Este relato de la famosa escritora barcelonesa -quien fue miembro de la Real Academia Española y Premio de Literatura Cervantes 2010- se encuentra incluido en el recopilatorio «Todos mis cuentos», editado por Random House Mondadori. Allí, la novelista describe en estilo bellamente tierno la historia de una niña enferma (Paulina) y Nin (un muchacho ciego) de orígenes distintos, y los que se conocen en un necesario retiro para ambos. Se trata de un argumento de extraordinaria sensibilidad y humanidad, que se refiere al valor de la amistad, de la libre sabiduría de los niños y de la renovación que estos encarnan.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 20.11.2018
«La niñez es el corazón de todas las edades».
Lucian Blaga
Preliminar
Soy padre y he leído muchos cuentos a mis hijas e hijo, ahora que ya son mayores y en espera de hacerlo con los nietos leo habitualmente a mi mujer Paula. Jamás una lectura me ha emocionado tanto como esta, es tan rotundamente bella que la impresión de alegría me impedía seguir contando. ¡Gracias Ana María por semejante regalo!
Palabras que evocan
Son muchas las conmovedoras palabras del cuento que emocionan, que transportan a esa infancia vivida, a esa niña o niño que siempre somos (aunque a menudo lo asfixiemos en el traje adulto). Frases de evocación de la mirada y el sentir inocente que es pura sabiduría. Paulina es quien narra la historia y junto a Nin encarnan esa bella inocencia. Unas citas para saborear las palabras que la escritora pone en la niña:
“La casa de los abuelos era muy parecida a la casa que yo dibujo siempre. Apostaría cualquier cosa que se parece también a la casa que dibuja cualquiera de vosotros. En fin, una casa como debían ser las casas, a no ser que sean castillos”. O la casa esencial con tejadillo a dos aguas, chimenea y puerta en arco que tantos niños dibujan a pesar de no verlas en su entorno.
“Las historias de la abuela eran muy diferentes a las de los libros. Sabían a pan y avellanas (digo eso, porque me las contaba a la hora de merendar)”. O la asociación de sabores, olores, sonidos de la infancia que permanecen en nosotros más allá del olvido adulto.
“Duerme, me dijo. Despacito arregló mi ropa. Todo estaba en sombra, y sólo se veía una luz medio encarnadita, a través de las cortinas. Yo miraba con los ojos entrecerrados, porque ella había dicho: duerme”. O la agradable sensación de recibir cuidados, sentirse protegida o protegido y en agradecimiento hacer caso.
“El juego mejor que habíamos inventado Nin y yo era el de la cabañita. Nos sentábamos uno frente a otro. Entonces yo le contaba cosas a él y él me contaba cosas a mí. Yo le hablaba del colegio, de la tía Susana y de la ciudad. Él me hablaba de su casa de la ladera, del caballo y de la huerta. ¡Cuántas cosas sabía Nin a pesar de no ver! Porque, como me dijo María, Nin tenía mucho más sensible el tacto y el oído que cualquiera de nosotros. Y era verdad, que en cuanto yo entraba en la cocina levantaba la cara y decía: Paulina. Y eso que a veces entraba despacito, para darle una sorpresa. Pues enseguida levantaba la cabeza y tendía la mano hacia donde yo estaba”. O la complicidad entre amigos, la fiel amistad de la mejor amiga o el mejor amigo, la mano siempre tendida para todo.
La verdadera amistad
Paulina quedó huérfana de muy pequeñita y no recuerda a sus padres. Vive en la ciudad con su tía Susana una mujer muy estricta incapaz de entender y valorar su gran sensibilidad. A la niña le afecta la rigidez de la mujer quien llega a hacerle plantear la legitimidad de su especial forma de ser y de sentir. Paulina siente todo con intensidad, ve con ojos de pequeña poeta que evoca un mundo creativo y libre. Pero un día se pone muy enferma y le recomiendan un cambio de aires, así se va a vivir a las montañas con sus abuelos. Allí descubrirá que su «rareza» es entendida y elogiada, allí conocerá a Nin otro niño especial que será su mejor amigo, allí logrará ser útil al ayudar a superar miedos y dolores de su amigo y de sus abuelos, y allí será determinante en una revolución social.
Nin es un niño muy sensible nacido en las duras montañas, un niño nacido ciego pero que «ve» mucho más que otros. Un niño que también enfermó y que cada invierno va a vivir a la confortable mansión de los abuelos de Paulina porque en su humilde casa hace demasiado frío, sus padres son aparceros que trabajan las tierras propiedad de los abuelos. Nin, aunque se siente bien con los señores y su servidumbre, añora sus padres, añora su hogar.
Ni Paulina ni Nin habían tenido antes un auténtico amigo en quien confiar plenamente para compartirlo todo, para ser comprendidos y respetados por otro. Ella le explica su pena por no tener padres y convivir con una tía rígida e insensible, él por alejarse cada invierno de los suyos y por no poder estudiar ni casi ayudarlos.
Al vivenciar la limitación y pena de su amigo, Paulina se da cuenta de que el mundo es más amplio que su mundo, se da cuenta que él está peor que ella. Así, le ayuda no sólo a ser feliz en su estancia allí sino que además le enseña a leer y escribir mediante un peculiar sistema que inventa para él. Los abuelos y su servidumbre quedan fascinados y alaban a la creativa maestra y al inteligente alumno. Paulina ayuda a Nin y Nin a Paulina al hacerle ver más allá de su ombligo y al hacerle sentirse útil.
