La novela del escritor argentino —la cual acaba de ser lanzada en Chile por la Pollera Ediciones— relata el duro trance de un duelo afectivo luego de una perdida, incluido el aislamiento y la locura que este produce, en quien lo padece (el protagonista del texto).
Por Cristofer Vargas Cayul
Publicado el 18.8.2020
Leila Guerriero, en un artículo titulado «Érase una vez el fin», publicado en El País, hace un recorrido por los libros que, inspirados o no por la biografía de sus escritores, llevan como tema central el duelo. Autoras y autores como Piedad Bonett (Lo que no tiene nombre), Roland Barthes (Diario de duelo), C. S. Lewis (Una pena en observación), Joan Didión (Noches azules) son algunos de las y los que componen la lista, adscribiéndose, según la escritora argentina a un subgénero literario: la literatura de duelo.
Considerando la atingencia del tema es que se reedita Solo, de Marcelo Vera (Rosario, 1974), un volumen que tuvo su primera edición en Buenos Aires, hace tan sólo dos años (2018).
El motor narrativo es la muerte de Clara, la mujer del protagonista, que además de saber que estuvo involucrada en un accidente automovilístico se omite mayor información de las circunstancias de la muerte. Lo que viene es un recorrido por el delirio de un hombre que atraviesa el duelo encerrado en su departamento, dejando al texto entre dos incógnitas a través del recurso de un final abierto.
Sumando a esto la poca referencia a localizaciones espacio temporales, además de un par de nombres de programas de tele reconocibles y otras referencias musicales y de la cultura pop, transforma a la novela en un relato sin muchas capas, con pocos momentos de apertura provechosos para el texto, pero en los que se alcanza a entrever una mirada irónica del exitismo en la sociedad latinoamericana, dentro de otros temas relacionados directamente con el duelo como la soledad, la depresión, la dependencia a psicofármacos, etcétera, experiencias que se viven en el ámbito de lo privado.
Estas aperturas agrandan el texto y le dan trasfondo, pero hay varios otros intentos que no logran enriquecer la novela, sino que la cierran y entorpecen su lectura. En este sentido se trata de una novela cerrada en sí misma y en los pensamientos del narrador como anuncia el propio título del libro.
Dentro de las aperturas que muestra el texto se encuentran momentos televisivos, reality shows, documentales sobre la naturaleza, programas de asesinos seriales o dibujos animados del Cartoon Network a través de los cuales el protagonista evita pensar en el dolor del duelo. Idea que se complementa con la referencia al uso de calmantes y la idea del adormecimiento o la de no querer ver lo evidente. Al llevar el texto a una lectura situada, estas pequeñas referencias aportan pistas de cuál es el tipo de sociedad que Marcelo Vera representa en la novela.
Otro acierto es mostrar el negocio de la muerte y las forma de capitalizarla a través de párrafos que divierten y sacan del tono fatalista que predomina en el texto, haciendo uso de la ironía como estrategia de entrada.
“Descubro una empresa californiana que envía las cenizas de los muertos al espacio con la posibilidad de elegir entre el lanzamiento de las cenizas más allá de la estratósfera terrestre, la opción de orbitar por tiempo indefinido en una cápsula espacial, o el exclusivo servicio de entierro lunar” (p. 48).
A través del mismo tono irónico y a ratos cínico, el narrador puede pasar del humor al terror con fluidez exponiendo a la vez el tipo de relaciones y de expectativas que existen en el mundo adulto hetero normado.
“Él es socio de un próspero estudio de arquitectura, y ella está a cargo de un exclusivo local de objetos de diseño. Además, cultivan cannabis en un balcón decorado en estilo oriental, tienen una copia de un Basquiat en el recibidor, y una pequeña biblioteca repleta de libros de autoayuda y PNL” (p. 42).
“Los detalles estúpidos abundan, y mi cabeza gravita en algún lugar lejano. Anécdotas insípidas se suceden. Clara está muerta. Quiero gritarles que me importa un carajo las civilizaciones antiguas, las hojas de coca y su patético viaje de mierda, pero milagrosamente logro conservar la calma. Si pudieran ver mi cara sin dudas deberían aterrorizarse” (p. 44).
Hacia al final la aparición de un personaje entrañable e inesperado deja ver la duda frente al discurso y la determinación delirante de inmortalizar el recuerdo de Clara. Acá se da el espacio para entrever una transformación en el personaje, pero tal hecho queda a la libre interpretación.
Desde mi experiencia de lectura, la novela si bien está bien escrita, tiene un tono y un ritmo parejo, peca de rozar lo sentimental, a través del recurso romántico de fundir los estados anímicos del narrador con el entorno. En este caso la lluvia y el llanto que a ratos cansan. Pero también el claustro y el ahogo que trabajan las reflexiones delirantes que a ratos el protagonista hace.
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Imagen destacada: El escritor argentino Marcelo Vera.