Habitual colaborador y amigo cercano de este Diario, el autor del presente cuento resume en breves y magistrales páginas la desazón y el descubrimiento de la realidad que padece un aventajado docente, al enfrentarse a la cotidianidad de su trabajo como profesor en un emblemático establecimiento educacional, y de esa forma tener que resignarse a ver pasar la vida «chata» delante de sus ojos.
Por Ignacio Cruz Sánchez
Publicado el 14.11.2017
Pedro Pérez Pereira, profesor de Historia, se dirigía aquella mañana a debutar en su nuevo trabajo en el renombrado colegio “Chilean Champions”.
Sabía que esto lo elevaría en status frente a su familia y amigos.
Camino a sus labores, sentado en un bus demasiado lleno, recordaba las entrevistas que tuvo que pasar.
“Este psicólogo está más loco que todos los profesores juntos…” – pensó divertido al recordar la entrevista que sostuvo con él. Era parte del proceso de selección al que tuvo que someterse.
El especialista lo había hecho pasar a su oficina.
– “Hábleme de usted, cuéntemelo todo” – le dijo con una estudiada sonrisa, voz paternalista y mirada escudriñadora.
Tenía una nariz picuda, cabello con abundante fijador cuidadosamente peinado hacia atrás y una expresión reconcentrada. Por sobre sus pequeños lentes miraba y analizaba cada gesto de su víctima, buscando complejos y malos instintos que justificaran su trabajo y lo hicieran sentir importante.
– “Puede confiar en mí” – agregó observándole atentamente mientras se acomodaba en su mullido sillón cruzando las piernas y acariciando su mentón con los largos dedos de sus cuidadas manos.
Pedro se esforzó por ser casual en sus respuestas, y no pudo aventurar a la salida de esa entrevista la opinión que este erudito se había formado de su salud mental.
Mientras veía avanzar las calles desde su ventanilla del bus evocó la posterior entrevista que sostuvo con el director del colegio, de pobladas cejas y mirada atenta. Era un hombre de una edad difícil de definir, y de tez intensamente pálida, casi como un cadáver. Vestía un traje completamente negro. Le preguntó sobre sus gustos, su familia, su compromiso y su vocación.
Pedro Pérez Pereira era inteligente y culto. Dio las respuestas adecuadas y salió del paso airoso.
“Soy un hombre felizmente casado, hermosa familia, sano, de buenas costumbres y con una gran vocación. Eso quieren escuchar, eso les hago saber.”
Valió la pena, ganaré buenas lucas – pensó optimista mientras se aproximaba al establecimiento.
Bajó del bus un paradero antes, resguardándose para que no le vieran llegar en transporte público.
Caminó rápido y expectante las dos cuadras que lo separaban de su nuevo trabajo. Al llegar vio una larga fila de costosos autos estacionados que demoraban el tránsito, de los cuales bajaban los alumnos, sus nuevos alumnos, con uniformes impecables.
Ingresó a la portería del colegio y se le acercó un guardia de uniforme, que con una cortés sonrisa le saludó.
– Buen día, Señor. ¿En qué le puedo servir?
– Buen día – respondió. – Soy el nuevo profesor de Historia. Debo presentarme con el director.
– ¿Me espera un minuto? Tome asiento por favor. Le avisaré de su llegada.
– Gracias – repuso. Se sentía tranquilo y seguro.
Mientras el guardia se alejaba, se sentó en la recepción. Desde allí podía ver a quienes entraban o salían del establecimiento. Era la hora de entrada a clases, y circulaban padres, alumnos y algunas personas que parecían ser profesores del lugar.
Al ver a quienes circulaban frente a él, y considerando el aspecto general del establecimiento, confirmó sus sospechas: tendría que gastar su primer sueldo en ropa.
Pasados unos minutos, se le acercó otro guardia.
– Sígame, por favor.
Se incorporó de su asiento y se internó en el colegio tras el vigilante, avanzando por modernas edificaciones rodeadas de cuidados jardines.
