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«Terremotos y miedos»: Una retrospectiva al levantamiento popular de 2019

Una crónica del poeta y narrador chileno de la generación del Bicentenario donde describe a través de su particular sensibilidad, la opresión que la cultura neoliberal con su sistema de autofinanciamiento inmisericorde, ejerce sobre la gran mayoría de los ciudadanos nacionales.

Por Alberto Cecereu

Publicado el 6.11.2019

Yo nací después del terremoto. Siempre me dijeron eso. “Ah es que tú naciste después del terremoto”. Como si fuera un antes y un después. Una oscuridad. Una luz. Sí, nací el 86, después de ese terremoto feroz que abrió en dos el muelle Prat de Valparaíso. Dejó un hoyo. Un forado. Una grieta grande en el suelo de los adoquines de cemento del muelle Prat.

No sufrí la dictadura directamente. No. No tuve idea qué era el toque de queda. Menos qué significó el engranaje de los aparatos opresores del Estado. En verdad no lo recuerdo. Mi viejo, artista y con actividades políticas clandestinas, fue detenido, perseguido y amenazado en la calle, en su taller, en su casa. En mi casa. Tres veces allanaron la casa. Era en la noche. Eran los de la CNI. La noche era la CNI. Así, que mi viejo, de artista se transformó en perseguido. “Pasó a engrosar la lista”. Como si la pelá pudiera llegar en cualquier momento. Una pelá que quizás lo hubiese acribillado. O torturado. O detenido hasta la eternidad. Qué se yo. Tantas posibilidades que pudieran haber pasado.

Nos fuimos. Nos acogimos al refugio político en otro país. Ahí también pasamos hambre, prejuicios y extrañamiento. Pero estábamos ahí, más allá del Trópico de Cáncer. Da para la media historia eso.

Pero volvimos. Chile había recobrado la libertad, la democracia. Vi a mis viejos sumidos en otro miedo y en otra esperanza. Seguían teniendo miedo. Le tenían miedo a los pacos, a los milicos, a Pinochet que fue general hasta el 98 y después senador y después vino lo de Londres. The Clinic. Lagos. El crecer con igualdad. Gladys Marín gritando como verraca. Pero había miedo. Pero había deuda. Mi viejo ganó plata. Se vendió al sistema. Ya no era el clandestino que trataba de nazi a Pinocho en el Bellas Artes. Era camisa y corbata. Un amigo de sus amigos que quizás antes no habrían sido sus amigos.

Soñamos con la tele. Un par de veces fui parte de un team infantil de un programa famoso de la tele. Me besó la Myriam Hernández. Me saqué fotos con ella. Conocí a la Bolocco. Al Profesor Rosa. A tantos. Es que aparecí en la tele. Era para navidad. “La blanca navidad”. Cómo no recordar el villancico pegajoso de Falabella sobre la navidad. Me imaginé ahí en una publicidad un par de veces.

Mis viejos se endeudaron. Quebraron una decena de veces. Se endeudaron de nuevo. Se compraron una casa. Una bella casa de ensueño, clase media acomodada, con patio y jardín. Años después nos embargaron. No tuvieron piedad. Nos tiraron a la calle. Nos remataron el sueño. La casa. Los recuerdos. Mi padre perdió el trabajo. Lo trataron de viejo, de poco calificado. Los amigos que antes no habrían sido sus amigos, dejaron de ser sus amigos. Le cerraron las puertas. Lo olvidaron. Entonces mi viejo, se puso microempresario. Puso un negocio. Trabajé con él, ganaba la propina.

Mis viejos se reinventaron, como siempre lo hicieron desde que el 11 fue 11. Ya no estaban juntos. Se separaron. Duraron poco igual casados. Estaba de moda separarse cuando había que anularse, porque los políticos aprobaron la ley de divorcio el día del tuétano. Pero ahora mis viejos sí que están viejos. Y están viejos porque están cansados. La mamá tiene pensión solidaria. Trabaja en dos cosas hoy para poder vivir con dignidad. Hace vida social en la madrugada en los consultorios para que le den medicamentos y compra flores para adornar su mesa de comedor, ya que las flores están baratas. Mi papá, que ya no usa corbata y camisa, aún no se jubila, y no cree que lo hará en mucho tiempo más. Volvió a vender sus cuadros de arte y se hace un sueldo de hambre. Ambos, perdieron sus sueños. Están solos y viejos. Se sienten saqueados. Se sienten engañados. Se sienten al igual que un niño que lo llenan de mentiras. Lloran pa dentro. Con silencio y frustración.

Da lo mismo que haya nacido después del terremoto. Yo viví terremotos después. Tantos. El 2010 incluido, cuando vivíamos con mi pareja en una casa diminuta en el fondo de otra casa y la casa parecía que se iba a caer entera. Da lo mismo. Ahora viví el toque de queda. Vi tanquetas pasando afuera de mi casa. Mi hijo ya me preguntó por qué hay militares con metralleta mirándonos y por qué se queman las calles como se queman los volcanes. Siento que estoy viviendo lo mismo que mis viejos. Tengo una deuda enorme en la Universidad y no puedo pagarla. Veo que todo se cae a pedazos y nadie hace nada. Y no sé cómo decirle a mi hijo que no tenga miedo. “Naciste después del terremoto del 2010, hijo”. Sí.

 

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Alberto Cecereu (Valparaíso, Chile, 1986) es poeta, escritor y licenciado en historia.

 

Alberto Cecereu

 

 

Crédito de la imagen destacada: Arnaldo Rodríguez.

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