Premio Nacional de Literatura 2020: Elicura Chihuailaf, poeta del «Chilli-Mapu» vernacular

Pese a que en la honesta contienda de las últimas semanas, este Diario apoyó el nombre de Hernán Miranda Casanova con el fin de adjudicarse el máximo galardón de las letras locales, nuestro medio saluda y se alegra por la victoria y el reconocimiento a un autor surgido desde las entrañas de la identidad mestiza y originaria que nos acoge, esa lumbre nacida de la luna de los brotes fríos, según se lee en sus mismos versos.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 1.9.2020

El fino y hondo poeta —amigo entrañable da Terra Nai (Tierra Madre para los gallegos; Walmapu, para los Mapuche)—, Xulio López Valcárcel, anduvo por este Último Reino del Finisterre Austral en marzo de 2004, hace dieciséis años, y así lo recuerda él en la introducción a esta antología bilingüe de cinco poetas mapuche: dos mujeres y tres hombres:

“Viajé a Chile con la intención, entre otras, de cumplir un sueño adolescente: visitar la casa de Pablo Neruda frente al mar de Isla Negra. En el curso de una conversación con la pintora Marylin Marshall, en la que manifesté mi interés por figuras de la actual poesía chilena, me informó ella, al pasar, de la existencia de una cultura que no conocía: la Mapuche.

Unos días después, comiendo con el escritor chileno de origen gallego, Edmundo Moure, me confirmó aquello, agregando que era amigo de Elicura Chihuailaf y de Leonel Lienlaf, diciéndome: ‘Leonel tradujo al mapudungún el famoso poema de Manuel Curros Enríquez: Do mar pola orela…, por encargo de Xesús Alonso Montero; esta gestión la concretaría  mi alumna Paulina Valente Uribe, sobrina carnal de José Ángel Valente, nuestro gran poeta orensano, y de otro destacado poeta chileno, Armando Uribe’…”

 

Así nació esta notable iniciativa de Xulio, que contó con la colaboración atinada de Miguel Anxo Fernán Vello, poeta conocedor del universo cultural mapuche, que incluye textos de Elicura Chihuailaf, Graciela Huinao, César Millahueique, María Teresa Panchillo y Paulo Huirimilla. Hay más poetas de la etnia mapuche, sin duda, pero no fue posible obtener otros materiales para esta extraordinaria edición que, esperamos, no será la única.

La conquista de Chile por los españoles, iniciada en 1539 y concluida en las postrimerías del siglo XVII, dejó a los mapuche ocupando vastos territorios al sur del río Biobío. Esta etnia, representada por los Pehuenches (gentes de la montaña), los Picunches (gentes de la costa) y los Hulliches (gentes del sur), es considerada como la única del continente americano que no fue derrotada militarmente por la entonces mayor potencia bélica del mundo, España. Los hijos de Arauco —araucanos, como les llamó Alonso de Ercilla en el primer poema épico de América— constituyeron un pueblo indómito, cuya nación: “no fue por rey jamás regida ni a extranjero dominio sometida”.

Sin embargo, a partir de 1861, un general del ejército chileno, elogiado por sus pares y laureado en la mendaz historia oficial de los vencedores, inició la llamada “Pacificación de la Araucanía”, es decir, una cruenta guerra de exterminio y despojo que acorraló a los indígenas, privándoles de sus mejores tierras y bosques, propiedades que fueron entregadas, a vil precio, a criollos y mestizos adinerados, y a colonos alemanes, suizos, italianos y yugoeslavos en los territorios de Temuco, Osorno, Valdivia y Chiloé.

Hoy, los mapuche oscilan entre 500 mil a 600 mil individuos; no hay datos precisos, porque la decadencia y abandono de su lengua nativa, el onomatopéyico y poético mapudungún, y de sus otros rasgos culturales, hace que muchos de ellos se declaren simplemente “chilenos”, en una autonegación que mucho se parece a la padecida por los gallegos durante cuatro siglos. Y ya sabemos, a la luz de la penosa experiencia histórica de nuestra Amerindia, que el mestizo se erige siempre en el principal aniquilador de su ancestro indígena, por medio de esa actitud rastrera y servil ante el dominador que los mexicanos grafican en la figura elocuente del “hijo de la Chingada”.

