Poemario mítico y fundamental de la literatura nacional, el volumen publicado en 1970 por la desaparecida Ediciones Tebaida-Mimbre, y con el auspicio del Departamento de Artes Plásticas de la antigua sede de la Universidad de Chile en Antofagasta, y con portada e ilustraciones de Guillermo Deisler (programador e impresor del texto), fue reconocido por históricas voces de las letras latinoamericanas —entre ellas Jorge Teillier, Roberto Bolaño y Omar Lara— como un referente ineludible al momento de escudriñar en la estética de sus propias bibliografías autorales.
Por Daniel Rojas Pachas
Publicado el 20.8.2020
Perro del amor es un poemario de culto dentro de la literatura chilena. Su lenguaje rudo y desencantado, agónicamente sexual y abierto al desamparo más íntimo del ser, logra en su consecuente “parquedad de epitafio”, como lo caracterizó en su momento Jorge Teillier, una profundidad extrema que con el correr de los años se ha macerado logrando, en su comunión con el dolor, altas cuotas de expresividad.
Welden con su perro nos conmina a la soledad más personal sin ignorar el sufrimiento que implican las relaciones sociales. En “Cadáver con fruta” (primera parte del poemario) explora los lindes de la cordura y el abandono priorizando la idea de suicidio y vejez como una muerte lenta y eversiva. En “De un tiempo a estas partes” (sección media del libro) ata nuestras conciencias ante el desasosiego familiar, y finalmente en “La manzana del gusano” (último cuaderno del texto) deposita toda su desesperación y furia ante el fracaso de la comunión última con el otro.
Se prioriza de este modo una noción que, a lo largo de todo el libro, gravita en torno al reconocimiento de la orfandad natural del hombre, agotando todas las posibilidades de interacción desde las más solipsistas hasta las que perciben en el clímax sexual una condición previa a la languidez del espíritu que termina por asumir de modo abismal su incomunicación intrínseca.
Hay que destacar que el autor en la construcción de esta atmósfera de sincera asfixia y desgarro, gesta una voz peculiar y única para la poética del norte de Chile. Espacio ineludible al referirnos a Welden, pues su obra está íntimamente relacionada con el extremo desértico y fronterizo de esta región del mundo.
Esto de ningún modo le resta universalidad al libro y a la voz del poeta, todo lo contrario, su presencia marca un hito aún no superado en la continuidad creativa de estas latitudes.
La génesis de Perro del amor es reveladora y digna de ser reseñada. El título se remonta a los 70 en el marco de los años previos al apagón cultural; fenómeno de fisura y supresión que traería la dictadura y que afectó de modo directo al autor y su generación.
Social y culturalmente numerosos proyectos fueron abortados, esto marcaría el sino y difusión de la obra y en paralelo el fin de Tebaida Poesía, revista editada entre 1968 y 1973 por Welden y Alicia Galaz Vivar, compañera del escritor, fallecida en el 2003 y destacada escritora y académica de la ex Universidad de Chile con sede en Arica.
Situados en aquel periodo de fertilidad previo al quiebre de lo que algunos han señalado como la época de oro de la poesía del Norte Grande y en específico de Arica, podemos captar la edición de importantes libros como GRRRR, del grabador, editor independiente creador de Ediciones Mimbre y poeta visual radicado en Antofagasta, Guillermo Deisler.
Otra obra imprescindible de aquella época es Jaula grande para el animal hembra, de Alicia Galaz, y desde luego la que atendemos, Perro del amor, de 1970, y que aparece precedida por la obtención del Premio Nacional Luis Tello y, por ende, con un gran apoyo de la crítica que se prolongará positivamente con los años pese a su desafortunado destino, su desaparición de los anaqueles y bibliotecas. Pese a los avatares, Perro del amor se vuelve un libro intertextualmente consultado por poetas. Así surge el carácter de leyenda del autor, al punto de gozar de una resonancia universal que por medio de la palabra libre y directa ha trascendido los pliegues de la memoria y las fronteras del imaginario.
Muchas historias se centran en torno a la obra, peregrinaciones erráticas coma la de Javier Campos y sus compañeros que cruzaron el desierto de Atacama en una odisea en pro de contactarse con el escritor; no hay que ignorar tampoco las señas y referencias de laureadas voces de la literatura latinoamericana contemporánea como Jorge Teillier, Roberto Bolaño y Omar Lara que reconocen en Welden un referente ineludible.
