El recuerdo que el director de nuestra plataforma, Edmundo Moure Rojas, hiciera del refugio ubicado en el centro capitalino en una de sus últimas crónicas, y de los autores que se reunían en sus mesas e histórica barra, motivó la respuesta lírica de uno de sus integrantes, y un especial recuerdo del ya desaparecido Tote, Aristóteles España [Nota de la Redacción].
Por Álvaro Ruiz
Publicado el 25.1.2022
LA FACULTAD POÉTICA DEL MUNDO INTERIOR
Aristóteles España (Castro, octubre de 1955 – Valparaíso, 28 de julio de 2011).
Para mi amigo poeta y cineasta César Hidalgo,
quien filmó el imaginario del Hospital.
En el hospital Psiquiátrico de Valparaíso,
Aislado del mundo por ventanales y agujeros,
Con terapias y dosis de extraños líquidos
Cuyos nombres no recuerdo,
Descubrí que nunca había amado a una mujer.
Amé una Causa,
Amo la Palabra,
Amo la nieve, el viento, el desierto, la lluvia,
Amo los países y ciudades donde he estado,
Amo la muerte, los insectos, los gusanos, las gaviotas,
Los mitos, las leyendas, las ideas, los libros, las jirafas,
Las huellas,
Pero mi novia siempre ha sido la Poesía,
La música ha sido un amor inconcluso,
La pintura y el dibujo fueron pasiones que dejé ir,
El teatro fue y es una fuente de energía pues escribo
Y actúo frente a mi propio escenario;
En el cine he sido personaje y director solitario,
Guionista de mis aciertos y errores, con diversos nombres.
Pero nunca he amado a una mujer,
Me gustan las mujeres, he vivido con ellas, he procreado hijas
Que perdí para siempre y me aislé en la soledad de mi biblioteca
Escuchando a Vivaldi, Mozart, Beethoven,
A los pájaros de mis casas o departamentos
Asistiendo a extrañas reuniones conspirativas con poetas
Y los eternos asiduos al Poder.
Cada una de mis mujeres han sido tiernas, expertas en calendarios,
En lingüística, educación diferencial, psicología, leyes, física cuántica,
Y yo les ayudaba a escribir sus tesis invadiéndolas con poemas,
Llevando a casa gatos abandonados,
Perritas en celo, a los que alimentaba con comida casera,
Sándwiches de tocino, carne de pavo.
Nunca les escribí un poema de amor,
Sólo mensajes encriptados de Verlaine, Lope de Vega, bodegas de Haikus,
De odas, y porfiaban para que celebre mi cumpleaños
Mientras yo leía las vocales de Huidobro, Rimbaud, Vallejo,
Literatura hindú, ridiculizaba a los Románticos,
A los ideólogos del Realismo Socialista,
A los viejos Modernistas en desuso.
Una tarde Payasita, me dijo qué íbamos a hacer con los cuadros
De Monet, Renoir, Gauguin, Rodin, Whistler,
Porque que había que pagar su parcela, su invernadero,
Sus triciclos, sus cremas, el gimnasio, sus zapatos italianos,
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Y yo le dije que no importaba, que lo lleve todo,
Que solo deje mis libros,
Que me deje solo, que se vaya a la punta de un cerro
Y me dejara vivir en la Belleza.
Que todo se lo lleve y pague.
Todo es mío, le dije, te lo regalo, no me importa tu presencia,
Empezaré de nuevo a buscar a esos maestros en algún lugar del planeta.
Se lo llevó todo y un año después la encontré en un bar de Buenos Aires.
Te he buscado, me dijo, sé que estás releyendo a Girondo, Lugones, Borges, Artl, Piglia,
Carriego, Sábato, en sus rincones, me lo dijo un librero.
Estaba bebiendo un gin tonic, una cerveza helada y la quedé mirando
Fijamente durante cinco minutos.
Quiero darte un beso, me dijo, vamos a mi hogar.
Pensé en los ejes en los cuales ha girado mi vida.
Pensé en los versos que estaba escribiendo a los cuales rescataba
De un pozo;
Pensé en mi exilio interior y exterior
Y me marché hacia el Río de la Plata a seguir leyendo.
Ella me siguió hasta el taxi y me fui para siempre.
¿Qué es el amor?, me pregunto.
¿Dar y recibir?
¿Aceptar a la pareja como es?
¿Trabajar una relación con lentitud, de a poco?.
¿Entregarse y entregar?
¿Tener miedo?
¿Quién dice primero que se quiere?
No el deseo, porque eso es fácil y se palpa.
¿Caminar, andar, mirarse, establecer vínculos perpetuos,
Respirar los mismos olores, hablar el mismo idioma?
Al salir del Hospital Psquiátrico de Valparaíso,
Pensaba en la Belleza, en la Autodestrucción,
Pensé adónde iría sin amar.
Y sin amor.
Era tarde, recuerdo, y comencé a llorar en una pieza desierta,
El llanto era tan grande que sangraba mi nariz,
El estómago, el alma.
Por supuesto, lloraba en silencio, sin música,
Como suelen los guerreros caídos llorar en las cuevas,
Como lloran los presos en los Campos de Concentración,
Y me enamoré de mi almohada, de mis pantalones rotos,
De un armario vacío, y acariciaba los dos libros
Que me acompañaban escritos por mí.