Ni los gobiernos autoritarios de la derecha ni los republicanos del centro ni los representantes de la llamada “izquierda democrática”, han hecho otra cosa que continuar con una política siniestra de destrucción paulatina de la cultura ancestral de los mapuche, bajo el demagógico expediente de “integrarlos”, o sea, de asimilarlos, para que dejen se transformen en este indefinido producto étnico de doscientos años de edad que llamamos “chilenos”, de espaldas a las culturas vernáculas, imitando puerilmente los modelos europeos, primero, y luego, abrazando el paradigma mostrenco de la Norteamérica del capitalismo salvaje.

Entretanto, se ha venido acentuando el despojo de su territorio y la destrucción alevosa del bosque nativo y de su fauna, para acrecentar el dominio avasallador de las empresas forestales sobre la tierra nutricia, y de las salmoneras en lagos y mares interiores.

No obstante, los mapuche no han abandonado la lucha. Se agrupan en torno al Wallmapu, consejo unitario para la recuperación de sus tierras, y combaten, a través de manifestaciones callejeras en las ciudades de la Araucanía, especialmente en Temuco, y escaramuzas en campos y bosques, hoy propiedad de latifundistas foráneos con cédula de identidad chilena, y de empresas forestales ligadas a las transnacionales. El Estado chileno los reprime, les aplica la llamada “ley antiterrorista”, cuerpo legal de suyo contradictorio, manipulado a voluntad por sus propios tinterillos y funcionarios.

Hace dos años, el 14 de noviembre de 2018, fue asesinado por la espalda un joven comunero mapuche; la policía adujo un ataque armado en contra de los representantes de la ley, pero no se encontraron vestigios de armas ni de pólvora entre aquellos campesinos en rebeldía, que enfrentan, con palos y piedras, al aparato policiaco–militar del gobierno de turno.

Se ha llegado a afirmar que hay “terroristas de ETA asesorando a los mapuche”. El montaje de la tramoya no pudo ser más grotesco, hasta que la opinión pública pudo constatar, merced a investigaciones de la policía civil, que se había tratado de un crimen aleve, uno más en una triste historia secular.

Escuchemos la voz de Xulio López Valcárcel:

“Los mapuche, más allá de una situación política que niega sus derechos, sufren un proceso de transculturización, un proceso transitivo de una cultura a otra, que no consiste sólo en adquirir una nueva —en este caso la chilena— sino que implica la pérdida y el desarraigo de su cultura precedente… Esa preponderancia urbana olvida que la creatividad y originalidad literarias pueden surgir, tanto de las capitales, en contacto con las corrientes extranjeras, como de las periferias o regiones, que deben aportar su influjo en esa necesaria (e inevitable) dialéctica.

“La marginalidad y persecución que padece el pueblo Mapuche es comparada a la del pueblo palestino, por el documentalista y escritor Paulo Tótoro, quien señala que ambos pueblos sufren ocupación militar por parte de un invasor, y son dominados por medio de la creación de ghetos y eventuales campos de concentración…”.

 

«Recado confidencial a los chilenos», de Elicura Chihuailaf (Lom Ediciones, 2015)

 

Una redención poética

Hace escasos minutos, leí en Facebook una escueta felicitación de la escritora Pía Barros a Elicura Chihuailaf, por haber sido el feliz galardonado con el Premio Nacional de Literatura 2020, el primero que se otorga a un poeta mapuche que, además, escribe y poetiza y vive en su lengua vernácula, hecho que bien pudiera significar un avance entre las relaciones del pueblo Mapuche con el Estado chileno y su sociedad mayoritariamente mestiza.

