En este largometraje, cuya locación es Londres pero que transcurre en Nueva York, los conspiradores están siempre al margen de cualquier escrutinio. Se mueven en las sombras y articulan sus designios sin que los hombres comunes y corrientes lo sospechan, peor todavía tienen permeados a policías y autoridades, con recursos de vigilancia que sobrepasan la aplicación policial y que nos habla un poco del peligro de la aplicación de las tecnologías de la información y de la comunicación en la sociedad actual.
Por Cristián Garay Vera
Publicado el 22.1.2018
El cine tiene ciertos actores de acción icónicos. Steven Seagal, Jean Claude van Damme, Jackie Chan o Jason Statham, son algunos de ello y Liam Neeson no destiñe. El protagonista puede variar el registro desde el padre vengativo hasta el hombre ya maduro (al fin y al cabo tiene 65 años) como ocurre aquí. Acá, es un empleado Michael MacCaluley, lleno de deudas y más dudas que certezas. Personaje algo terminal, para nada asimilado a lo que deberá vivir. Y desde esa posición, todo magullado, se va haciendo una idea de la conspiración que resiste, pero cuyos móviles y contenidos no son explícitos nunca. Este aspecto es del todo seductor, ya que el espectador va en el registro de un tren suburbano sufriendo en el mismo sentido que nuestra víctima, sin saber qué ni cuándo.
En esta película, cuya locación es Londres pero que transcurre en Nueva York, los conspiradores están siempre al margen de cualquier escrutinio. Se mueven en las sombras y articulan sus designios sin que los hombres comunes y corrientes lo sospechan, peor todavía tienen permeados a policías y autoridades, con recursos de vigilancia que sobrepasan la aplicación policial y que nos habla un poco del peligro de la aplicación de las tecnologías de la información y de la comunicación. En verdad, este argumento no es nuevo, ha sido explorado en numerosas obras audiovisuales estadounidenses, pero este largometraje disfruta un poco de un tono más europeo, fue dirigida por Jaume Collet-Serra, y se permite un tono policial y de misterio en un ambiente de plena velocidad, donde las conclusiones son provisorias y cambiantes.
Patrick Wilson, refleja el papel del policía que aparente es un hombre de la ley, pero en verdad es un corrupto. Sobre la base de una amistad, capaz de venderse al mejor postor, resulta ser el adversario impensado de un padre de familia, recién despedido y con problemas económicos varios, es decir la presa perfecta de una proposición indecente de recoger 100 mil dólares e identificar a un pasajero, algo aparente sencillo, pero cuyas consecuencias serán enormes para los pasajeros. Proposición cuyo fondo no se conoce, y en el cual Vera Farmiga hace un papel insufriblemente odioso, y para el cual, como titiritera, aparece inmejorablemente dotada.
Mientras siete vagones a mueven a más de cien kilómetros por hora, los pasajeros, personas todas con secretos, abren sus vidas, mientras el frenético héroe sabe que su familia depende de identificar a misterioso testigo que está en peligro si se le identifica. Las actuaciones de este grupo son, sin duda, acordes al ritmo de la película y de la riqueza de los personajes. Grupo variopinto capaz de bajezas y grandezas que recuerda a las galerías de Agatha Christie, con otro espesor y situación.
Cuando el tren suburbano se desplaza, una serie de asesinatos, la búsqueda de un testigo (la frágil Ella Rae-Smith) y el frenesí de la acción, hacen olvidar que la película empieza con la rutina de un ex policía (Liam Neeson) que es despedido después de varios años de trabajo, cerca de la jubilación, con una hipoteca mal pagada, y los hijos por entrar a la universidad que, como sabemos, es cara en el país del norte. Esos primeros minutos son de antología respecto de un padre de familia que no se atreve a contar lo sucedido a su esposa, y que demorara mucho más de lo previsto en llegar a su casa.
Si en Crimen en el Expreso Oriente todo transcurría en cámara lenta, aquí la acción cambio por minutos y el espectador viaja con el protagonista y siente la misma incertidumbre que él. Tanto es así que no hay un final predecible, que se hace más abierto cuando el ex policía enfrenta a la mujer (Vera Farmiga) que le ha llevado por esta situación y no queda nada resuelto respecto de los hechos que padeció. En suma, una película absorbente, pura adrenalina, con un registro de Neeson más complejo que en otras películas, y donde quizás la pregunta de qué haría usted por cien mil dólares no se contaría igual. Cine de acción bien ejecutado.
El pasajero (The Commuter). Dirige: Jaume Collet-Serra. Guion: Bayron Willinger y Philip de Blasi. Actores: Liam Neeson, Patrick Wilson, Vera Farmiga, Sam Neill, Florence Pugh, Clara Lago y Ella Rae-Smith. Música: Roque Baños. Estados Unidos /Reino Unido, 2018. 1 hora 45 minutos.
Tráiler: