La cinta del realizador nacional Luis Alejandro Pérez —presente en la grilla de la Competencia de Cine Chileno del Santiago Festival Internacional de esta temporada— es una obra audiovisual que en el uso de una estética realista, y no exenta de cierto sentimentalismo, aspira a registrar a ese país herido que se alzó el 18 de octubre de 2019.
Por Felipe Stark Bittencourt
Publicado el 21.8.2020
Piola es el debut en la dirección de Luis Alejandro Pérez, cineasta responsable de varios videoclips de músicos nacionales. El presente filme, de hecho, gira en torno a uno: Martín o “Hueso” como le llaman sus amigos. Cuando es Martín, es un estudiante de un liceo en Quilicura con problemas de conducta y que tiene una mala relación con sus padres. Cuando es Hueso, es un rapero elocuente y agudo, consciente y seguro de sí mismo, preocupado por sus amigos y con un sueño claro: dedicarse a la música profesionalmente.
Pero Martín no es el único personaje de la película. También está Sol, una adolescente que asiste al mismo liceo y cuya perra Canela se pierde. Lo que no sabe es que su destino está ligado al de Martín y su grupo de amigos luego de que se encuentren con una pistola.
Aunque no está exenta de cierto ripio en el ritmo de algunas secuencias, es formidable la seguridad y el trazo que Pérez imprime en la dirección y el guion. La película está segmentada en varias secciones que desglosan y profundizan la vida de cada joven personaje. Ese tránsito duro de la adolescencia a la adultez es retratado con todos sus matices y con un realismo que es tan crudo como tierno.
En efecto, la cámara de Pérez no pretende desdibujar la realidad, aunque a ratos busque jugar con ella, solo para intensificarla y hacer más evidente el mundo interior de cada personaje. Las imágenes de Piola, en ese sentido, retratan un Chile actual donde aparecen la soledad y la amargura, pero también el compañerismo y la pujanza en los ojos de una juventud que tiene sueños e ideales, pero que vive en un contexto complicado y violento.
No es el neorrealismo italiano de los años cuarenta, pero por las venas de Piola está la misma ternura con su honestidad implacable. El retrato social de Pérez no persigue un registro documental, pero en sus imágenes se desliza ese Chile desoído y del cual se ha sentido su temblor que clama por justicia.
Pero este clamor es local y aterrizado a la vivencia de cada joven. Se nota en la timidez de Martín que muta cuando se preocupa de su arte y de esa otra familia que son sus amigos; el rap en su boca se convierte en una lengua más aguda y honesta, lista para responder a una realidad que toma por las astas. Lo mismo pasa con Sol cuando despliega una fuerza inusitada y un sentido de justicia profundo frente al mal.
Con todo, ambos personajes no son mártires ni santos de aureola resplandeciente, sino jóvenes de carne y hueso en un Santiago sectario y de geografía humana compleja que conviven con los problemas de sus familias y los escasos momentos que tienen para ser libres. Es el Chile que nadie quiere y del que hay que hacerse responsables.
Por todo esto, Piola es un debut muy humano. No es perfecto, pero está sostenido por actuaciones impecables y una historia bien narrada que sumerge al espectador en la mente y corazón de personajes de honestidad implacables.
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Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción. También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Piola (2020), de Luis Alejandro Pérez.