Desde impensados rincones del mundo como Panamá, Argentina, España y Norteamérica recibimos noticias del autor. Carlos Marchant, Arturo Volantines y Rolando Gabrielli son algunos de los poetas que remarcan la importancia del creador, siendo Estados Unidos uno de los puntos clave para la difusión de la voz de Welden y Perro del amor en las últimas décadas. Dave Oliphant, el mismo que tradujese a Lihn al inglés, nos entrega una cuidada y preciosa reedición bilingüe del libro la cual mantiene parte de la estética visual del texto primigenio al conservar las ilustraciones de Deisler. Esta versión se conoce con el nombre de Love Hound.
También es necesario mencionar en torno al estado del arte de Welden, que durante el incipiente discurrir de este nuevo siglo, la leyenda inubicable y sumida en un silencio de casi cuarenta años, reapareció durante el 2006 a través de Lar Ediciones con el texto Fábulas ocultas. Libro que inicia con una traducción libre hecha por Welden en torno a las ideas de Rainer Maria Rilke y que desde sus primeras páginas nos provee de un faro que nos ilustra al momento de reconstruir esos momentos escamoteados y pasos a ciegas que, ante su voz, muchos lectores dimos.
Sin embargo, volviendo a Perro del amor, podemos señalar que aquel libro de alma adolescente, sonido y furia plural, goza de un talante de delirio. Fruta codiciada por poetas jóvenes en busca de iluminación y que hasta hoy preguntan e indagan royendo las páginas de la historia como quien casca un hueso que permita esnifar la huella del legado del poeta. Ejemplar es el caso de los pasillos y cátedras de literatura de lo que hoy es la Universidad de Tarapacá en Arica, en esos edificios un rastro se sobrepone a la fisura y olvido que generó el violento tránsito que tomó de golpe a nuestro país.
El mordisco que la palabra de Welden hizo a nuestra realidad se impone y discurre como una imagen mítica que resuena en versos potentes como el que transcribo a continuación y que sirve como introducción para desarrollar un análisis al poemario de modo integral:
Las moscas ocultan el corazón
porque el corazón es una magnífica bosta.
(“Axioma vital”)
Perro del amor, dividido en tres cuerpos, “Cadáver con fruta”, “De un tiempo a estas partes” y “La manzana del gusano”, cada una con una temática propia, mantiene sin embargo campos semánticos en común que se repiten y fomentan una asociación como estructuras independientes que definen de distintas maneras la agonía vital, biológica y existencial del hombre.
El punto que une los tres cuerpos es una concepción de mundo entendida como sufrimiento, agon/lucha. Allí el ser navega en la búsqueda y síntesis de sí mismo. El dolor parece ser en la obra de Welden lo único real y auténtico que queda para nuestra especie.
«Cadáver con fruta»: Una mordida directa a la sensibilidad
“Cadáver con fruta”, primera parte del libro compuesta por los poemas “Credenciales”, “Advertencia”, “Axioma vital”, “Sobremesa”, “Vaivenes”, “La fiesta” y “Superhombre”, coquetea con la muerte y soledad presentándonos retratos de vidas situadas en un profundo abandono. Estas intrahistorias colapsan colgadas, pendientes como cuadros que delatan el suicidio y desahucio en amas de casa, ancianos y oficinistas. Gente común que libra su desencanto ante la existencia con las únicas armas que su devenir le ha permitido, lo cual no implica que estos cadáveres o enfermos terminales ostenten un mensaje trivial. Su decir perentorio y profundo vislumbra épicas miserias que han sido llevadas con un estoicismo mudo y que ante el agotamiento y el hartazgo del calendario y la superficial cotidianidad, tan dañina, tan punzante, persiguen resolver en la horca:
Fulano de Tal, de infeliz memoria,
acogido al desencanto y criado en la impostura,
(…)
Mientras se sube a la silla
y al cuello ajusta la soga.
Similar a la dupla de Beckett que espera a Godot, todo se vuelve en la vida de estas voces una dilatada pelea contra la nada, un tira y afloja contra algo que se desconoce y anhela y que ante la inminencia de su absurdo e inutilidad, sobreviene la amenaza de poner fin a la espera con la aparente sencillez y carácter categórico de la autoeliminación. La diferencia con la obra del irlandés está en que aquí la rama no se quiebra como un recurso de último segundo, por tanto, la llamada de auxilio no llega jamás acrecentando con desnudez aquel grito dirigido al vacío que Welden irá aumentando en decibeles en sus poemas:
Credenciales remata.