Ser útil
Paulina siempre había sido criticada y limitada por su tía, dudaba de sí y se creía fea. Pero en casa de los abuelos todo cambia, recibe su amor y el cariño de los que trabajan allí. Y gracias a Nin descubre que es útil, se siente satisfecha por sí misma y por el reconocimiento de los demás (incluida Susana quien pasa las navidades con ellos y por fin la valora).
Es en las navidades cuando Paulina ayuda a su abuela, a su abuelo y a los niños de los aparceros que comen allí con sus familias invitados por los abuelos. La abuela guarda los juguetes de sus hijos en la buhardilla, un hijo murió siendo pequeño y ya adulto fue el padre de Paulina quien también les dejó, los otros hermanos se marcharon sin querer saber de ellos ni interesarse por las tierras. Los abuelos, en especial la abuela, viven apenados; la casa transmite esas ausencias y Paulina lo percibe. A ella se le ocurre otra idea y la expone a su abuela: “No tendrás más pena pensando en los niños que se fueron si les das los juguetes a otros niños… y ves y oyes cómo juegan otros niños… Los recuerdos se tienen dentro y aunque no tengas los juguetes, te acuerdas igual de ellos”, con el apoyo del abuelo consigue que la mujer haga subir a todos los niños de los aparceros (Nin incluido) y se los regale. A los pocos días la abuela le agradece de corazón a su nieta: “Estoy muy contenta de haberlo hecho. Ahora entro en aquella habitación, abro el armario y siento mucha paz. ¡Mucha paz y ninguna tristeza!”.
Paulina ha renovado a su abuela y a su abuelo, lo ha logrado con su sabia intuición de niña, la sabiduría innata de la infancia no condicionada, la sabiduría creativa que desafortunadamente tantos adultos ni entienden ni atienden. Pero los abuelos sí que lo hacen y eso es un beneficio para ellos, para todos. Un beneficio que llegará mucho más lejos cuando comprendan, gracias a su nieta, todo el dolor de Nin.
Los padres de Nin no pueden acudir a casa de los abuelos por el nacimiento prematuro de su nuevo hijo. Nin se entristece por no verlos y por la carga que va a suponerles para ellos otro niño más (en especial para su madre, quien como todas las mujeres del lugar habrá de trabajar la tierra con el hijo a cuestas). Afectado acaba enfermando y débil escapa rumbo a su casa, afortunadamente logran encontrarlo, temen por su vida pero finalmente se recupera. El abuelo se informa por Paulina del porqué de la huida de Nin y toma decisiones renovadoras-revolucionarias. Aloja temporalmente a sus padres y hermano en su mansión, decide reformar la maltrecha casa familiar e incluso regala las tierras a todos sus aparceros.
Paulina y Nin han sido los artífices de una revolución en una familia de amos, de posesiones. Por muy buena predisposición que tenían los abuelos a ser unos amos cercanos (acogían a Nin cada invierno), son los dos niños los que les hacen ver y ser plenamente empáticos. Los abuelos vivían aferrados al dolor de su pérdida, a un tiempo pasado “mejor” sin darse plena cuenta del presente. Los juguetes es su primera liberación y las tierras es la liberación definitiva. Su descendencia no las quiere y Paulina tampoco. El abuelo se lo consulta y ella muy concienciada porque conoce las duras condiciones de los aparceros le responde entusiasmada que sí añadiendo que “si es verdad que cambio como dicen que cambia la gente con los años… hazlo pronto, antes que sea tarde”. Paulina, como niña amorosa que es, prefiere el compartir a la posesión exclusiva tan dominante en la visión adulta; ella junto a su amigo encarnan la inocencia, la humildad, la sinceridad y la valentía, ellos son los revolucionarios que logran transformar un mundo anquilosado. Un anquilosamiento que incluso los trabajadores aceptan con absurda resignación, en palabras de la anciana María hablando de las malas condiciones de la casa familiar de Nin: “¿Y qué le vamos a hacer? Son pobres y no se puede hacer otra cosa”. Pero sí se puede, se puede desde el amor y su rotunda verdad; así la revolución de Paulina y Nin arraiga en la tierra de sus ancestros.
Amar la tierra
El abuelo y la abuela, al igual que la gente que vive y trabaja en sus tierras, aman la tierra. Nin ha nacido allí y la ama con todo su ser; Paulina a quien siempre le ha gustado aprende a amarla como ellos gracias a todos, en especial gracias a Nin. Y como niña poeta que es, reflejo de la autora poeta y siempre niña Ana María Matute, acaba su relato con estas bellas palabras de amor a ella:
“Miro y miro la tierra, y cuanto más la miro creo que comprendo mejor a todos los que me rodean. Cuando me marcho de aquí, sigo llevándome a la tierra dentro de los ojos y me digo que es difícil, quizás imposible, vivir lejos de ella. La quiero cuando llueve y forma charcas como trozos de espejo, quieto y brillante, y bajan a beber los pájaros, de sopetón, como un grito; cuando se seca bajo el sol, y allá lejos se levantan nubecillas de humo”.
Dedicado a todas las niñas y niños, en especial a todos los de mi vida que afortunadamente son muchos.
Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: La escritora catalana Ana María Matute Ausejo (1925 – 2014).