Llegaron a una oficina. El guardia golpeó la puerta. Apareció el director, que saludó a Pedro dándole la bienvenida.
– Espero que tenga usted una grata permanencia en nuestro prestigioso establecimiento. Más que profesor, usted será un ejemplo, un apóstol. Los alumnos le deben ver como un modelo a seguir, en conocimientos y en valores. Acompáñeme, le presentaré a los profesores.
Sin decir palabra siguió al director hasta entrar en un salón etiquetado como “Sala de profesores”. Miró discretamente a su alrededor. Era un lugar bien amoblado y decorado con gusto.
– Profesores, muy buenos días – dijo el director levantando la voz para imponerse al ruido ambiental, luego de lo cual guardó silencio esperando que todos callaran para continuar.
Éste retomó la palabra.
– Quisiera presentarles a un nuevo colega, el nuevo profesor de Historia, don Pedro Pérez Pereira. Atenderá a los primeros medios. Cuento con su ayuda para acogerlo y guiarlo en estos primeros días de su estadía en nuestro establecimiento educativo. Ya estamos en la hora del comienzo de la jornada. Suerte a todos.
El director llamó al inspector y le presentó al nuevo profesor, pidiéndole que lo pusiera al tanto de sus obligaciones, y se retiró por el largo pasillo.
El inspector era un hombre de baja estatura, vestía un traje impecable y lucía un pequeño y aguzado bigote del que parecía sentirse orgulloso.
– Profesor – le explicó el inspector – en esta carpeta encontrará sus horarios de clases, los cursos a los que enseñará, los detalles de su jefatura de curso, en fin, todo lo que necesita saber. Y bueno, usted parece ser un hombre de trayectoria, así es que confiamos en su buen criterio y manejo de los cursos. Le ruego evitar los conflictos al interior de la sala y usar la psicología para tratar a estos muchachos. Hay que comprenderlos, ya que pasan por una edad difícil.
– Cuente con eso – le respondió Pedro dedicándole una leve sonrisa.
– Me alegra saber de su disposición. Como le decía, por fin hemos logrado hacer entender a nuestros profesores que deben tener un buen manejo de curso. No será bien visto que tenga algún conflicto en la sala, y bajo ninguna circunstancia podrá permitirse expulsar alumnos.
Detuvo su charla un momento y poniendo su mano sobre el hombro de Pedro, en un tono más bajo agregó:
– Tenemos un Psicólogo muy experimentado para asesorarle si se produjera algún problema en el desarrollo de sus clases.
– Entiendo – respondió Pedro sonriendo para sus adentros.
– Lo último: le encarezco que no olvide que los apoderados de este destacado colegio son muy diferentes a otros que Usted haya podido conocer. Son personas muy ocupadas, y no nos gusta importunarlos con pequeños problemillas propios de los adolescentes.
Interrumpiendo su perorata abruptamente, el Inspector miró su reloj y se despidió.
– Suerte! Con su permiso, iré a mis labores. Ya es hora. Lo dejo para que acuda a sus clases.
Le había llegado el momento. En este primer día se jugaba la permanencia en este exclusivo colegio. Lo sabía bien.
Dirigiéndose por el pasillo a su sala, pensaba – “Recuerda, Pedro, distancia y simpatía, liderazgo, ángel y no sé qué mierda más. Dominio de grupo versus dejarlos hacer para que me dejen vivir. Difícil mezcla. Un poco de magia no me vendría mal”.
Tenía un especial sentido del humor, que de alguna forma le permitía disfrutar de estas situaciones.
Llegó a la sala de clases con los libros bajo el brazo y paso decidido. Sintió el ruido al interior de ésta.
“Me llegó la hora” – pensó.
Entró en la sala. Comenzaba el circo.
Imagen destacada: El actor español Vito Sanz, en un fotograma del filme «Los exiliados románticos» (2015), del realizador madrileño Jonás Trueba