Este es un filme (de 2010) que desenmascara al chileno medio (aunque la analogía general por extensión es evidente o deducible) torpe y vulgar hasta decir basta, que se mimetiza en ser lo que no es y que encubre también su identidad, falseándola incluso en un doble carné de identidad, porque así oculta un pasado condenatorio o traumático y que trastocó su necesidad de ser mejor.
Por Juan Mihovilovich
Publicado el 29.8.2018
Lo que parecía una sencilla comedia se transforma en drama. Lo que surge como una pacifica pagada de piso en un restaurante chino, de un joven recién contratado en una pequeña empresa de aseo, termina siendo una tragedia. No únicamente por el emotivo desfase interior que suelen mostrar progresivamente cada uno de los actores en relación con el medio en que se hallan insertos, sino también por la interacción a que son presionados por el personaje central: Pedro (el patrón que comanda al grupo de tres) surge como un individuo vulgar y arrogante, que maneja grosera o perversamente a uno de sus dependientes (Juan, obediente y obsecuente hasta el servilismo), con quien lo unen secretos deseos sexuales y que mediatiza con un dominio y sometimiento desmedido.
Es en ese restaurante chino de segunda, donde, como contrapartida, otro joven mapuche trabaja de cocinero y su agraciada y voluptuosa pareja lo secunda, cansada de la mediocridad ambiental, de la miseria en que se mueven, pero también presa de algunos sentimientos nobles traducidos en desear un mejor porvenir para con aquél, ya que siente que el mundo le es ajeno y que debe sobrevivir al amparo de su cuerpo, deseable para cualquier varón. En ese mundillo la comida y el trago son el pretexto para que aflore la personalidad resentida y siniestra, perversa y asfixiante de Pedro, quien se burla del dueño del local, un chino que en todo el filme no dice una palabra, del mapuche que lo mira como si lo reconociera, y del joven recién pagado (Diego) que, paradójicamente, se hermana con el indígena al tener gustos comunes por la literatura de alto vuelo, como lecturas de Shakespeare entre otros, que reproducen verbalmente cual bálsamo circunstancial dentro de la vorágine rítmica de una película dinámica y tensa.
El o los dilemas de fondo no son otros que la xenofobia, el desprecio por las culturas ajenas o externas, por la mujer y hasta por las inclinaciones sexuales, ambiguas o reales, con el miedo implícito o explicito como telón de fondo. Todo ello lo personifica Pedro, actor relevante y en la que el peso del filme resulta innegable. En su figura se centran las contradicciones de cada uno de los personajes secundarios. A través de él afloran los sentimientos más radicales, pero también la necesidad de reconocimiento de la cultura ajena y de las opciones personales legitimas en cada uno de ellos. Así, el devenir, resulta incierto, toda vez que las secuencias son extremadamente ágiles y las pasiones desbordan a cada momento el estrecho escenario. Por lo mismo, el desenlace se nos muestra como una respuesta inevitable del exceso pasional, de los miedos ancestrales, de la pseudo cultura entronizada en un país que niega el derecho a “ser” del otro, y que lo acepta entre dientes, mientras secretamente reniega de la persona humana, en tanto y cuanto no se acomoda a un ser y estar en la sociedad moderna, que mediatiza las acciones individuales y las somete al escrutinio sospechoso de la no aceptación, mientras se la disfraza de tolerancia y pluralismo, de hipócrita aprobación de la diversidad.
Schopsui (2010) es un filme que desenmascara al chileno medio (aunque la analogía general por extensión es evidente o deducible) torpe y vulgar hasta decir basta, que se mimetiza en ser lo que no es y que encubre también su identidad, falseándola incluso en un doble carné de identidad, porque así oculta un pasado condenatorio o traumático y que trastocó su necesidad de ser mejor.
En fin, una excelente película que anticipa en años los conflictos de la sociedad presente, los desmitifica y nos ayuda a repensar y sentir de mejor modo la nueva habitación, la nueva casa en que el mundo de la globalización y, por ende, del transculturalismo, se ha transformado, cambiándonos también para siempre.
Juan Mihovilovich es poeta, cuentista y novelista nacido en la zona austral de Magallanes. Pero es también abogado y se desempeña como juez en Puerto Cisnes, en la Región de Aysén, asimismo pertenece a la Academia Chilena de la Lengua.
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