«Santiago, Italia», de Nanni Moretti: Un filme incómodo para la élite chilena

El documental del realizador ganador de la Palma de Oro en Cannes 2001 aborda la crueldad desquiciada e inherente a las acciones de la comunidad nacional —frente a los instantes cruciales de la historia del país, como lo fue el martes 11 de septiembre de 1973—, y describe la forma en que esa animalidad irracional de nuestra trayectoria cívica siembra a los valles y cerros cubiertos de sangre, donde se abonan el olvido y la inmoralidad de una sociedad civil sin presente, menos futuro y tampoco pasado.

Por Aníbal Ricci Anduaga

Publicado el 1.10.2020

Desde Italia, nos llega este filme de Nanni Moretti que obtuvo el premio David di Donatello al mejor documental. Detalla los acontecimientos tras los primeros días de la dictadura de Pinochet. El director entrevistó principalmente a exiliados, entre los que se encuentran dos compañeros de oficio de Moretti, nos referimos a Miguel Littin y Patricio Guzmán.

Hay abundantes imágenes de archivo del bombardeo e incendio de La Moneda, imágenes de Allende y audio de sus últimos discursos. Pasada la mitad del metraje, nos enteramos que algunos de los entrevistados se asilaron en la Embajada de Italia durante el período 1973-74, la mayoría saltando el muro de la representación diplomática, ante el asedio y miedo que se respiraba en esos días.

Hay segmentos fuertes como el caso de Lumi Videla, dirigente del MIR que fue arrojada sin vida en la embajada y posteriormente la prensa de la época pretendió inculpar a los propios asilados de ese macabro asesinato. Otro testimonio sumamente crudo es cuando Marcia Scantlebury detalla las torturas vividas al interior de Villa Grimaldi. Son episodios insanos que Moretti contrasta con las opiniones de partidarios del régimen detenidos en el penal de Punta Peuco.

La visión del director (como él mismo afirma) no es imparcial, proviene de su ideario político y en definitiva busca dar voz a esos 600 asilados políticos que salvaron sus vidas al saltar los muros de la Embajada de Italia y que luego fueron acogidos fraternalmente por el pueblo italiano.

El columnista Carlos Pavez Montt, en su análisis sobre el documental de Moretti, nos habla de la importancia del testimonio como rescate de la memoria de aquellos que vivieron esos días aciagos. Ese 11 de septiembre de 1973 no puede estar escrito con tipografía de El Mercurio y de sus partidarios, cómplices pasivos que llevaron a cabo profundos cambios garabateados en unas fotocopias anilladas que ellos llamaron “el ladrillo”.

No quiero rescatar eufemismos de esos políticos y economistas, al fin y al cabo, “con la metralleta en la raja, todo el mundo trabaja”, reflejó fielmente el soporte de esos cambios “tan técnicos” que requerían enajenar 700 empresas estatales, a precios irrisorios, otorgando un mandato a los privados (estado subsidiario, dice la constitución heredada) para “fomentar la inversión nacional e impulsar la economía”, a través de “pagos” a los grupos económicos para volverlos parte de ese 0,1% más rico de la población.

“Con la metralleta en la raja” también podían equivocarse esos economistas (paridad cambiaria con el dólar) y arrastrar al país a una profunda crisis económica que hizo quebrar la banca nacional y mantuvo el desempleo en dos dígitos durante varios años.

La profundización del modelo neoliberal, a partir de ese fracaso, fue posible gracias al respaldo de una dictadura (las Fuerzas Armadas) donde el costo material de la crisis recayó en los hombros de los trabajadores chilenos y sus ahorros (no olvidar la quiebra del banco BHC y de muchas financieras) y donde ese Estado subsidiario volvió a traspasar recursos públicos hacia los privados, esta vez a la banca privada a través de la deuda subordinada (perdonazo al sistema bancario privado).

