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Reflexiones en torno a «Contra los hijos», de Lina Meruane: Un juicio a la normalidad

En este ensayo la escritora chilena abre con una serie de paradojas en donde expone, por ejemplo, que, si bien la procreación es la encargada de mantener en marcha y viva a la humanidad, los hijos son, por otra parte, también “escudos biológicos de una especie cuyo exceso consumista y contaminante en vez de proteger al planeta lo pone en riesgo” (11). La autora, además, piensa en el continente africano como “un enorme país parturiento” en donde uno de los mayores problemas es justamente el exceso de hijos. Lo anterior es simplemente una idea imposible de resolver del todo en estos momentos y que nace a partir de la lectura del volumen de Lina Meruane (1970) «Contra los hijos», publicado en 2015 por la mexicana Tumbona Ediciones.

Por Francisco García Mendoza

Publicado el 28.11.2017

«Exijo que quienes levanten la primera crítica
o estén por lanzar el primer agravio pongan,
antes de hacerlo, una de sus manos sobre el pecho
y se planteen en serio si todo ha sido tan simple
en lo que a tener hijos se refiere» (73-4)

Imposible no pensar este texto sin hacer caso a la reciente contingencia política nacional. Aunque plantearlo de ese modo podría dar la falsa idea de que la problemática es un tema a nivel país –aunque, en todo caso, tangencialmente sí lo es–. Para precisar un poco el asunto, me refiero particularmente a un comentario emitido en uno de los recientes debates televisados de los candidatos presidenciales, en donde el abanderado de la ultraderecha chilena afirmaba ser partidario del método anticonceptivo natural. Esto es calendarizar el ciclo menstrual de la mujer y estar atento a los días fértiles e infértiles para, de ese modo, establecer aquellos en donde la relación sexual podría ser consumada sin el riesgo de embarazo. Podríamos pensar el cuerpo de la mujer como un espacio controlable, regulable y, lo que no me puedo explicar desde mi posición no heterosexual, cómplice del sometimiento.

¿No es el deseo algo que se da de manera casi espontánea? ¿O es posible planificarlo y calendarizarlo previamente como si se tratara de pagar cuentas o ir al supermercado? Pero lo que en realidad llamó mi atención es que, utilizando ese método anticonceptivo, o cualquier otro en realidad, la familia Kast se jacte de tener nueve hijos. ¡Nueve! Lo que da para pensar –medio en broma, medio en serio– en cómo sería si el ex presidenciable estuviese totalmente en contra de la anticoncepción.

Hay que considerar que los Kast no son precisamente una familia pobre o de clase media, o incluso tampoco de clase media alta. Por lo tanto, el tema de cómo solventar los gastos que la niñez de nueve sujetos implica no debió haber sido ser algo así como una problemática familiar a discutir seriamente como matrimonio.

De todos modos, mi ejemplo sería un tanto tendencioso si no lo contrasto con realidades más cercanas. Más allá de pensar en qué haría con nueve hijos una familia que vive con el sueldo mínimo –o incluso menos– hoy en día en una mediagua de la población más miserable de Chile, quisiera poner también como dato anecdótico el caso de mi padre y sus nueve hermanos. Mis abuelos, peones de algún latifundio del Maule por allá entrada la segunda mitad del siglo XX; creo que hasta el día de hoy ninguno aprendió a leer ni a escribir más allá de lo esencial (tengo en la memoria, o es quizá una invención, una vez cuando yo era muy niño, mi abuela –o abuelo, que hoy en día no está vivo– me pidió que le leyese una carta informativa de algún banco o cooperativa tal vez. Tenía, él o ella, buena vista, así que la razón es obvia); mi padre y mis hermanos vendiendo desde muy niños las frutas, verduras, los huevos, los quesos, tortillas, en la feria de la hasta hoy campesina Cauquenes; un par de zapatos entre diez hermanos y que mi papá estropeó al primer día de tanto caminar orgulloso de lucirlos y usarlos en la ciudad; la obvia y casi obligada migración campo-ciudad al cumplir la mayoría de edad, etc. Pero a diferencia de la gente en las mismas condiciones en espacios más urbanos y actuales, debo ser enfático en lo que siempre repiten ellos en las reuniones familiares que se dan de vez en cuando, aunque con menos frecuencia hoy por hoy: En el campo nunca se pasó hambre, nunca.

