El último galardón de reconocimiento estatal que le correspondió entregar al gobierno cívico–militar de facto, encabezado por Augusto Pinochet Ugarte, resultó el menos controversial de todos, pues el nombre del autor de «Venus en el pudridero» generó un consenso transversal en lo relativo a la calidad creativa de su obra, pese a su declarada adhesión personal hacia las ideas de la derecha política.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 3.7.2020
Las tropelías culturales de la Dictadura parecieron terminar en 1988, a días del histórico triunfo del NO, con el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura a Eduardo Anguita (1914-1992), un “poeta de verdad”, aunque fuese hombre proclive a la Derecha, más por temperamento, diríamos, que por inclinaciones ideológicas, como fuera el caso de Campos Menéndez. Este es un fenómeno, en el mundo de las artes, que no hemos estudiado en profundidad, quizá por cierta inclinación, más común en la belle gauche intelectual, al maniqueísmo político y a la fácil etiquetación.
En esta versión del Premio, como consigna en su notable estudio sobre El Premio Nacional de Literatura en Chile: De la construcción de una importancia, el doctor Pablo Faúndez Morán:
«El jurado quedaría por lo tanto compuesto por el Ministerio de Educación, quien habría de presidirlo, el Presidente de la Academia Chilena de la Lengua, el Presidente del Instituto Chile, y los dos representantes escogidos por el Consejo de Rectores. Es de observar en esta nueva disposición cómo es que el Estado y sus instituciones pasan a controlar la comisión deliberativa, al haberse consumado la expulsión de las únicas dos organizaciones civiles de escritores nacionales facultadas para votar; la Academia Chilena de la Lengua sobrevivía, mas manteniendo una franca cercanía al Instituto Chile, que a su vez respondía al Ministerio. Lo que los diputados del año 1942 asumieron como un requisito para cautelar la legitimidad y credibilidad del Premio Nacional que se preparaban a implementar, a saber la inclusión de la voz de los escritores organizados dentro de la comisión encargada de elegir al ganador, desaparece este año 1986, sin necesidad de dar explicaciones ni excusas”.
Esta estructura del jurado y sus procedimientos serán modificados en 1992, cuando se otorgue el Premio al poeta Gonzalo Rojas.
Y manifiesta el doctor Faúndez, algo que nos sigue doliendo y penando a quienes nos sentimos parte de la Sociedad de Escritores de Chile, y que consideramos a nuestra querida institución como referente indispensable para el discernimiento del Premio Nacional Nacional de Literatura:
“Se cierra así, de manera tan poco espectacular, la participación de décadas de la Sech de la historia de Premio Nacional de Literatura. De lo dolorosa que dicha exclusión resulta hasta el día de hoy, informa la presentación que la organización hace de sí misma en su página web. El menú de inicio se divide en tres secciones: el habitual “Quiénes somos”, “Contacto” y “Premio Nacional de Literatura”. Al pinchar en esta última opción, el lector es conducido a una sección donde se informa acerca del Premio en términos generales, para pasar rápidamente a una extensa declaración donde se relaciona la ausencia de la Sech del Jurado con una paupérrima situación cultural a nivel nacional. La última novedad destacada en la sección, data del año 2010 en que un proyecto de modificación de la normativa de Premios Nacionales emanado de la SECH ingresó a la Cámara de Diputados; después de eso, el tema no ha vuelto a ser abordado, y el Premio literario siguió siendo entregado… (Sociedad de Escritores de Chile, 2016)».
La belleza de pensar, publicada en 1987, es una selección de crónicas escritas por Eduardo Anguita para el diario El Mercurio, aparecidas entre los años 1976 y 1983. En ellas, Anguita aborda temas diversos como la literatura, el arte, la educación, la identidad, entre otros. Sus textos aluden a la vida y obra de grandes escritores, la descripción de lugares, a momentos de la historia cultural chilena. El autor despliega estas personales reflexiones a partir de un amplio conocimiento cultural, por lo que aporta nuevos puntos de vista a los lectores:
“A través de fragmentos breves, de un lenguaje fluido y ameno, Anguita es capaz de escribir sobre temas áridos y complejos. Esta antología recoge la labor periodística de Eduardo Anguita, permitiendo reconocer al poeta en otra faceta de su oficio de escritor junto con acceder a una galería de época” [1] (No es un invento de Cristián Warnken Lihn, por si no lo saben).
«La belleza de pensar es una expresión, que yo sepa, no escrita ni dicha nunca por nadie. Hay quienes no han entendido la frase, o la encuentran sofisticada. No hay razón en esos juicios. (…) Deduzca el lector por qué doy fin a mi prefacio declarando que reitero la legitimidad del título con que he rotulado este libro, y con ese nombre lo publico: La belleza de pensar» (La belleza de pensar: 125 crónicas. 1ª edición. Santiago: Universitaria, c 1987. p. 13).