Sin embargo, a la luz de los sucesos violentos instigados por el proceso de asedio y militarización de la Araucanía, llevado a cabo por los gobiernos de hace cuatro décadas, exacerbado bajo el régimen de la ultraderecha y de su mandatario, Sebastián Piñera, esta importante decisión del más apetecido de nuestros premios, aparece ensombrecida por un vaho de oportunismo que sopla desde las entrañas descompuestas del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio —con su largo nombre y una coma entremedio—, cartera ministerial tan alejada del concepto de cultura, amplia y participativa, que proponen y desarrollan numerosos gestores culturales, instituciones y artistas de las diversas expresiones creativas en Chile.

Hay un sesgo imposible de soslayar, en este caso, que apunta a una resolución “políticamente correcta”. Ya algunos voceros de la Derecha se atribuyen el mérito de participar en “el primer gobierno que reconoce la calidad literaria de un escritor mapuche”. Solo para la estadística, les vale y sirve, y van a sacarle provecho en los luctuosos estertores de su administración, cara al Plebiscito de octubre de 2020.

Este hecho y sus connotaciones no desmerecen, ni en un ápice, la sólida y brillante trayectoria poética de Elikura Chihuailaf, ni sus merecimientos estéticos, ni menos su decidida lucha por la dignificación de su etnia originaria, tal como lo hemos afirmado y sostenemos en diversos escritos.

Estuvimos cerca del proceso selectivo, apuntando por Hernán Miranda Casanova, ilustre veterano en estas lides y poeta de palabra, cuerpo y alma como pocos. Junto a él, aparecían como posibles galardonadas tres poetas connotadas: Carmen Berenguer, Elvira Hernández y Rosabetty Muñoz.

Se especulaba que el premio recaería en una de ellas, dada una cierta paridad de méritos, bajo el expediente de que en casi ocho décadas solo una vez fue premiada una mujer en el género de poesía, Gabriela Mistral, a quien se “reconoció” después de seis años de haber recibido, en 1945, el Premio Nobel de Literatura. Es esta una felonía que manchará para siempre nuestro apetecido galardón, el más importante en nuestra “aldea letrada”.

Ahora, expresamos nuestra alegría y total beneplácito por Elicura Chihuailaf, compartiendo el sueño generoso y fraternal de su notable poema:

 

EL SUEÑO AZUL

La casa azul en que nací está situada en una colina

rodeada de hualles, un sauce, castaños, nogales

un aromo primaveral en invierno

—un sol con dulzor a miel de ulmos—

chilcos rodeados a su vez de picaflores

que no sabíamos si eran realidad o visión ¡tan efímeros!

En invierno sentimos caer los robles partidos por los rayos

En los atardeceres salimos, bajo la lluvia o los arreboles, a buscar las ovejas

(a veces tuvimos que llorar la muerte de alguna de ellas, navegando sobre las aguas)

Por las noches oímos los cantos, cuentos y adivinanzas a orillas del fogón

respirando el aroma del pan horneado por mi abuela, mi madre, o la tía María

mientras mi padre y mi abuelo —Lonko de la

comunidad— observaban con atención y respeto.

Hablo de la memoria de mi niñez y no de una sociedad idílica

Allí, me parece, aprendí lo que era la poesía

las grandezas de la vida cotidiana, pero sobre todo sus detalles

el destello del fuego, de los ojos, de las manos.

Sentado en las rodillas de mi abuela oí las primeras historias de árboles

y piedras que dialogan entre sí, con los animales y con la gente.

Nada más, me decía, hay que aprender

a interpretar sus signos

y a percibir sus sonidos que suelen esconderse en el viento.

Tal como mi madre ahora, ella era silenciosa

y tenía una paciencia a toda prueba

Solía verla caminar de un lugar a otro, haciendo girar el huso, retorciendo la blancura de la lana

Hilos que en el telar de las noches se iban convirtiendo en hermosos tejidos

Como mis hermanos y hermanas

—más de una vez—

intenté aprender ese arte, sin éxito.

