La calidad y la belleza rastreables en el pensamiento estético de la narradora y ensayista trasandina -colaboradora asidua de nuestro Diario-, resultan palabras mayores: he aquí el prólogo (urdido por ella) al libro «Disparó el arma», de la escritora armenia Mariné Petrossian, y traducido al castellano y publicado en la Argentina en el año 2015, y que fuera presentado por entonces en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, en una crónica maravillosa acerca de la identidad que entregan el arte y el quehacer literarios a sus privilegiados autores.
Por Ana Arzoumanian
Publicado el 21.7.2018
Ereván, capital de Armenia, una casa de té en el número 11 de la calle Abovyan, la avenida principal que lleva el nombre del primer novelista armenio de la era moderna. Tarde templada de septiembre, la traductora y esposa del primer embajador de Armenia en la Argentina, Alice Ter- Ghevondian, me presenta a la poeta Mariné Petrossian. Conversamos entre armenio e inglés de la condición de la literatura en Latinoamérica, le pregunto sobre la literatura del Cáucaso Sur y sus vínculos. Mariné, con un estilo entre enérgico y cálido, me cuenta acerca de la caída de la Unión Soviética y de los efectos en el mapa emocional de los armenios. De la imposibilidad de hablar acerca de una literatura regional cuando en la zona los países no comparten ni la lengua, ni la religión. De las influencias de los escritores rusos y de los filósofos alemanes. De la re- orientalización femenina luego de la independencia. De las relaciones de esa escritura que dejaba de ser soviética para re- instalarse en la tradición nacional. Entre hierbas aromáticas y delicias de la pastelería imaginamos un puente no solo transocéanico, sino una construcción que atravesara el continente de un territorio clausurado por décadas.
Entonces fantaseamos con la traducción. Del armenio al castellano, del castellano al armenio. Dándonos, como en un intercambio de dones. Dándonos, como en una acción de justicia, distribuyendo. Un vínculo por la palabra como una acción de darse a comer, de darse a amar. Así surgió la materialización del primer proyecto: traducir a 20 poetas de la Armenia contemporánea celebrando la independencia de la Tercera República. Era el año 2011.
Al otoño siguiente volvemos a encontrarnos, Alice, Mariné y yo en la calle Abovyan, en esa casa de té que bautizamos, desde entonces, “nuestra oficina” y donde se gestarían nuevos deseos, esta vez llevando literatura argentina hacia Ereván.
Si la lengua es una patria, una traducción es la manera de volver a cierta infancia. Porque la lengua es la infancia, es el lugar donde la voz toma el color de las palabras. Ya iniciaba octubre y yo volvía a Buenos Aires. El segundo sábado de cada octubre se celebra en Armenia el día de los Santos Traductores en honor a Sahág Bartév y Mesrób Mashtóts. Todavía flota en mi memoria la imagen del muro que cubre la sala Khanjyan del museo Cafesjian Center, aquel segmento llamado “Alfabeto armenio” de la grandiosa pintura de Grigor Khanjyan. A ese museo al aire libre que constituye el complejo escultórico La Cascada, se le suma las salas de exhibición y allí, en su último piso, la historia armenia resumida en un tríptico que cuenta con el “Alfabeto armenio” la “Batalla de Vartanánts” y el “Renacimiento de Armenia”. De manera tal que la lengua y el alfabeto integran el entramado simbólico constituyente, junto con la religión (batalla de Vartanánts) y la tierra (el Renacimiento pintado en forma de un niño en brazos de su madre- tierra).
San Mesrób Mashtóts en el año 405 ve unos caracteres mientras reza. Así comienza la traducción de la Biblia, con la invención de un alfabeto que tenía 36 letras de las cuales siete eran vocales. Todas las letras se escribían en mayúscula. En la Edad Media se generaliza el uso de las minúsculas y se introducen otras dos nuevas letras, una vocal y una consonante.
El armenio es un idioma indoeuropeo. Se escribe de izquierda a derecha y posee dos vertientes: el armenio oriental, utilizado en Armenia, Rusia, Persia y el armenio occidental que rige en Turquía, Líbano, Europa y América. Y allí estábamos, sentadas alrededor de la mesa de madera oscura, entre latas de hierbas y teteras pintadas a mano, tres mujeres y dos sistemas lingüísticos. Alice y Mariné en el armenio oriental y yo en el armenio occidental sosteniendo el deseo de reconocernos en la voz, en la letra profunda de una poética.
Las palabras en armenio son todas agudas, acentuándose de manera tónica la última sílaba de las mismas. Los signos ortográficos varían en relación al español, correspondiendo el punto (.) a los dos puntos del español; el punto final (:) corresponde al punto del español; la media coma (‘) que se colocan alto introduce una explicación. Tanto el signo de interrogación como el signo de exclamación no se abren y se cierran en la frase a interrogar o a exclamar como en español, sino que se colocan sobre la vocal de la sílaba tónica de la interrogación o de la exclamación (sobre la palabra y no en la frase). El guión es un signo usado muchas veces en poesía, bien para introducir un dato a la frase o bien en lugar de una coma.
