Uno de los principales representantes del surrealismo chileno contemporáneo —un antiguo integrante del recordado y ya esfumado grupo Derrame— dialogó con el Diario «Cine y Literatura» acerca de su obra artística (que incluye los volúmenes de «Nudos velados», «Ventanas quebradas» y «Anuncio»), este último, un set de versos calificado por el prestigioso académico nacional Cristián Montes Capó, como «una expectativa del hablante de ser uno y consigo mismo», en un juicio formulado al intentar retratar esa búsqueda de otras realidades (cercanas pero ocultas a la vista) emprendida por el autor capitalino.
Por Fernando Arabuena
Publicado el 21.12.2020
Sale el sol, las calles muestran su movimiento habitual y la rutina va tejiendo los días, todo según las circunstancias que nos atañen como lo diría Ortega y Gasset. Pero es en esas circunstancias de lo cotidiano donde también podemos penetrar en el misterio, según nos cuenta Walter Benjamín:
“El misterio lo penetramos sólo en la medida en que lo reencontramos en lo cotidiano, gracias a una óptica dialéctica que nos presenta eso cotidiano en su condición de impenetrable, presentando a la vez lo impenetrable en su condición de cotidiano.”
De esta manera, no solo aquello que se revela a la habitual conciencia parece circundarnos, porque al igual que el mágico y nocturno París de comienzo del siglo XX , las puertas de la mente humana parecen seguir abiertas a los sueños, al inconsciente y la libre asociación de ideas que impulsara Bretón .
“Existen otros mundos, pero están en éste”, dijo Paul Éluard, levantando la dimensión de un lenguaje simbólico que desde la teoría psicoanalítica, encontró la independencia creativa más allá de la lógica. Así, pronto no hubo fronteras, y los ánimos vanguardistas de Enrique Gómez–Correa, Jorge Cáceres, Braulio Arenas y Teófilo Cid se juntaron en la la Mandrágora a finales de los años 30, el único grupo auténticamente surrealista de Latinoamérica, según Octavio Paz.
Pero en esa dimensión omnilateral del suprarrealismo fantástico y misterioso, también se derribaron las fronteras del tiempo, ya que desde sus telúricas cavidades aún emergen voces poéticas como las de Rodrigo Verdugo Pizarro (1977) integrante del grupo surrealista Derrame y autor de Nudos velados, Ventanas quebradas y Anuncio.
Un poeta chileno cuya obra ha sido publicada en revistas y antologías chilenas y extranjeras y traducida parcialmente al inglés, francés, italiano, portugués, polaco, árabe, uzbeko, rumano, búlgaro y catalán.
—¿Cuál fue el momento en que cruzaste el umbral para llegar a tu poesía y al surrealismo?
—Ese umbral comencé a cruzarlo ya en mi niñez. Viví durante algún tiempo en lugares marcados por sucesos paranormales, lo que condicionó en mí una inclinación hacia todo lo relacionado con el tema, y que al no formalizarse en estudios formales sobre la materia (no pude estudiar parapsicología), tuvo un alcance con el tiempo en mi adhesión al surrealismo.
Ya en mi adolescencia, y por razones de índole familiar, tuve una relación muy cercana con los libros, mi abuelo, Alejandro Pizarro Soto (primo del poeta Gonzalo Rojas Pizarro) era historiador y nos visitaba con bastante frecuencia, llevándonos cajas con documentos y libros sobre historia de Chile.
Este hecho, unido a que mi madre Patricia Pizarro Silva me llevara a recorrer en forma sistemática casi todos los museos existentes en el radio del centro de Santiago, despertó en mi un interés en el quehacer intelectual que después se volcó hacia la literatura.
En 1990 puedo fechar mis primeros textos. Luego en 1992, ingreso al taller de poesía «Isla Negra» del poeta Edmundo Herrrera en la Sech. Mis primeros textos poco y nada tenían que ver con mi temática actual, pero ciertas lecturas como las de Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Humberto Diaz Casanueva, Rosamel Del Valle y Mahfud Massis, poco a poco comenzaron a incidir en mi propia escritura, descubriendo y retomando en ellas aquella curiosidad inicial por el tema de lo desconocido.
Se sumaron a estas lecturas autores como: Gustavo Ossorio, Omar Cáceres, Jaime Rayo, Boris Calderón, Heriberto Rocuant, Damaso Ogaz, Hugo Goldsack, Juan Negro, Carlos de Rokha, entre otros, y ya en el 2000, lecturas más acuciosas de los poetas del grupo surrealista Mandrágora: Braulio Arenas, Enrique Gómez Correa, Teófilo Cid y Jorge Cáceres, gracias a mi acercamiento (ya en tiempos de mis primeros estudios universitarios) al Grupo Surrealista Derrame y un conocimiento más cabal de los manifiestos, de los tres manifiestos del surrealismo.
Es definitivamente con mi adhesión al surrealismo (cuyo primer descubrimiento fue en 1996 gracias a una antología de Aldo Pellegrini), donde logro homologar en la poesía aquella indagación de ese extrañamiento que atormentó mi niñez, puesto que el surrealismo al rechazar en primera instancia lo metafísico, incluye en esta dimensión de lo conocido las demás dimensiones. Esto se resume en un muy breve fragmento de Najda, de André Breton: «No es cierto que todo el más allá, está en el más acá».
—Tomando el “tercer anuncio” de tu libro homónimo: «Suda tinta la penumbra/ Dormimos en la habitación/ No cesan las embestidas del vaho contra la ventana», ¿ podríamos decir que las imágenes sudan su propia tinta en tu creación poética?
—La imagen debe cumplir idealmente con el cometido, al decir de Rimbaud, de arrancar a cada época su cuota de desconocido, ser regida por aquella razón ardiente (que proclamara Apollinaire) y conducir a la pura posibilidad (que predicaba Mallarmé).
