experiencia a lo largo de la historia parece indicar que, finalmente, quienes tienen el poder en sus manos buscan, en mayor o menor medida, su propio beneficio, lo que puede apreciarse incluso en el ejemplo que el mismo Žižek señalaa propósito de la situación en Siria, donde Putin y Erdogán han aprovechado esta situación para seguir sus propios intereses sin importarles el sufrimiento de millones de personas.
Claro, es cierto que no todos los gobernantes son Putin ni Erdogán, pero, aun así, no soy tan optimista como Žižek en el sentido de creer que los gobernantes del planeta entero se convencerán a raíz de esta crisis sanitaria (o la posterior crisis medio ambiental que se avecina) de la necesidad de cooperar globalmente, pues la agenda política o económica de las elites están muy por encima de ese interés global, pudiendo incluso ser contraria a esta, de manera tal que si bien gobernantes como Trump o Johnson pueden incorporar medidas más cercanas al socialismo durante esta pandemia (en parte porque la crisis económica que conlleva la propagación del virus sin duda puede perjudicar su imagen si no intentan paliarla y, con ello, perderán la posibilidad de mantenerse en el poder), ello no me parece que pueda llegar al extremo de un cambio completo de modelo que afecte sus propios planes.
De esta manera, si esos planes se vieran perjudicados por cooperar con otros países, no lo harían por más que racionalmente ello sea de toda lógica. Del mismo modo, si mantener a los débiles o enfermos los perjudica de algún modo, quizás, argumentando razones científicas o morales, no tendrían reparos en aplicar alguna de las medidas que Žižek menciona como formas de barbarie con rostro humano.
Siguiendo el ejemplo de Žižek de ejemplificar con películas, creo que la cinta 2012 (2009), dirigida por Roland Emmerich y protagonizada por John Cusack, refleja muy bien lo que creo que pasaría ante un eventual apocalipsis: una vez producida la catástrofe planetaria, se descubre que, dentro de las arcas que se utilizan para salvar a los humanos, hay ciertos pasajeros VIP que pagaron y que tienen un pase preferencial con una tarjeta verde, mientras los demás corren desesperados y en pánico para lograr entrar y salvar la vida. Y es que, al final, las elites no van nunca en el mismo barco que el resto.
El capitalismo, por otra parte, pareciera ser, perdonando el lugar común, una suerte de ave fénix que por más que se intente eliminar, una y otra vez resurge de sus cenizas, adaptándose a los cambios sociales y culturales con tal de subsistir. Basta solo con ver cómo durante el estallido social ocurrido a partir de octubre del año pasado en nuestro país, a pasos de la protesta que atacaba el modelo económico, se creó todo un mercado en torno a la misma, con poleras del Negro Matapacos, banderas negras y mapuches, etcétera.
Lo mismo ha ocurrido durante la pandemia con el lucrativo negocio de las mascarillas con diseños que, de la noche a la mañana, se ha transformado en un accesorio de moda. Todo ello hace difícil que pueda creer que este será el fin del modelo capitalista como lo conocemos.
Al final consigo tomar un Uber. Estoy salvado, pienso. Me subo asustado, quedan escasos minutos para el toque de queda y comienzo a despotricar contra la pandemia, lo terrible que resulta el que ya no se pueda salir a tomar un trago tranquilo, dar la mano a mis amigos o tener sexo casual sin el riesgo de contagio. El pobre conductor me sonríe, pero está claro que no solo le aburre el tema, sino que de seguro acaba de tener la misma conversación con el pasajero anterior.
A mi mente viene entonces otra idea del libro referida a las distintas fases de reacción ante la pandemia. Así, siguiendo las etapas que Elisabeth Kübler-Ross señaló en su libro Sobre la muerte y los moribundos, Žižek clasifica las fases psicológicas de la pandemia en negación, cólera, negociación, depresión y aceptación. En mi caso, siento que estas fases van avanzando o retrocediendo según el día.
Hay algunos días de negación (no es tan grave, igual no soy paciente de riesgo), otros de depresión (¡moriremos todos!), muchos de cólera (¡virus de mierda!) y unos pocos de negociación (hay que aprovechar el veranito de San Juan antes del rebrote).
Pienso entonces que, a pesar de mis reparos, el libro Pandemia constituye sin duda un gran análisis de la contingencia, realizado por un pensador único que logra explicar ideas complejas, de gran contenido teórico y filosófico, de manera sencilla y con toques de humor y referencias pop que lo hacen sin duda una lectura imprescindible en estos tiempos.
El auto se detiene en una luz roja. Aprovecho de mirar por la ventana. Unos indigentes comparten un pucho mientras yo, tranquilo en mi Uber pagado con tarjeta de crédito, reflexiono sobre la crisis del capitalismo, la posibilidad de un cambio de modelo y la naturaleza del hombre. Uno de ellos observa mi mascarilla con el logo de Batman y me sonríe. Bajo la mirada y no digo nada más el resto del camino.
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Mauricio Embry nació en Santiago de Chile (1987). Es abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile y escritor. Desde el año 2014 ha participado en distintos talleres literarios, destacando los cursos impartidos por los escritores Jaime Collyer, Patricio Jara y Leony Marcazzolo.
En el año 2016 publicó el cuento «Una cena para Enrique», dentro del libro En picada (editorial La Polla Literaria), que agrupó distintos cuentos de los participantes del taller de Leony Marcazzolo. Entre octubre de 2018 y septiembre de 2019 cursó y aprobó el máster en creación literaria, impartido por la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona, España.
Crédito de la imagen destacada: Editorial Anagrama.