Después me enamoré de una radio a pilas,
De un par de moscas de la habitación,
De un candado que traía del hospital,
De una sábana con sangre,
De un vidrio roto del comedor de la Mansión.
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Donde intentan sanar mi alma.
No quería pedir ayuda y borré a todo el mundo de una posible
Lista de visitas y llamadas telefónicas.
Sólo Tac, mi personaje favorito estaba conmigo,
E intentaba descifrar mis poemas escribiendo con letras
Rojas, verdes, azules, la palabra «Amor», la palabra «Compañera»,
La palabra «Amigo».
Tac enloquecía pues empecé a enamorarme de nuevo,
Ahora del alfabeto, de los adjetivos sin vida,
De las metáforas con la palabra resfrío.
Una tarde llegó mi amigo el poeta Enrique Moro y lloré.
Una tarde llegó mi amiga psicóloga Cecilia Valdivieso y lloré.
Apareció mi amiga poeta y cantante Karen Devia y lloré.
El psiquiatra y las psicólogas me dijeron que estaba bien;
Que por fin lloraba.
Me dijeron que era un cebollín o una cebolla,
Ahora había que deshojar la armadura,
«porque las bibliotecas como tú no piensan»
Me dijo el director del Hospital Psiquiátrico.
Ahora tengo miedo,
Porque la Belleza hay que disfrutarla y no vivir en ella,
Y borré a Mallarmé de mi lista de lecturas
Porque lo tengo incorporado a mi acervo.
Tengo que caminar por un mar real y no metafísico,
Tengo que andar de nuevo por la nieve y no sólo
Escribir sobre ella,
Tengo que mirar a los pájaros y no conversar en los árboles,
Tengo que recuperar a mi búho y no inventarle un lenguaje
Para charlar sobre la «Poética Aristotélica»,
Tengo que dejarme querer para que pueda aprender a hacerlo.
Hay tantas, demasiadas cosas por conocer, demasiadas.
Hacer el amor en una selva con una mujer africana,
Porque no pude hacerlo en Moscú,
Pero ya es sólo una ilusión porque ella murió en la guerrilla.
Tengo que aprender a bailar
Porque sólo lo he hecho en los prostíbulos,
Tengo que aprender y aprendo a conocer mujeres
En su dimensión humana y no con sus personajes,
Tengo que aprender a vivir con mis libros
Y que no lo sean todo.
Tengo que aprender a escribir sin descuidar a mi futura pareja.
Tengo que ir al cine con niños y niñas a ver películas
Porque siempre seré un niño,
Tengo que aprender a decir «hola», «te quiero», «vamos a un río»,
Pero no en forma literaria.
Tengo que aprender a llorar y abrir mis sentimientos
Y no ser un robot en los cafés, en recitales,
Tengo que luchar por mi propia causa e intentar ser feliz.
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Con un pan, con un vaso de agua, con una naranja.
Entonces, tengo más miedo.
Miedo a enamorarme, pero ¿cómo decirlo?
El poema está en mis venas, en mis arterias,
En mi corazón, en todo mi cuerpo,
Y nada soy si no escribo.
«Puedes escribir lo que quieras»,
me dijo el doctor de la Mansión
Y trato de hacerlo,
Pero están los malditos conceptos, la semiótica, el estructuralismo,
El automatismo psíquico que revolotean en mi cerebro.
Entonces, intento escribir este poema desde el miedo,
Nunca he escrito desde el miedo, sólo sobre el miedo, sólo en el miedo
Mismo y siempre termino tiritando.
Ahora estoy más seguro, más feliz incluso,
Y no quiero enamorarme de esa palabra.
Ahora estoy en mi habitación lleno de hojas en blanco
Y tengo ganas de escribir un «Estudio sobre Vivaldi»
Y «La poesía de las 4 estaciones»,
Tengo ganas de correr por el techo,
Tengo ganas de alunizar en mi boca,
Tengo deseos de libertad y no escribirla.
«Se abre tu corazón», me dice Tac,
Mientras devora una hoja del cebollín
E intento terminar el poema sin 3 finales,
Sino con 20 finales abiertos como siempre he deseado,
Elegantes, misteriosos,
Que se abran a distintas interpretaciones estéticas, religiosas,
Ideológicas,
Y la lectora de este poema no me mire a los ojos.
***
Álvaro Ruiz Fernández (Ottawa, 1953), poeta de culto —con una docena de libros—, cronista dotado, fue uno de los integrantes más jóvenes en su momento de la Cofradía de la Unión Chica, que lideraba el príncipe Jorge Teillier y que reunía durante la década de 1980 a un manojo brillante, a contramano del poder y del contrapoder, de vates, escritores y visitas en cada encuentro en el mítico bar capitalino, en una verdadera universidad desconocida como diría Roberto Bolaño, y de la cual fue un dilecto alumno el director del Diario Cine y Literatura, Edmundo Moure Rojas.
Imagen destacada: Fotografía de Leonora Vicuña, en La Unión Chica, el día 24 de junio de 1983, con Aristóteles España en el extremo derecho.