A partir de mi primer libro Nudos velados, doy un lugar primordial a lo metafórico, a lo alegórico, a través de procedimientos como la sinestesia, sinécdoque, y muchas figuras estilísticas en tanto posibilidades de una simbolización de lo imposible (algo que es raigal en la poética de Olga Orozco), procurando no caer en un inventario de imágenes gratuitas; o como muy bien señalaba mi amigo el poeta Renato Yrarrázaval, no oscurecer la significación poética pero sí apelando al poder combinatorio de la imagen, a ese salto de la transfiguración a la revelación y viceversa.
«Es una imagen la que persigo, nada más», decía el poeta francés Gerard de Nerval, y tal vez aquello es algo que he buscado posteriormente en Ventanas quebradas, y que finalmente concluirá con Anuncio.
El empobrecimiento simbólico del mundo
—Walter Benjamin dijo: “Más ya va siendo hora de acometer una obra que esclarezca por fin y por completo la crisis de las artes de que somos testigos: escribir una historia de la poesía esotérica”. ¿Qué dices al respecto?
—Las artes entran en crisis cuando abandonan una búsqueda profunda y trascendental. Si hacemos un recuento histórico para más o menos fijar en qué periodo la humanidad comienza a despreocuparse por lo oculto, podríamos afirmar que fue con el triunfo de la razón en pleno siglo XVIII, teniendo una contraparte en el siglo XIX, con el auge en paralelo tanto del ocultismo como del romanticismo.
No constituyen un número menor los escritores y poetas que han tenido una vinculación con lo esotérico: Goethe, Rilke, Mallarmé, Pessoa, Balzac, Gautier, Yeast, Milosz, Orozco, Marechal, etcétera. Y a partir de aquello se podría generar con el rigor de la esoterología una historia como la que reclamaba Benjamin, que por supuesto continúa en el simbolismo y luego en el surrealismo.
Ahora bien, hay que tipificar en ciertos poetas una inclinación más tendiente al esoterismo y en otros al ocultismo, partiendo de la necesaria diferencia y delimitación que establece Èliphas Levi, y en ese sentido pongo ejemplos de nuestra propia tradición poética: Olga Acevedo, Alejandro Isla Araya, Francisca Ossandón, Carlos Cassasus, y también en varios autores de la Generación del 38, que de muchas formas respondieron a algo que Carl Jung calificó como «empobrecimiento simbólico del mundo».
—En las palabras de Breton, ¿es posible alcanzar donde nadie a llegado todavía, dando preferencia al lenguaje?
—Sí, en tanto la poesía es epifanía pre lingüística, ha sido ella la que ha llegado más lejos en la empresa de lo indecible.
—Cuando el poeta Saint-Pol Roux se iba a acostar por la mañana, dicen que ponía en su puerta un letrero que decía: «El poeta trabaja». ¿Qué nos trae a la luz tu poesía?
—El poeta suele consagrarse a un ocio creador, muy mal entendido hoy por hoy. El ocio creador empieza a cuestionarse creo a partir de la división social del trabajo. Siempre resuena en mí la idea de Hölderlin de que el poeta es un descifrador de enigmas, a la luz de eso busco esa pugna entre lo simbólico y lo real que va dando pistas de una totalidad extraviada.
La poética del Grial
—¿En qué medida la escritura automática va revelando tu obra de arte?
—No soy muy partidario de la escritura automática, reconozco que tuvo obras señeras dentro del surrealismo, pero esta suele caer en algo más o menos arbitrario, gratuito. Ahora, hay fragmentos de cierto automatismo (y muchos tipos de automatismo dentro del automatismo como señala mi amigo Francisco Torres) en muchos autores, me incluyo dentro de los que operan escrituralmente con ellos; pero estoy o trato de estar más cercano a la idea del poeta y teórico Carlos Bousoño cuando sentenciaba que: la «imagen visionaria es irracionalista, pero no caprichosa».
—La obra del poeta francés medieval Chrétien de Troyes transita por lugares insospechados. ¿Continúa esa búsqueda visionaria, hoy, en la poesía?
—Absolutamente, hay una continuidad, la poética del Grial sigue siendo recurrente, porque finalmente la poesía es conocimiento (idea que el postmodernismo ha puesto en tela de juicio), aquella búsqueda visionaria además se emparenta necesariamente a la idea ya expresada por el escritor francés Charles Morice: «El poeta es un iniciado por instinto, y su escritura no sería más que recuperar el conocimiento de aquellos secretos que yacen en su propio inconsciente».
—Si necesitáramos “algo” de “aquello” que aquí no pudo el razonamiento lógico, ¿ qué extracto de tu poesía citarías?
—Cito este fragmento del texto «Segundo Anuncio» del libro homónimo: «Se conectan mangueras al cuerpo para tragar agua de mar día y noche/ y así enloquecidos partir a la guerra/ que hay entre derrumbes y desdoblamientos».
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Fernando Arabuena es escritor y profesor de conceptualización creativa en distintas escuelas de publicidad y universidades del país, así como jurado de diversos certámenes publicitarios.
Ha participado en los talleres del poeta Marcelo Novoa, de autocrítica del poeta Rafael Rubio, y en el taller de lecturas del poeta Marcelo Jarpa Fabres y en el de corrección de estilo del escritor Edmundo Moure.
Es autor de los libros inéditos Jentil Vulgata y El Cristo de los tobillos rotos. También ha sido colaborador en medios digitales literarios y es parte del directorio de la Fundación Juan Luis Martínez.
Fue incluido en la Antología absoluta de la poesía chilena del poeta Rodrigo Verdugo.
Imagen destacada: Rodrigo Verdugo Pizarro.