Pero guardé en mi memoria el contenido de los dibujos

que hablaban de la creación y resurgimiento del mundo mapuche

de fuerzas protectoras, de volcanes, de flores y aves

También con mi abuelo compartimos muchas noches a la intemperie

Largos silencios, largos relatos que nos hablaban del origen de la gente nuestra

del primer espíritu mapuche arrojado desde el Azul

De las almas que colgaban en el infinito como estrellas

Nos enseñaba los caminos del cielo, sus ríos sus señales

Cada primavera lo veía portando flores en sus

orejas y en la solapa de su vestón

o caminando descalzo sobre el rocío de la mañana

También lo recuerdo cabalgando bajo la lluvia

torrencial de un invierno entre bosques enormes

Era un hombre delgado y firme

Vagando entre riachuelos, bosques y nubes

veo pasar las estaciones:

Brotes de Luna fría (invierno), Luna del verdor (primavera)

Luna de los primeros frutos (fin de la primavera y comienzo del verano)

Luna de los frutos abundantes (verano)

y Luna de los brotes cenicientos (otoño)

Salgo con mi madre y mi padre a buscar

remedios y hongos

La menta para el estómago, el toronjil para la pena

el matico para el hígado y para las heridas

el coralillo para los riñones —iba diciendo ella.

Bailan, bailan, los remedios de la montaña

—agregaba él

haciendo que levantara las hierbas entre mis manos.

Aprendo entonces los nombres de las flores y de las plantas

Los insectos cumplen su función

Nada está de más en este mundo

El universo es una dualidad:

lo bueno no existe sin lo malo.

La Tierra no pertenece a la gente

Mapuche significa Gente de la Tierra

—me iban diciendo

En el otoño los esteros comenzaban a brillar

El espíritu del agua moviéndose sobre el lecho pedregoso

el agua emergiendo desde los ojos de la Tierra.

Cada año corría yo a la montaña para asistir

a la maravillosa ceremonia de la naturaleza

Luego llegaba el invierno a purificar la Tierra

para el inicio de los nuevos sueños y sembrados

A veces los guairaos pasaban anunciándonos

la enfermedad o la muerte

Sufría yo pensando que alguno de los

mayores que amaba

tendría que encaminarse hacia las orillas

del Río de las Lágrimas

a llamar al balsero de la muerte

para ir a encontrarse con los antepasados

y alegrarse en el País Azul

Una madrugada partió mi hermano Carlitos

Lloviznaba, era un día ceniciento

Salí a perderme en los bosques de la

imaginación (en eso ando aún)

El sonido de los esteros nos abraza en el otoño

Hoy, les digo a mis hermanas Rayén y América:

Creo que la poesía es sólo un respirar en paz

—como nos lo recuerda nuestro Jorge Teillier—

mientras como Avestruz del Cielo por todas

las tierras hago vagar mi pensamiento triste

Y a Gabi Caui Malen y Beti, les voy diciendo:

Ahora estoy en el Valle de la Luna, en Italia

junto al poeta Gabriele Milli

Ahora estoy en Francia, junto a mi hermano Arauco

Ahora estoy en Suecia junto a Juanito Cameron

y a Lasse Söderberg

Ahora estoy en Alemania, junto a mi querido

Santos Chávez y a Doris

Ahora estoy en Holanda, junto a Marga

a Gonzalo Millán y a Jimena, Jan y Aafke,

Juan y Kata

Llueve, llovizna, amarillea el viento en

Amsterdam

Brillan los canales en las antiguas lámparas

de hierro y en los puentes levadizos

Creo ver un tulipán azul, un molino cuyas

aspas giran y despegan

Tenemos deseos de volar: Vamos, que nada

turbe mis sueños —me digo

Y me dejo llevar por las nubes hacia lugares desconocidos por mi corazón.

 

***

Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular del Diario Cine y Literatura.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Elicura Chihuailaf Nahuelpan (1952).