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SANFIC 15: «El hombre del futuro», de Felipe Ríos: Érase una vez… un productor

El largometraje del realizador nacional -la única obra de un autor local que participa de la Competencia Internacional del Santiago Festival de Cine 2019- es un filme precario en sus resultados creativos, que salvo por la actuación femenina protagónica, y su dirección de arte y de fotografía, tiene bastante poco que ofrecer en un certamen de esta índole.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 22.8.2019

Las peculiaridades de este filme asoman desde la presentación de sus créditos (tomen nota): el nombre de su productor -Giancarlo Nasi- asoma en un lugar de privilegio en su aparición, antes que el patronímico del director de la cinta (Felipe Ríos) y que las señas de los actores principales del título (Antonia Giesen y José Soza), en un hecho sorprendente, audaz, revelador, sin duda, y que nos hace pensar en la importancia del poder económico y político a la hora de hacer cine en nuestro país: quien tiene el manejo financiero del asunto (y de las relaciones públicas), que quede claro, es quien en primera y en última instancia, manda.

Después, la escasa credibilidad de una historia dramática, a ratos incoherente, imprecisa: las travesías de una familia disfuncional del sur austral de Chile (localidad de Cochrane, Región de Aysén), cuyo jefe de hogar es un silencioso y pensativo camionero (cuidado con los estereotipos sociales que se inoculan a las audiencias a través de una cámara), y de una esbelta boxeadora (Giesen), su hija, quien finalmente es el único rol que asume los riesgos literarios (demasiados) del guión, y que como le gusta decir a una amiga argentina: «pone el cuerpo», en expresión para graficar una postura de compromiso, en este contexto, de tipo artístico e interpretativo.

Las direcciones de arte y de fotografía son los aspectos técnicos -pulcros y compuestos con ánimo de generar un impacto de belleza visual en el espectador- que sobresalen en un relato fílmico que deambula por el camino, insistimos, de las omisiones argumentales: la búsqueda iniciada por el personaje de Giesen (una boxeadora casi adolescente inserta en un sinnúmero de crisis, entre ellas las afectivas y sexuales), deberían entregarnos las piezas del rompecabezas espiritual que nunca concluye por armarse, ya sea por incapacidad del guión, como por el escaso aprovechamiento de esas insinuaciones dramáticas que jamás levantan el vuelo: el incipiente vínculo erótico de la deportista con una compañera de clase, o la aparición de esa madre (Solange Lackington), casi entrevista en las luces de las brumas, y quien tampoco entrega las claves biográficas de esa familia que, salvo por lo llamativo de sus oficios, jamás termina por convencernos como un núcleo parental real (y verificable), que habitaría en el sur extremo del país. En ese sentido, el rol encarnado por Roberto Farías (quien hace de otro camionero), reivindicaría los rasgos psicológicos y el modus vivendi -más cercanos a la cotidianidad- de un hombre curtido en las carreteras lluviosas y frías del sur de Chile, de sus carencias y de sus pobrezas: del abandono, sin ir más lejos.

El resto, la verdad que inabarcable, como la pampa que alguna vez se denosta en estos diálogos: puro efectismo fotográfico (el paisaje ayuda bastante), en un largometraje de ficción que tampoco apuesta por sentar sus atributos en el registro documental, por ejemplo, en 96 minutos de continuo y gratuito sopor dramático, y de artificios de una cámara, que si bien es pulcra, menos resulta un centro argumental en sí misma. Sería mucho exigirle.

¿Por qué El hombre del futuro compite en la línea internacional de Sanfic 15? La prestancia…, y el talento de su productor. Dios nos pille confesados y advertidos.

 

La actriz Antonia Giesen en «El hombre del futuro»

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: La actriz Antonia Giesen en El hombre del futuro (2019).

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