(…)
En alguna parte de la casa
el teléfono que llama, brevemente,
demasiado tarde.
(“Credenciales”)
Otro texto de “Cadáver con fruta”, advertencia, denota el cruel desamparo al mostrarnos cómo un hombre dialoga en vida con estériles objetos, seres acompañados en su inercia por sonidos pétreos y notas cargadas de nostalgia. La vida que antaño detentó, un recuerdo y que hoy sólo es una emulación pobre de lo que puede significar para el ser humano la calidez y compañía y su trato con la alteridad. Anticlimáticamente el texto concluye en una mayor ausencia:
Al cajón le ajustaron las manillas por dentro
para que esa mañana
se condujera solo al cementerio.
(“Advertencia”)
El poema “Sobremesa” repite la idea del ser colgado, amarrado entre días oscuros de una rutina preñada de muebles viejos y ruinosos como restos de una guerra; a la manera de Millán y con una economía del lenguaje, Welden edifica un apocalípsis doméstico desde la perspectiva de la mujer sepultada por utensilios y trastes que pusieron precio y determinación a su vida.
“La fiesta y el superhombre”, en cambio, llevan el desamparo doméstico a los límites de la vejez, se expone el abandono de las fuerzas y la languidez del cuerpo a través de lo escatológico que juega un rol preponderante: diarreas, incontinencia, falta de control en las extremidades y el deterioro de la memoria, señales que rebanan y emasculan en estos casos al macho:
De este lado siempre estamos vivos,
con diarreas ocasionales, suaves úlceras abiertas,
la arteriosclerosis hasta en los testículos.
(“El superhombre”)
Un símbolo poderoso que vale la pena destacar es el mar como fondo abisal, como imagen del eterno retorno, las olas y en general el vaivén de los líquidos grafican un proceso tedioso, el regreso a uno mismo al punto de llevar al hablante hasta el contacto con su liquido amniótico y su desplazada biología. Una y otra vez como un ahogo necesario vemos en los versos de esta parte del libro imágenes como:
Mi vómito se arrastra remando cama abajo.
(“La fiesta”)
Pero estimo necesario esperar todavía
el amaino de la resaca
para amarrar mi cuerpo
a la roca semisumergida,
cerrar los ojos y abrir la boca
y esperar, nuevamente,
a que suba del todo la marea.
(“Vaivenes”)
Por último, “Cadáver con fruta” pondera la noción de ocultamiento como parte del axioma vital que determina la generalidad del libro, un corazón podrido que los hombres ostentamos. Motor depredado por moscas que ocultan su real materialidad.
A fin de cuentas, estamos ante pura biología, una bosta o pedazo de estiércol que nos mueve y duerme en nuestro interior, y el hombre como proyección de aquel músculo recubre su posibilidad de ser, con una coraza dura e impenetrable, un cáncer solitario hecho de trabajos, objetos y horarios que nos reifican.
«De un tiempo a estas partes»: La exuberancia en la parquedad
La segunda sección del libro, titulada “De un tiempo a estas partes”, compuesta por cinco poemas, “Fotografía”, “Statu quo”, “Reincidencia”, “Las presas son” y “La muerte en boca de alguien”, enfrenta la agonía desde otra perspectiva. Se trata del dolor y orfandad de aquel que en compañía se siente en un mayor abandono. De la frustración que este sentimiento provoca emerge la violencia al interior de la familia, en algunos casos ella resulta explosiva y en otros pasiva. Hay dos textos que nos sirven para graficar claramente la crisis en el seno de la civilización y sus gregarias instituciones.
En “Fotografía”, Welden juega con la iconicidad de la rabia implosiva albergada en el fuero del hablante, una especie de sino de odio y represión que se carga producto de un pasado de abuso y maltrato generado en el infante por parte de quienes mayor seguridad y cariño le debieron garantizar:
Lo que nunca nadie fue en mi familia
y todo lo que rechazaron (…)
lo tengo aquí en mí protegido
con la fuerza esa que tuvo mi padre
la noche que golpeó a mi madre
embarazada de mi hermana menor.