Bueno, hoy en día entre los diez se disputan la herencia millonaria, multimillonaria más bien, que mi abuelo campesino iletrado forjó a lo largo de su esforzada vida. Y menciono esto último para poner cuestionamiento aquellos argumentos o razones de que los ricos o de que los pobres. Creo, más bien, que el asunto es mucho más complejo e intervienen otras aristas aparte del dinero.

Hoy en día todos los hermanos tienen trabajos estables, o son jubilados, han podido mandar a sus hijos a la universidad, todos tienen una casa propia, todos aprendieron a leer y a escribir, pero a ninguno se le pasaría por la cabeza traer nueve, ni ocho, ni cinco, ni cuatro, a lo más dos, hijos al mundo. ¿Qué pasó sociedad? ¿Alguien me puede ofrecer una explicación o tal vez aventurarse con una hipótesis acerca de todo el panorama previamente expuesto? ¿Qué pasa con esas contradicciones? ¿Qué es caricatura y qué no lo es? Porque, pensándolo de ese modo, lo anterior echaría por tierra una de las convicciones que siempre asumí por cierta: que solo la clase acomodada puede parir a destajo, siendo que para los más pobres los hijos vendrían a significar algo así como la ruina económica y social, un costo más bien discriminatorio. Claro, al leer el ensayo de Lina Meruane me queda claro que los discursos sociales sobre la maternidad y la crianza han cambiado y es, precisamente ese discurso, el que acentúa la diferencia entre la crianza actual y la de antaño: antes una madre hacía lo que podía; hoy se le exige ser una “supermadre” y eso es, precisamente, lo que ha transformado a los hijos en una suerte de sujetos tiránicos.

Lo anterior es simplemente una idea imposible de resolver del todo en estos momentos y que nace a partir de la lectura del ensayo de Lina Meruane (1970) Contra los hijos, publicado en 2015 por la mexicana Tumbona Ediciones.

La chilena abre con una serie de paradojas en donde expone, por ejemplo, que, si bien la procreación es la encargada de mantener en marcha y viva a la humanidad, los hijos son, por otra parte, también “escudos biológicos de una especie cuyo exceso consumista y contaminante en vez de proteger al planeta lo pone en riesgo” (11). Meruane, además, piensa en el continente africano como “un enorme país parturiento” en donde uno de los mayores problemas es justamente el exceso de hijos.

La escritora aclara que no aboga por el cese absoluto de la industria filial (13), sino que más bien apunta a cierta naturalización casi obligatoria en que se ha convertido el tema de la maternidad. En ese sentido, incluye también a los progenitores cómplices del patriarcado y a aquellas que aceptan procrear porque la sociedad –aunque suene muy etéreo–, por todos los medios posibles, les dicen que deben hacerlo (aquí reaparece la esposa Kast): “La compleja maquinaria se echa a andar en la infancia, con la muñeca de trapo, con los enseres domésticos en su versión juguete-de-plástico, con los relatos que enaltecen de manera precoz la procreación (…)” (18) o cuando plantea la interrogante: “¿No será que ellas, pensando completarse por fin con un hijo, en la suma mujer + madre empiezan a restar la parte mujer, a volverse, socialmente, simplemente la madre-de?” (27).