El artículo determinado es una letra que se une a la palabra como sufijo singular o plurar, mientras que el artículo indeterminado se coloca después de la palabra sin unirse a ella. Los sustantivos no tienen género y sufren modificaciones en sus desinencias según la función que cumplan en la frase. Las declinaciones configuran siete casos:
vocativo: para indicar o llamar a una persona o cosa
nominativo: sujeto del verbo
acusativo: objeto directo
genitivo: modificador directo, indica posesión
dativo: objeto indirecto
ablativo: indica procedencia, origen, causa
instrumental: medio o instrumento, particularidad de una persona, animal o cosa.
El armenio tiene posbilidades ilimitadas para formar palabras compuestas. La composición reúne dos o más palabras simples para hacer una nueva que expresa varios coneptos vinculados entre sí. Nos detuvimos en estas observaciones para dar solo un índice de lo que significa el traslado de la lengua armenia al castellano. El lenguaje distingue las naciones entre sí y, al decir de Jean Jacques Rousseau, se desconoce el origen de un hombre hasta que no haya tomado la palabra. A la pregunta ¿qué es lo que hace que esta lengua sea la de su país y no del otro? el traductor opone ¿cómo hacer para llevar la lengua de manera que el otro la sienta como propia?
Las particularidades ortográficas y gramaticales de la lengua no solo le dan un espesor particular a la misma sino que también le otorgan una fisonomía única sobre el blanco del papel. Si el campo de la música es el tiempo y el de la pintura es el espacio, la poesía se extiende como partitura en la geometría de los sonidos. Y allí, la traducción deberá volcarse a su acepción más radical de traición. El traductor deberá elegir ser fiel o no al sentido puro, a la música, a la geografía que dibuja el poema en ese negro sobre blanco que es la página.
Por la existencia de las declinaciones, por las palabras compuestas y por la forma misma de la lengua, un verso dicho en armenio se extiende en una frase demasiado larga en su versión al español. Allí la elección del traductor haciendo un trabajo de orfebre sobre la música, limando versos, trasladando palabras en la construcción de la arquitectura poética. Porque las palabras son cuerpos vivos y la lengua española responde a una tradición católica cuya voluptuosidad habla en géneros sensuales, mientras que el armenio y su trazo apostólico gregoriano lleva la voz hacia zonas más veladas.
Mariné Petrossian nace en Ereván en el año 1960. Su educación emocional está impresa de esos últimos años de la Unión Soviética; en 1988 cuando publica sus primeros poemas en la revista Karun (la revista literaria más importante de la Aremenia soviética) faltaba solo tres años para la caída de la Unión. Movimientos sociales, marchas, huelgas, la guerra de Karabagh/ Artsaj, y luego la independencia de Armenia, son los acontecimientos contemporáneos a la publicación de su primer libro. A partir de allí comienza una carrera dentro y fuera del país. Es traducida al francés e invitada a diversos salones del libro y congresos europeos y americanos. El subisidio para artistas de la UNESCO la premia con su programa de residencia en California. Allí escribe su siguiente publicación “En la orilla del mar de Armenia”. Mariné escribe poesía, ensayo, traduce sus propios poemas al inglés, participa activamente de los debates políticos de su ciudad. En el año 2011 publica “Ensalada con tiros”, poemas que hemos leído en castellano no solo en la edición de los 20 poetas de Armenia sino en diversos sitios web argentinos que se han hecho eco de su poesía. En ese mismo año publica “Poster rojo” recoplicación de ensayos que habían viso la luz primeramente en el diario Haikakan Jamanak entre los años 2007- 2009, el periódico de oposición de mayor tirada en Armenia. En el año 2013 participa de una residencia de escritores en Viena. Y en 2014 publica en Armenia “Disparó el arma” mientras que en México publican “Un idioma también es un incendio. 20 poetas de Armenia”.
La crítica identifica su obra con el imaginismo de Pound, de Hilda Doolittle, de Lawrence, de William Carlos Williams por la presición de las imágenes, por el lenguaje claro, agudo. En el año 2000 el poeta Armen Shekoyan publica su libro “Antipoesía” y a partir de esa edición, Mariné escribe: “La antipoesía o cuando el poeta no busca coartadas”.
El cambio de siglo, la caída de un régimen, un terremoto devastador en el año 1988, la guerra, un capitalismo salvaje instalado bajo las formas políticas de la corrupción, la emigración de sus compatriotas que no encuentran un espacio social y económico donde albergarse, la muerte de mujeres por violencia de género educan la mirada de la poeta y acondicionan su estética de manera de construir artefactos narrativos a la altura de la realidad múltiple y acelerada. De manera tal que en lugar de inscribirla en la escuela norteamericana, pensamos que su poesía se adscribe a la práctica de la crónica, práctica que implica un debate inclusivo con los géneros y las formas textuales del momento histórico.