(“Fotografía”)
El otro texto, “La muerte en boca de alguien”, directamente nos habla de un retrato, un retablo de la familia y el juego de las apariencias. Todo lo que uno espera y no es, pulido ante el filtro que realiza el ojo ajeno, en este caso el del camarógrafo y el de aquellos futuros destinatarios de la imagen. Apreciamos un minuto congelado de pretensiones que el autor satiriza, describiendo con sorna las antípodas de cada miembro, niños en calma, padres unidos, para concluir con una sentencia que recuerda el popular adagio: “No hay muerto malo”:
Tuviéramos que reunirnos de nuevo de esa manera
Alguna tarde en estos años, nos encontraríamos
Con más de un cadáver peinándose para la pose.
(“La muerte en boca de alguien”)
“Reincidencia” en cambio se adentra en otro sentimiento familiar de soledad y abandono el cual podemos entroncar con el eterno retorno que Welden ya dibujó en los primeros poemas del libro. En esta parte, a diferencia de “Cadáver con fruta”, la redundancia y reiteración ineludible se da en torno a las castas, como diría Márquez, como la condena de una estirpe llamada a la extinción y al olvido:
Y regreso para conocer a mi abuela:
mi abuela tuvo a mi madre, mi madre me tuvo a mí.
yo comencé a esperar sentado a que me llamasen, luego
me puse de pie, ahora
voy hacia allá pero no encuentro a nadie.
(“Reincidencia”)
El autor además no elude el uso de la ironía en sus trabajos, el poema “Las presas son” muestra un patético caso, la depredación del hombre sobre otras especies que por medio de un cotidiano mural, la cena y preparación de un pollo, nos evidencia la crueldad y separación del cuidado materno, la orfandad como una humorada familiar; síntoma de insensibilización:
Se rompe el huevo y sale el pollo dando píos
de infinita imbecilidad, tambaleándose por el nido,
(…)
Mamá, ¿dónde estás?
Alguien contó la historia al almuerzo.
Se rieron todos, se rieron mucho
Me reí yo, con la cazuela en la boca y pregunté:
La mamá, ¿dónde está?
Por último el inconsciente y la represión infantil que presentara “Fotografía” encuentra su entronización en el poema “Statu quo”, en el cual se promueve la idea de no repetir los errores del pasado, enfrentar el símbolo y lo sagrado de ciertos ídolos e instituciones, en este caso las imágenes paternas de las cuales se rehúye con tal de no regresar a su pasiva genética:
Vuelve a mí la terrible angustia
de la infancia, esa timidez
conocida, y es preciso que no me mueva
para no caer,
como mi padre y mi madre,
como tanto ídolo roto de esos años.
(“Statu quo”)
«La manzana del gusano»: Una visceralidad perentoria libre de retóricas
Finalmente, el último cuaderno de Perro del amor, “La manzana del gusano”, compuesto por poemas como “Bitácora”, “Autobiografía”, “Sacrificio”, “Aquelarre”, “Justina velocísima”, “La forma más rugosa del amor”, “Los 28 días del árbol”, “El dorso de la mano”, “Las intenciones”, “El apóstata” y “Me hubiera gustado quedarme aquí”, trabaja la noción agónica central pero atendiendo a las relaciones interpersonales. El dolor en estos casos sobreviene no tan sólo producto de la ruptura sino debido al encuentro y lo que implica, la imposibilidad de sintetizarse y hacerse uno con el otro.
El autor aquí expande la idea inicial, pues si en “Cadáver con fruta” vemos la degradación del núcleo humano, su corazón y los móviles que finalmente lo encierran y consumen como una suma de insectos carniceros, en la manzana del gusano comprendemos los remanentes de esa fruta, de ese núcleo también intervenido por seres carroñeros, gusanos que se alimentan del amor y sus aspiraciones.
Por ende, las relaciones que nos expone Welden nacen con un germen de caducidad, son una forma de proyectar el desasosiego y la compañía en tal medida no soluciona el desarraigo, el ser sigue invadido y domesticado producto de su soledad y al final parearse sólo consigue acrecentar el desazón, suma dos y sucesivas soledades en cada intento de vinculación con el otro.