Nació el 4 de noviembre de 1914 y murió el 12 de agosto de 1992. Ingresó a estudiar Derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile, carrera que no finalizó, siguiendo la tradición de otros poetas y escritores. En 1930 comenzó a trabajar en la agencia Taurus, el primero de muchos medios de comunicación donde se desempeñaría. Más adelante escribiría para Ercilla, Plan (la revista creada por el novelista Guillermo Atías), Atenea, La Nación y El Mercurio. Mantuvo espacios radiales de cultura en las radios Minería y Agricultura.
En 1934 publicó el poemario Tránsito al fin y en 1935 la Antología de poesía chilena nueva, junto a Volodia Teitelboim. Es considerado miembro de la Generación Literaria de 1938 y compartió con Vicente Huidobro y Pablo Neruda. También estuvo vinculado al grupo Mandrágora, con Braulio Arenas y Enrique Gómez Correa.
Fue agregado cultural en México, a partir de 1955. En 1963 obtuvo el Premio de la Municipalidad de Santiago por el libro de poemas Poliedro y el mar. En 1972 obtuvo nuevamente esta distinción por la obra Poesía entera, y en 1981 la Municipalidad de Viña del Mar le otorgó el Premio María Luisa Bombal.
A partir de 1974, trabajó en la Editorial Universitaria, como asesor de Eduardo Castro, quien señaló que el poeta desempeñó un «rol crucial» en el devenir de este organismo de la Universidad de Chile. El mismo Anguita manfestó en su tiempo que: «la Editorial Universitaria hace cultura y la publica… Comunica y educa, instruye, enseña y cultiva».
Algunas de sus obras más conocidas, además de las ya mencionadas, son Venus en el pudridero (1967), Antología de Vicente Huidobro (1945), La belleza de pensar: 125 crónicas (1987), y Anguitología (1999).
Lo expresado por Ignacio Valente acerca de su valía como poeta, me parece el más elocuente y certero juicio sobre su obra y trayectoria: «Eduardo Anguita es una figura indispensable en el panorama de la poesía chilena de este siglo. Pocos han unido, en este ámbito, el oficio verbal y la fantasía creadora y la pasión intelectual con la intensidad y coherencia de los mejores momentos de esta obra; pocos han juntado la libre vida de la imaginación con la desnudez del filosofar y del teologar, en la síntesis concreta, que caracteriza a la madurez de esta alta poesía».
Significativos testimonios de personalidades del quehacer cultural, publicados en distintos periódicos, señalan la unanimidad de la crítica literaria y de la memoria afectiva, de los colegas escritores, cuando se conoció la noticia de su definitivo viaje al Parnaso. Veamos:
José Miguel Ibáñez Langlois:
«De su poesía he hablado profusamente. De su vida agregaré que fue intensa y dolorosa, incluso patética si no fuera por esas explosiones de humor y autoironía, que nos hacían reír a sus confidentes en medio del relato de sus inauditas tragedias de la vida cotidiana. Entre los poetas chilenos de este siglo fue quizás el personaje más novelesco, con su aire de Chaplin, sus dejos kafkianos y su viva encarnación de las paradojas del Evangelio».
Humberto Díaz Casanueva:
«Ha muerto uno de los más grandes y profundos poetas de Chile y de América».
Luis Sánchez Latorre, «Filebo»:
«Me pareció atroz escuchar en una radio, muy de madrugada, que había muerto un anciano de 77 años llamado Eduardo Anguita Cuéllar, y que nadie reparara en que se trataba del Premio Nacional de Literatura y tal vez uno de los más grandes poetas chilenos de todos los tiempos. Releyéndolo me parece más alto que nunca. Creo, como él lo dijo, que unos cuatro o cinco poemas suyos valían para un Premio Nobel. No era megalomanía. Si bien es cierto que no tenía muy buena idea de sí mismo, era muy justa esa idea, porque era un extraordinario poeta […] Creo que es una pérdida enorme… y lo más injusto es que Chile todavía ni haya sabido que era Premio Nacional».
Juan Andrés Piña:
«Yo pienso que ha sido quien más poderosamente ha manejado la herencia de los poetas modernos franceses en Chile. Cuando lo entrevisté, tuve la impresión de que él había percibido que su veta poética se había terminado a fines de los años sesenta y nunca quiso proseguirla artificialmente».
Enrique Lafourcade:
«Eduardo Anguita era una de las voces líricas más importantes del mundo hispánico cuyos talentos reconoció públicamente su amigo Octavio Paz. Así mueren los escritores en este país que respeta hasta el éxtasis a los industriales, a los empresarios, a los financistas y está de espaldas a los creadores de la belleza y de la cultura».
Al cerrar esta crónica final de la serie “Duelos y Quebrantos del Premio Nacional” durante la Dictadura, llamo a estrechar filas para que la Sociedad de Escritores de Chile recupere su protagonismo en las decisiones, instancias e iniciativas de nuestra cultura literaria.
Citas:
[1] Texto extraído del sitio web Memoria Chilena, de la Biblioteca Nacional de Chile.
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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.
En la actualidad ejerce como director titular del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Marcelo Montecino.