El largometraje documental del famoso realizador europeo —que se estrena vía streaming este miércoles en Chile— es una pieza cinematográfica inaudita, en términos de entregar un mensaje explícito de recuperación histórica y audiovisual: la solidaridad diplomática en medio de la barbarie humana y social que significaron los primeros meses de la vida nacional, luego del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
Por Carlos Pavez Montt
Publicado el 30.9.2020
No hay ninguna propuesta intelectual que pueda borrar los restos de materialidad que sobreviven en el mundo. Nadie puede eliminar esas tímidas astillas que se incrustan en los dedos, esas tibias heridas que prolongan su dolor de una manera en la que su huésped ya no da cuenta ni de sus propios efectos corpóreos. La negación siempre resurge desde las cenizas que dejaron su bosque. Y las obras artísticas son las plantas, los seres vivos que recopilan, en su experiencia, el único elemento aurático que nos queda al día de hoy.
¿Hay algo más verdadero que la emocionalidad de una declaración? ¿Existe en el mundo alguna expresión más audaz, más aguda, más entradora que la voz que se exprime a sí misma con lágrimas en los ojos?
Santiago, Italia es una pieza cinematográfica con una intención inaudita en términos de un mensaje explícito de recuperación. Es raro ver a la figura de Allende y a los documentos expuestos de la CIA en obras llegando al “gran público”. Y eso es precisamente un punto que requiere reflexión:
—Yo les digo a ustedes, compañeros, compañeros de tantos años, se los digo con calma, con absoluta tranquilidad. Yo no tengo pasta de apóstol, ni tengo pasta de Mesías. No tengo condiciones de mártir. Soy un luchador social que cumple una tarea: la tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la Historia y desconocer a la voluntad mayoritaria de Chile. Sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. ¡Y que lo sepan, dejaré La Moneda, cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera! ¡No tengo otra alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrán impedirme la voluntad de acatar, de cumplir el programa del pueblo!
Porque el lado oculto de la Historia siempre aparece al final, aunque sea entre líneas, aunque sea haciéndose un espacio con el hombro, por medio de la exorbitante y mutante multitud que se vuelve una unidad hiperdinámica mediante el ruido de sus conciertos.
Con el estímulo infinito de lo que significan sus expresiones, el mundo actual nos atocha permanentemente, captación tras captación, percepción extrema y dirigida de manera unívoca hacia el progreso. El timón sigue estando de la mano con esa mirada invisible que nos aprieta contra el suelo.
Podría decirse que la obra de Moretti constituye una totalidad basada en el testimonio y en los hechos. En la facticidad que constituyen los acontecimientos mismos, innegables, comprobados; se superpone una, más bien, varias subjetividades que interactúan de manera arbitraria para entregar una declaración. Una postura que interesa porque no es imparcial, porque aún cree en que la subjetividad debe tomar un camino y seguir las vías que indiquen su propia argumentación.
Así, el testimonio se actualiza permanentemente a través de miradas, de emociones, de encuentros imaginarios y reales entre dos lugares que constituyen el nexo simbólico del título: Santiago, Italia. La embajada de un país europeo que acogió a las identidades que se paseaban, que se movían, que sobrevivían en el hilo que separaba la intencionalidad militar de la muerte, la tortura, la electricidad en las partes húmedas del cuerpo, la desaparición. La razón misma vuelta en contra del espíritu humano y del “enemigo común”.
Entidad que todavía aparece en el imaginario colectivo. Porque el miedo es una condición que constituye a la sociedad en la cual vivimos. El presente se pasea ante nosotros y grita, pide auxilio ante el aprieto en el que lo tienen los otros tiempos. Las subjetividades, proyectadas, descentradas de su propia identidad y de su consciencia, no encuentran un país de exilio.
Esa comunidad que no llegará nunca en el futuro, si no que esa interacción objetiva que se da en un momento construido, oportuno, contingente, preciso. Quizás ese es el camino indicado por el cineasta italiano.
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Carlos Pavez Montt (1997) es licenciado en literatura hispánica de la Universidad de Chile, y sus intereses están relacionados con ella (con la literatura en lengua romance), utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción, por la reflexión que, el arte en general, provoca entre los individuos.
Tráiler:
Imagen destacada: Un fotograma de Santiago, Italia (2018), de Nanni Moretti.