El rector de la Universidad Diego Portales y columnista de «El Mercurio» escribe un libro de catálogo pedagógico, un manual de clases universitarias que servirá para extracto de abecedarios escolares, en un texto que llama a mirar con calma y lejanía a esos jóvenes que trataron de incendiar al Chile de la política de los consensos.
Por Alberto Cecereu
Publicado el 26.5.2020
Carlos Peña nos ofrece una mirada sobre los hechos de octubre de 2019, a través de Taurus, en un lanzamiento más sobre la materia. De seguro, Peña escribirá más de una vez sobre estos hechos y serán una decena de pensadores y figuras públicas las que lo harán.
El autor se arroja la autoridad intelectual de ir por este análisis a pesar de que aún estamos en el medio de ello. Lo más probable, es que la meseta de la pandemia ha provocado este paréntesis dentro de la crisis de octubre. Pero Peña tiene autoridad intelectual. Sin duda. La tiene desde que estudió y analizó al bueno de John Rawls y lo ha seguido, con la defensa de la filosofía como una aproximación del mundo.
Peña González, en una parte de su escrito, dice que: “todo lo que sucede tiene un sentido” y que este concepto que es propiamente occidental ha permitido sustentar gran parte de la cultura moderna. Concordamos, cómo no. El libro del rector Peña es parte de esta sucesión de sentido. Integra de por sí, el sentido de los asustados. No por nada, el autor, observa desde la comodidad de su posición académica, siempre alejado. Como un sociólogo que observa y anota. Un entomólogo que mira con su lupa a los insectos del jardín.
Este observador tiene una obsesión por la descripción, la que por sí es buena, pero carece de sentido ideológico, toda vez que pensamos la ideología a partir de la lectura que realiza Althusser: “La ideología interpela a los individuos como sujetos”. Para Peña no. Sesgado por su afán utilitarista, sólo se lanza a utilizar autores para describir y explicar el susto que tiene ante los sucesos y hechos de octubre de 2019.
Teun A. van Dijk en 1998, en su ejercicio de comparación entre ideología y lenguaje, afirma que ambos son sistemas, sociales y abstractos, toda vez que son: “compartidos por grupos y usados para llevar a cabo las prácticas sociales cotidianas, es decir, el actuar y comunicar”. Pero no, Peña se reduce a sí mismo, en la iteración dominical: escribe una columna larga como un libro, o en su defecto, una recopilación de estas.
Platón elaboró la teoría de la República como una consecución utópica. Con aquello, el filósofo visibilizó las dificultades propias que tenía la polis griega. Admitió la división de la figura del hombre entre un pequeño puñado de hombres libres ante una masa indeterminada, para elaborar una metodología de gobierno. En el hombre, mora un principio moral. Principio que es rector de la sociedad misma: la razón. Sócrates le dice a Crátilo: “¿Ves, pues, amigo, que hay que buscar una rectitud distintas de la imagen y de las cosas que ahora mencionábamos, y que no es necesario, aun cuando le falte o se le añada algo, que deje de ser imagen?”.
El autor de Pensar el malestar, al igual que un maestro griego, nos interpela a usar la razón. Sin duda. Qué es eso, sino cuando al describir el malestar social, Peña, nos dice que hay tres explicaciones para ese fenómeno: “La primera atinge a las generaciones; la segunda es relativa a la índole del mercado; la tercera se relaciona con las expectativas”.
El autor, explica aquello, en base a una tesis que abriga, definida en unas páginas anteriores: “Una forma de comprender hasta qué punto esa no era más que una asignación de sentido y no una exploración de las causas del fenómeno consiste en volver, con más calma de lo que hemos hecho hasta ahora, sobre la distinción entre las razones normativas y las razones explicativas de una determinada conducta”. De nuevo, por tanto, tenemos el autor, que, en un ánimo pedagógico, distingamos con calma, como dice, a observar la cuestión de los hechos. Me hace recordar a Leslel Kolakowski y su defensa del racionalismo, pero no con la densidad del polaco.
Acto seguido, Peña afirma que: “lo único que podríamos concluir es que el discurso filosófico de la modernidad, cuando se trata de la política, es al mismo tiempo una afirmación de la libertad y una descripción cuidadosa de aquello que lo amenaza”. Pero no descubre nada nuevo. Aquello es un continente ya explorado. Entonces me extraña. Pareciera que Peña viera los acontecimientos de octubre como la guerra de Troya, que no es otra cosa que el resultado de la maquinaria de los dioses y el designio, los errores y las pasiones de los humanos.
¿Dónde está para Carlos Peña, la conciencia social? ¿Dónde está en su ensayo, el análisis de los elementos de una compleja estructura y sistema de percepciones sociales? ¿Dónde está, en su retórica, que nombre y busque sentido a las relaciones sociales concretas, vividas y legitimadas, que llevaron a que haya sucedido lo que aconteció?
Carlos Peña escribe un libro de catálogo pedagógico. Manual de clases universitarias. Para extracto de libros escolares. De seguro, estará en las bibliotecas de conservadores y cómodos con el Chile que trataron de incendiar estos jovenzuelos, que el autor, llama a mirar con calma y lejanía.
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Alberto Cecereu (1986) es poeta y escritor, licenciado en historia, licenciado en educación, y magíster en gerencia educacional, además de redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: La Tercera.