Todo lo anterior suena infame y de mal gusto, pero no olvidemos que esa herencia fue escrita con sangre de esos otros compatriotas que apoyaban al Gobierno de Salvador Allende. Si acaso ellos se equivocaron, nunca tuvieron esas “metralletas” para hacer frente a las Fuerzas Armadas, como bien menciona Carlos Pavez Montt, el testimonio de los que sufrieron esa época se actualiza a través de las emociones tras sus palabras, que nos permiten completar la imagen del espejo. La muerte, la tortura, la desaparición fueron el precio que pagaron, mientras otro grupo se volvía millonario haciendo la vista gorda.

El testimonio de los entrevistados por Nanni Moretti es importante porque le da voz a esa muchedumbre silenciada, es cierto que fueron acogidos por la acción de algunos personeros de embajadas (Italia, Suecia, Finlandia) que mostraron su lado humano. Resulta triste componer los espejos rotos de la memoria a través del trabajo de cineastas extranjeros, habla de que los medios de comunicación siguen en las mismas manos de antaño, imponiendo su verdad, mientras el otro lado del muro lo vemos con ojos de Moretti (Santiago, Italia), de Mika Kurvinen (Héroes invisibles), anteriormente de Costa-Gavras (Missing).

Es cierto que hay chilenos valientes como Emilio Pacull (Héroes frágiles) o Patricio Guzmán (La batalla de Chile, El botón de nácar), pero se trata de la visión desde el exilio, con evidentes esfuerzos personales y producción extranjera.

Dónde está el Estado de Chile dando voz a aquellos que debieron permanecer en esta tierra y no encontraron exilio. Han pasado décadas y el país sigue sordo, sin memoria, no hay cabida para una historia no oficial, debido a que los ingredientes de la dictadura permanecen intactos y esa muchedumbre silenciada todavía “no encuentra un país de exilio” (Carlos Pavez Montt).

Hay visiones extranjeras (Francia, Italia, Finlandia, entre otras), pero el Estado chileno y los directores nacionales debieran estar escribiendo esa otra historia con cuantiosos aportes económicos, como una forma de pedir perdón por el terrorismo de Estado expresado durante el régimen militar. Suena majadero, pero un país sin memoria no puede construir en forma digna su futuro.

Durante el estallido social del 18 de octubre, una “primera línea” de nuestra población, aquellos más postergados, levantaron sus voces para clamar por su dignidad, para decir basta a los abusos de los grupos económicos que se gestaron durante la dictadura.

Fue un clamor valorado también por grupos de clase media, pero si analizamos, esas capas medias se adhirieron por el temor a perder el sitial económico alcanzado durante los años de la Concertación, su reclamo no responde a un deseo por recuperar la memoria de esa muchedumbre silenciada que aborda Moretti, sino más bien, es una lucha tras un mejor bienestar económico, exigiendo al Estado aquello que el mercado claramente no es capaz de brindar.

Un hecho patético es lo expresado en las encuestas. Antes del reparto del 10% de las AFP, una gran mayoría de los encuestados clamaba por el fin de las AFP, pero luego de que su 10% fue depositado en sus cuentas personales, un porcentaje creciente de la población no sólo avala el sistema de capitalización individual, sino que un impresionante 80% quiere que el aumento del 6% en la cotización (parte de la futura reforma previsional) vaya en su totalidad a sus cuentas individuales y 0% al pilar solidario.

Eso acontece cuando un país no tiene memoria, sus ciudadanos se transforman en clientes de un sistema en extremo individualista, incapaces de comprender la solidaridad del pueblo italiano con un grupo de nacionales que bien pudo tener peor suerte, cuyas voces han sido acalladas por los medios durante décadas, ni hablar de las voces de los que perdieron la vida.

 

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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es ingeniero comercial de la Pontificia Universidad Católica de Chile y como escritor ha publicado las novelas FearEl rincón más lejano, Tan lejos. Tan cerca, El pasado nunca termina de ocurrir, y las nouvelles Siempre me roban el reloj, El martirio de los días y las noches, además de los volúmenes de cuentos Sin besos en la bocaMeditaciones de los jueves (relatos y ensayos) y Reflexiones de la imagen (cine).

 

 

 

Tráiler:

 

 

Aníbal Ricci Anduaga

 

 

Imagen destacada: Santiago, Italia (2018), de Nanni Moretti.