En el ensayo, Meruane se apoya con una revisión histórica –sin temporalidad lineal, más bien dando saltos arbitrarios al servicio de la tesis– de lo que ha implicado la maternidad. Desde Juana de Asbaje (Sor Juana Inés de la Cruz), quien apunta y aboga por  la inteligencia de la mujer; Wollstonecraft y su crítica a la formación de “apacibles bestias domésticas sin educación, mujeres asquerosamente sentimentales y bobas cuyo único destino posible era la procreación” (35); hasta las sufragistas y el feminismo del siglo XX que apuntaba a la igualdad política y económica con el hombre; también se apoya en la ficción al citar a Nora, personaje de Henrik Ibsen, quien “comprende que siempre ha vivido en una suerte de prisión de la que decide por fin escapar” (59); o la Nora de Elfriede Jelinek –inspirada en la anterior– quien en un momento de la historia “anuncia a las operarias textiles, sus compañeras de trabajo, la urgencia por encontrar su propia imagen, su propia identidad de mujer (mujer sin guion-esposa, sin guion-madre), pero lo que recibe no son consejos entusiastas sino un asalto de comentarios hostiles sobre sus decisiones, que de inmediato son calificadas como caprichos de mujer-de-clase-media” (64).

Si bien la sociedad actual pareciera querer, por sobre todas las cosas, fomentar la maternidad (en Chile recordemos el aumento del pre y post natal, la inclusión del padre en este beneficio, la gratuidad de la salas cuna y los jardines infantiles, e incluso el Set de Implementos Básicos entregado por el Estado a todos los nacidos en hospitales públicos, este incluye, entre otros: tres pañales del algodón, una toalla de baño, un bolso de transporte para artículos de bebé, vestuario de talle 3 a 6 meses, jabón líquido hipoalergénico, un mudador de plástico, un aceite para masajes, un DVD con cápsulas audiovisuales educativas, una cuna corral equipada, un fular, etc.), existe una contradicción a nivel cultural que es imposible obviar: “Hombres que desconfían de las profesionales y trabajadoras en edad fértil, que les pagan menos por más que tengan las mismas cualificaciones laborales que sus pares, que no proveen a las ya-madres de salas cuna, que no atiendan a excusas maternas, que desestimen a aquellas mujeres que se tomaron unos años resolviendo asuntos familiares y que querrían retornar a sus puestos de trabajo” (74-5).

No deja de ser lo anterior una contradicción: que lo anormal, o lo fallado, sea en realidad no querer hijos; y lo normal el sí quererlos, pero apoyar, precisamente, todo lo contrario.

Uno de las opiniones interesantes del texto –entre muchas otras, por supuesto– es el de la cronista argentina Leila Guerreiro que comenta: “Nunca me conmovió la idea de parir. Todavía me divierte el asombro que producen las palabras no quiero. Hay quienes elaboran un consuelo (Bueno, ya te van a dar ganas), ensayan sospechas (No podrá y dice que no quiere), o se enojan (No podés ir contra el instinto materno)” (80-1). Siempre está latente esa presión social: que para cuándo van a tener al niño, si acaso ya están en campaña, que no se te vaya a pasar la edad, que pasadito los treinta es ya más complicado, que los hijos son el mejor regalo que una podría desear, etc.

El libro de Meruane es provocador, incita y obliga a pensar ciertas realidades asumidas como ciertas. Las obligaciones no tienen por qué serlas, la maternidad es también una cuestión política, es incluso una contradicción: hay momentos en que se ha pensado como espacio de liberación y otros en que se la ha asumido como un espacio del cual emanciparse. La figura de la madre abnegada quizá no lo es tanto y la ensayista insiste en su texto en que los roles son simplemente construcciones mutables y muy sencillos de derribar cuando se quiere. Más allá de si se está o no en contra de los hijos –y, por favor, nadie apela a que la humanidad deje de reproducirse–, el ensayo de Meruane apunta a desarrollar un pensamiento crítico en torno a la maternidad y la reproducción. Quizá, en última instancia, apela su escritura a deconstruir ciertas ideas que se tienen como ciertas, por tradición, por religión o porque simplemente es inconcebible pensar de otra manera.

 

El ensayo de Lina Meruane publicado por la casa impresora mexicana Tumbona Ediciones en 2015

 

La escritora y pensadora chilena Lina Meruane (1970)

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