El virus existe, qué duda cabe, enferma y mata, pero ha sido utilizado para imponer un contexto de vigilancia y de emergencia permanente, de control poblacional, de cierre de fronteras, de dominación de los cuerpos, de una capitalización del sufrimiento humano. Las medidas extremas que estamos viviendo responden al diagnóstico de una descomposición de la autoridad establecida, y de estrategias de sobrevivencia nacidas desde el Estado y de sus clases dirigentes.
Por Alberto Cecereu
Publicado el 29.3.2020
Hemos afirmado en distintas oportunidades, sobre cosas que nos parecen evidentes y necesarias de colocar como premisas. Primero, que el poder está sometido a una crisis de legitimidad que ha erosionado el ejercicio de ese mismo poder, y que, a la vez, ha ocasionado la consecución de quiebres institucionales y económicos. Segundo, que los poderes públicos, organizados en la estructura del Estado Nación, vive sus últimos tiempos, presenciamos su fase terminal, por tanto, los dispositivos de control y dominación se multiplicarían y sofisticarían, en intentos por sobrevivir.
En los últimos meses hemos vivido en un estado de amenaza producto del coronavirus. Tempranamente fue declarada pandemia, causa de su rápido contagio y esparcimiento en torno a distintos territorios del mundo. Algo ha sucedido con este virus, que nos ha tenido confinados en casas y con la paralización productiva del mundo. ¿Qué significa este virus en el contexto social y político actual? ¿Cómo amanecerá el poder público después de esto? ¿De qué manera se ven amenazadas nuestras libertades? ¿Inauguraremos una nueva era y si así fuese que podría significar?
Hagamos un recuento sobre las pandemias que nos han atacado actualmente: En 2009, un nuevo virus contenía la combinación genética de una gripe única. La AH1N1. Una de cada cinco personas en el mundo resultó infectada. En el primer año, morían hasta 600 mil personas. Antes, en la década de 1980, el VIH/SIDA alarmó y sigue alarmando al mundo. Desde que este virus surgió, han muerto 32 millones de personas, y en cifras de 2018, 37,9 millones de personas vivían con VIH, de los que 1,7 millones son niños. En 1957 se produjo la pandemia de la gripe asiática con el virus A (H2N2) y en 1968 la gripe de Hong Kong con el virus H3N2. Cada enfermedad causó entre 1 hasta 4 millones de muertes en el mundo. Dejamos al final la peor: la influenza española. Esta gripe, originada en 1918, causó la muerte de 50 millones de personas, más que el número total de muertes de la Primera Guerra Mundial.
¿Qué sucede que con esta nueva pandemia la autoridad política ha actuado como si fuese la peor epidemia que ha enfrentado la civilización humana? Hemos presenciado que las personas que ejercen el poder público son claves, pues, han determinado la ejecución de medidas excepcionales para combatir algo que han categorizado como una especie de guerra ante un enemigo invisible y sin bandera. Ante eso, han decretado estados de sitio, de catástrofe o de alarma. Han cerrado escuelas y prohibido manifestaciones públicas. Han limitado las libertades individuales y colocada alarma de que esta limitación es indefinida.
Pues bien, nunca habíamos visto, la ejecución de manera destemplada y desvergonzada de la biopolítica. Es decir, de la politización de la medicina con el objetivo de ejecutar los dispositivos de poder. Antes, habíamos visto, esta misma politización con la negación de la pandemia del VIH. Exacto. Con el objetivo de señalar, condenar y marginar a los grupos de la diversidad sexual, el VIH fue ocultado, silenciado e ignorado. Durante décadas. De algún modo, la medicina fue utilizada políticamente, con el objetivo de dominar la población, marginándola. Hoy es al revés. Se desnuda la población para controlarla. Es decir, “todos seremos contagiados”, por tanto el confinamiento es inevitable.
Las medidas de emergencia, utilizadas en esta pandemia, buscan: a) Categorizar la alteridad social, estableciendo grupos de riesgo y grupos de sacrificio; b) Sofisticar las medidas de control social; c) Permitir la paranoia colectiva, a través de la proliferación de la idea del enemigo invisible; d) Atomizar al individuo, promoviendo el confinamiento y el discurso nuevo del distanciamiento social. Todas estas medidas tienen como fin aislar a las personas, promover la cultura de la sospecha, y desplazar el rol policíaco al vecino y a uno mismo.
El miedo al contagio es un miedo primitivo. Incluso nos permitió sobrevivir como especie humana. A través de ese miedo, se crearon rituales. Se establecieron tabúes, se configuró la cultura del ser humano. Por este motivo, es que es un medio eficaz para crear estructuras de dominación y de poder. Estamos dispuestos a sacrificar absolutamente todo, con tal de no contagiarnos. Dispuestos a sacrificar puestos de trabajo, ahorros, la educación de nuestros hijos, nuestras amistades y nuestros afectos. Somos capaces de no abrazar a nuestros hijos. De no ejercer nuestras convicciones religiosas ni políticas. El ser humano, totalizado por el miedo de caer enfermo, abandona su esencia, su característica humanidad civilizatoria.
No es primera vez que nuestra especie enfrenta el miedo de su finitud. Jean Bodin, afirmaría que la Historia del ser humano, trata de lo probable, de “la historia natural de la necesidad”. Hoy estamos buscando la necesidad de justificar nuestra existencia. El humano, sintiéndose absolutamente solo, vuelve a sí mismo y de él surgen pensamientos cálidos, como afirmaría Nietzsche. Y de todo esto, de seguro, escribirán en cien años más, largamente de esta época.
El virus existe. Qué duda cabe. Enferma y mata. Pero ha sido utilizado para imponer un estado de vigilancia y de emergencia permanente. Control poblacional. Cierre de fronteras. Dominación de los cuerpos. Capitalización del sufrimiento humano. Las medidas extremas que estamos viviendo son parte de la descomposición del poder y de estrategias de sobrevivencia del Estado y de sus clases dirigentes.
¿Cómo despertaremos de esta pesadilla? Hay que estar alerta y atento. No vaya a ser que despertemos con un Estado policial totalitario de horizonte a horizonte. Con un sistema económico oligopólico de dominación. Con la promoción de nacionalismos y con la renuncia de la solidaridad global. Por eso, mientras están en casa, hagamos preguntas inteligentes. Permitámonos dudar de los discursos. Relativicemos el ejercicio del poder y coloquemos en perspectiva lo que está sucediendo. Aprendamos a colocar en contexto. Sobre todo, defendamos nuestras libertades individuales, valoremos las comunidades, y como sea, fortalezcamos la sociedad civil.
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Alberto Cecereu (1986) es poeta y escritor, licenciado en historia, licenciado en educación, y magíster en gerencia educacional, además de redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: El Presidente de la República de Chile, Sebastián Piñera, y su ministro de Salud, Jaime Mañalich.