De cualquier modo, esto lejos de ser una visión pesimista y moral, nos demuestra que la ética de Welden es con la palabra, con su propuesta estética y la manera que tiene de detallar los senderos artificiales que han encerrado al hombre en un camino extenso y sin regreso que desemboca por muchos atajos y desvíos que se tomen, en la confrontación misma del abandono al que hemos sido arrojados y el cual alimentamos con nuestra agonía diaria:
En “Bitácora” dice:
Amo la coronta de la manzana comida por ti,
dejada en el cenicero, entre mis colillas,
(…) como para que yo simplemente los mire
y recuerde que donde ahora estás no es lejos,
pero que nunca conoceré el camino.
Y en “Autobiografía” remata:
Noches de insomnio y las más
de locura gravitando
en torno a tu presencia
siempre viajera pero
no eres culpable ni
yo lo soy
así es que sigamos en lo mismo:
huyendo
y persiguiéndonos con palabras.
Welden muestra en este poema cómo las rutas del hombre siempre rozan desde lo biológico las trampas de lo inmaterial. La abstracción como una cárcel, como un escudo que oculta la esencia real que es tan sólo somática y no desesperadamente metafísica. Por ende usamos aquellos instrumentos de nuestra lógica para la negación y la palabra aparece como una superstición, como un paliativo para el dolor y un amuleto, recordatorio de aquella agonía, una carta del pasado que será leída en otro contexto tal como aparece en los poemas iniciales “Advertencia” o “Credenciales”, lo cual refleja el eterno círculo de perpetrarnos, trascender en nuestras creaciones y conceptos para luego ser guillotinados por la insustancialidad del mecanismo y su incapacidad para explicar, para resumir una vida y sus necesidades:
Una canción de boda compuesta de aire inmóvil
de tierra seca, para darte una nueva dimensión
de amor, deposito en un embudo de papel
por la cerradura de la puerta de tu casa, mientras
me vuelvo viejo regresando a mi polvo y a mi noche.
(“Me hubiera gustado quedarme aquí”)
Estas voces además nos presentan formas peculiares de aproximarse a la inmensidad que representa la mente y cuerpo femenino, su calor e incertidumbre. Hay, junto a las formas tradicionales que podemos vincular al lirismo más tradicional y a los ámbitos oníricos de la poesía vanguardista, un elemento propio y característico de la poesía de Welden que llama la atención y que podemos reconocer en la escatología, desgarro y ámbito hedonista que se comunica con los flujos y la carne primariamente. Por ejemplo en “Aquelarre” nos dice:
Tu llamamiento es lupino: acudo a la carnada
tendida de tus senos y arrojo mi hocico
como gubia dislocada en tu blandura feroz.
(“Aquelarre”)
En “Sacrificio” añade:
Ahora que los dioses
han desechado la sangre mía
por la leche de tus senos.
(“Sacrificio”)
Y finalmente el onanismo y la autocomplacencia, Welden la vincula a una forma suprema de estimación y nostalgia desafiando las expectativas del lector y las miradas canónicas y limitadas del amor. Esa admiración que se puede tener ante el objeto del deseo.
En “La forma más rugosa del amor”, dice:
Resto soy de una terrible masturbación
(…) y quise entonces vaciarme enteramente
(…) prolongué mi acto más y más
lo más que pude y comencé a recordar
tantas cosas de otro tiempo:
que no voy a enumerar aquí ni en ninguna otra parte…
Welden en definitiva consigue plasmar, en este libro de veintitrés poemas, un compendio de la existencia como lucha, la vida como dolor, y explora en tres dimensiones, diversas pero conectadas, el sufrimiento personal, y desde allí la relación que cada hombre y mujer tiene con los otros, la familia y su pareja, desarrollando las implicancias y efectos con una visceralidad perentoria libre de retóricas no sólo en la elección de los cuadros sino en el manejo del lenguaje, lo cual da un carácter propositivo a la obra y a la relación del texto con su lector, pues más que aleccionarlo o intervenir en su forma de pensar la realidad con la soberbia de grandilocuentes versos, busca la exuberancia en la parquedad dejando las cicatrices de una mordida directa a la sensibilidad.
También puedes leer:
—La poética de la retaguardia chilena: La revista Tebaida (fortaleza del desierto de Atacama).
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Daniel Rojas Pachas (Lima, Perú, 1983). Escritor y editor chileno-peruano, dirige el sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo barroco y Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla, y las novelas Random, Video killed the radio star y Rancor. Sus textos están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su weblog.
Imagen destacada: El poeta Oliver Welden (1946).