Impresiones, apuntes, instantáneas, polaroids. Heredera de la factografía de los artistas de vanguardia por una escritura del hecho, Mariné Petrossian poetiza como antídoto, escribe una alternativa a los relatos sociales y políticos, experimenta en esas fisuras de lo real de manera de establecer un doble pacto: con la realidad y con la historia.
Las calles de la ciudad, los fusiles, la frontera, el sello en el pasaporte, la policía y la sangre son elementos que el sujeto literario utiliza para extenderse con el fin de convertir ese espacio de dominio público y exterior en un escenario heterogéneo donde el interior poético se despliega como discurso. La poesía en un contexto cultural cercado por el devenir mafioso de la política encuentra cierto paralelismo con las manifestaciones escriturales latinoamericanas que impugnan la categoría de autonomía literaria y producen estéticas híbridas.
La palabra crónica deriva de la noción de tiempo. “Siempre cabe la posibilidad de que la ficción deje caer alguna luz sobre las cosas que antes fueron narradas como hechos” afirma Hemingway, porque es el poema quien puede decir la historia, ya lo hemos observado en Heródoto, en Jenofonte.
Disparó el arma
“Yo tenía el arma en la mano
disparé
no sé a quién le di
pero le di a alguien ya que de golpe
todo cambió”
La poeta se deshace de las condecoraciones prosódicas del heroismo y en su simpleza borra toda noción de nacionalismo, toda bandera. En unos versos que no hacen uso de las mayúsculas Mariné Petrossian no grita, su alocución es breve y, quizás, por eso, más cruel, porque el sinsentido de lo violento asume el lugar de lo cotidiano. Desde el dibujo de nuevas fronteras hasta el absurdo de la desposesión, la poeta no escribe los contornos del término enemigo. Mariné marca una progresión en cierta incoherencia del mundo, una incoherencia que encuentra en el sacrificio la piedra de toque de la constitución simbólica de la tierra
Verso ensangrentado
“En la fiesta siempre hay sangre
la sangre de alguien
que muere para nosotros
muere para que haya fiesta
y haya alegría”
Disparó el arma». Hablemos del título. Eso fue lo que le propuse a Alice. La expresión «disparó el arma» resultaba equívoca en castellano. ¿Cómo delimitar el sujeto de la acción? ¿Quién disparó? La oración necesitaba un sujeto. Desde el español podríamos ensayar un «Se disparó el arma», pensé. Utilizar un verbo reflexivo, un verbo transitivo cuya acción recayera sobre el mismo sujeto que la realiza…Se disparó el arma…Pero no era el caso, porque esa acción de disparar en el libro provoca efectos en un otro. Pensamos en la cualidad de los verbos reflexivos, en la manera de indicar un cambio en la condición física, en la percepción, o acaso en el modo de describir una acción no deliberada…Se disparó el arma…Podría haber sido. Pero la conversación con Alice, traductora aguda y delicada, revelaba algo más que las precisiones verbales, llegaba a tocar las políticas de la palabra. Y el sustrato político- epistemológico da cuenta de la carnalidad de los términos. En un país con las fronteras cerradas con dos de sus vecinos, en un país con uno de sus vecinos acechando el límite, no solo geográfico, sino aquel del borde del estallido, en un país donde los aldeanos de los pueblos limítrofes saben que podrían matar o ser muertos, en un país donde los soldados dicen que abrazan la kalashnikov como a una novia; el arma no «se dispara», el arma dispara. El arma adquiere una personalidad cuya ficción humanizante ni siquiera es despiadada, es, por el contrario, una forma de desinvestir, de deshacerse de lo doloroso, de abandonar la representación emocional. Un sujeto anestesiado hace que sea el arma la que dispare. Disparó el arma. No en el sentido mersaultiano de poner la culpa de un homicidio en un agente externo (el sol). Sino de agenciar la responsabilidad del disparo en un objeto que se convierte en parte del cuerpo y actúa.
La última vez que nos vimos en nuestra oficina nos encontramos también con otros escritores, la calle Abovyan encendía sus luces, en la librería Artbridge, justo enfrente de nuestra casa de té , se presentaba un libro. Volví al hotel, pedí un “sovoragan surdj” (café armenio) y pensé que, si doblaba la esquina, estaba en mi casa.
Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962. De formación abogada, ha publicado los siguientes libros de poesía: “Labios”, “Debajo de la piedra”, “El ahogadero”, “Cuando todo acabe todo acabará” y “Káukasos”; la novela “La mujer de ellos”; los relatos de “La granada”, “Mía”, “Juana I”; y el ensayo “El depósito humano: una geografía de la desaparición”. Tradujo desde el francés el libro “Sade y la escritura de la orgía”, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, “Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto”, de Susan Gubar. Fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem para realizar el seminario “Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión”, en Jerusalén, el año 2008. Rodó en Armenia y en Argentina el documental “A”, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la República trasandina, un largometraje en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en la dictadura militar vivida al otro lado de la Cordillera, y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010). Es miembra de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela “Mar negro”, por el sello Ceibo Ediciones.
El extracto que aquí presentamos fue cedido especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Audisea Editora (http://audisea.com.ar/)