En estos días de protestas masivas, donde la juventud es la encargada de llevar la batuta, pienso en las palabras del Presidente Sebastián Piñera pronunciadas poco antes de producirse el estallido social iniciado el 18 de octubre.
Por Walter Garib Chomalí
Publicado el 12.11.2019
No pensaba titular así esta crónica semanal. Las groserías demuestran pobreza en el uso del lenguaje y ausencia de creatividad. Hay un cúmulo de fórmulas para expresar ideas a través de palabras adecuadas, donde las procacidades se sugieren. Ahí reside la originalidad al escribir. Parecía más certero haberla titulado: “Se hundió o secó el oasis” o algo poético: “Adiós al idílico oasis del mercader Piñera”.
Mientras permanecía sumido en cavilaciones de estilo y piruetas lingüísticas, que tanto perturban al escribir, uno de mis nietos irrumpió en mi escritorio. Aparece de tarde en tarde por nuestro piso a buscar un libro de la biblioteca, y se mete a la cocina a preparar extravagantes guisos vegetarianos. Al advertirle de mis dudas, dijo: “No se atemorice abuelo en utilizar el lenguaje. Puede incomodar o herir, pero es necesario su empleo en determinadas circunstancias. Evite los subterfugios, moñitos y palabras almibaradas. La realidad actual del país, necesita personas que hablen fuerte y pongan el dedo en la llaga”. Le aclaré en afán conciliador, para salvar mi artículo en barbecho, que siempre me he negado a utilizar groserías; y me interrumpe: “¿Acaso se quiere olvidar de sus colegas y amigos que viven en el exilio? Ellos emplearían palabras aún más soeces”.
A regañadientes acepté sus observaciones y se marchó feliz a reunirse con sus amigos artistas de Valparaíso, para protestar en las calles. Primero, van a realizar un concierto de música en la Plaza Sotomayor y en seguida, marcharán hacia Viña del Mar. Vive en una casa centenaria en el cerro Barón, junto a sus colegas músicos. “Cuídate, muchacho”, le advierto y responde, mientras sonríe: “Usted, abuelo, debe cuidarse mejor que yo. Las palabras tienen un efecto demoledor, que ningún arma posee. Escribir es tarea a veces suicida e ingrata, pero debe ser utilizada para desnudar la realidad. Si quiere saber de dónde obtuve estas ideas, pues las leí en un libro que me facilitó hace un mes”.
Quedé aturdido, sin opiniones enfrentado al procesador de textos. ¿Cuál tema pensaba abordar? Quería escribir, mientras una multitud de fantasmas cruzaba por la pantalla y me hacía morisquetas. Cuando escuché hace unos días a Sebastián Piñera, expresar con voz de jactancia: “Chile es un oasis de bienestar en América Latina” sentí tanto regocijo, que pensé salir a la calle a clamar el anuncio, orgulloso de ser chileno. Por fin lo habíamos logrado. Cómo nos envidiaba el vecindario. Días después, al producirse el primer brote de rebelión popular, sentí haber sido engañado. El corifeo que le sugirió a Piñera hablar de oasis, debe ser una persona sabia, venida del norte o leyó la palabra en un poema y le sedujo, debido a su eufonía. Oasis es sinónimo de agua fresca, tranquilidad, el espacio ideal para iniciar una relación sentimental. Destinar las mañanas a pasear, disfrutar del aire puro, beber leche recién ordeñada, hidromiel, comer dátiles, y en las tardes, sentarse a leer y escuchar música, junto a la amada. En las noches contemplar la luna y ponerse a contar las estrellas.
A causa de tanta fascinación idílica, cualquiera se dedica a escribir poesía, un cuento, aunque no tenga ninguna vocación. Infinidad de turistas que nos visitan, recorren las calles de las plácidas ciudades y perdidos villorrios; navegan por caudalosos ríos, escalan montañas, se bañan en la mar y creen vivir en el paraíso terrenal. Después de contemplar las Torres del Paine, quieren llorar de emoción al enfrentarla, cuyas características, son únicas en el mundo. ¿Cómo no sentir amor por un gobierno íntegro, preocupado del bienestar social del pueblo, de la educación, salud, vivienda y comprometido en asegurarle a cada compatriota, un digno ingreso?
En estos días de protestas masivas, donde la juventud es la encargada de llevar la batuta, pienso en las palabras de Piñera. Nunca he estado en un oasis, aunque opino que mi escritorio tiene esas características, y agradezco a nuestra juventud por haberme despertado de un sueño de modorra. Creer que todo era plácido, donde los ríos parecían llevar agua cristalina, ahora emponzoñada; la mar nos proporcionaba peces saludables, sin mercurio y los campos, las frutas y vegetales, sin pesticidas. Mirábamos al vecindario de América y en cada país, encontrábamos acuciantes problemas, desabastecimiento, muerte y el pueblo en la calle, pidiendo justicia, mientras es reprimido por la policía.
Yo creía vivir en un oasis, donde los placeres parecían infinitos y mi nieto junto a sus amigos, llegaron a destruir esta deliciosa imagen. Cuando regrese en estos días a visitarme, le expresaré: “Te agradezco querido nieto por haberme sacudido el cobarde letargo de carcamal. Ahora dime: ¿Quién cagó el oasis?”.
Walter Garib Chomalí (Requínoa, 1933) es un periodista y escritor chileno que entre otros galardones obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 1989 por su novela De cómo fue el destierro de Lázaro Carvajal.
Crédito de la imagen destacada: Orlando Barría / EFE.