La propuesta escénica de este montaje recientemente estrenado en la sala Patricio Bunster del Centro Cultural Matucana 100, no sólo reivindica una problemática, y es mucho más que una muestra radical de teatro político: representa también una propuesta ágil, multimodal, enérgica y conmovedora, que enarbola la insurgencia de las voces subalternas de la sociedad chilena contemporánea.
Por Jessenia Chamorro Salas
Publicado el 6.5.2018
El desgarro histórico de la causa indígena es representado durante la presente temporada en Matucana 100 a través de Territorios, una obra que enarbola una causa social y cultural que pese a estar en la palestra hace décadas -incluso siglos, si se es más exhaustivo-, no ha sido del todo considerada por el Estado chileno, en tanto institución obligada a ello, ni menos aun por los poderes fácticos, que han boicoteado por fines capitalistas la lucha que los pueblos indígenas han dado por la defensa de sus territorios ancestrales.
Bajo la dirección del reconocido dramaturgo, actor y director José Luis Cáceres (El Cañaveral, Mal parido y Territorios invisibles) y la Compañía “Teatro de la luz”, llega a M100 el montaje Territorios, cuyo argumento central es la lucha de dos hermanas pehuenches para defender sus tierras de la ambición empresarial y estatal que pretende construir una hidroeléctrica en territorio sagrado, hecho que amenaza con destruirlo y al cual las mujeres valientemente se enfrentan mientras son testigos de cómo los demás aceptan las migajas que les ofrecen por vender su tierra. Sin embargo, Berta y Nicolasa Quintremán defienden sus valores y cosmovisión hasta las últimas consecuencias.
La problemática por el territorio resulta fundamental en esta obra, porque no solo se están enfrentando pehuenches y empresarios por la disputa de un terreno específico que peligra, se están enfrentando dos cosmovisiones, dos maneras de concebir al mundo que no están en igualdad de condiciones, pues la hegemonía y el poder de una se superpone a la otra que se ha sido relegada históricamente. Mientras que para las hermanas y su pueblo el territorio que defienden es considerado sagrado y ancestral, parte fundamental de su cultura y de su sustento; para el empresariado y el Estado chileno el territorio sólo tiene un valor económico en cuanto al usufructo que de éste se puede obtener. El choque de ambas visiones es el eje que articula la disputa por el terreno en cuestión, ya que la represa que pretende construirse generará una inundación que destruirá la posibilidad del pueblo indígena de habitar la tierra como lo han hecho durante siglos.
No es azaroso que el empresariado esté representado en la obra por un español, quien no comprende ni acepta la forma de vida del pueblo pehuenche, y solo ve en la construcción del proyecto hidroeléctrico la oportunidad de enriquecerse. Tal como lo hicieron sus antepasados al llegar a Chile, en donde no solo conquistaron territorios que para ellos constituían un dominio entregado, sino que pretendieron arrasar con la cultura que allí habitaba, imponiendo su cultura, su idioma, su religión y su cosmovisión centrada en el poder económico y en el éxito individual.
Y así es cómo la Historia se repite, una vez más, debido al carácter cíclico que nos impele a aprender las mismas lecciones que aun no aprendemos. Durante el siglo XVI fueron los españoles quienes atentaron contra la tranquilidad en territorio indígena. Durante el siglo XIX fueron los propios chilenos en la llamada “Pacificación” quienes arrebataron terrenos a los pueblos originarios. Y durante las últimas décadas del siglo XX e inicios del siglo XXI, se ha repetido la historia, y nuevamente los territorios indígenas han sido amenazados por la mano ambiciosa de los empresarios y por la debilidad condescendiente del Estado chileno, que desean convertir a la naturaleza en la una industria de la cual obtener el mayor provecho posible, escudados en la idea de progreso y de modernización.
La obra está dividida en cuadros que utilizan distintas partes del escenario, el primero en la casa de las hermanas, el segundo en una simulación de cancha de tenis en donde dialoga el español con Huenchumilla, el tercero en la representación de la construcción y su debacle, y por último, el retorno hacia la casa Quintremán. Tal disposición escénica resulta de mucho interés en cuanto a la propuesta planteada, ya que otorga al espectador una visión dinámica de los acontecimientos, lo que se complementa enormemente con la utilización de la multimedialidad a través de los variados efectos sonoros, musicalización, uso de pantallas con videos interactivos, y una iluminación vivaz que propicia distintas atmósferas, las que envuelven al espectador introduciéndolo en la problemática misma; además, brindando la posibilidad de re-conocer las perspectivas en conflicto a través de una mirada que aúna lo personal con lo colectivo.
En relación con el contexto problematizado en la obra, este aborda lo sucedido en torno al caso Ralco y a la férrea protesta de las hermanas Quintremán en contra de la construcción del lago artificial que desvariaría el cauce del río e inundaría la cuenca del Bío Bío, afectando a casi una centena de familias. Debido a tal situación, el 24 de diciembre de 2013, se encontró el cuerpo sin vida de Nicolasa Quintremán en el lago Ralco, hidroeléctrica inaugurada al año siguiente tras casi diez años de conflictos sociales con los habitantes pehuenches de la zona. La obra problematiza tal episodio, pero también devela el nulo apoyo prestado por el Estado chileno y sus gobiernos a la etnia aborigen, pues el Presidente Patricio Aylwin en 1997 se había comprometido a no construir hidroeléctricas en la zona, no obstante, durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle se aprobó el proyecto Ralco a cargo de Endesa España. Es su presidente, Rodolfo Martín Vila, ex ministro de la dictadura de Franco, quien es representado como el español a quienes las hermanas Pehuenches se enfrentan. Sin embargo él no actúa en solitario, sino que es apoyado por Huenchumilla, un político de ascendencia mapuche que se vendió al sistema neoliberal, de militancia demócrata cristiana y quien traicionó a su pueblo.
Estos aspectos socio históricos, políticos y culturales son los que Territorios pone en jaque, apelando a una visión crítica de los sucesos por parte de los espectadores, y a una conciencia respecto de las situaciones desfavorecidas que hasta el día de hoy viven los pueblos indígenas de Chile, los cuales están desprotegidos frente a los poderes gubernamentales y fácticos.
Territorios devela un episodio negro en el conflicto indígena, es un llamado de alerta sobre la emergencia de lo urgente, la emergencia de salvaguardar nuestra cultura, nuestro territorio, nuestra naturaleza y nuestra cosmovisión ancestral. Emergencia de valorar a los pueblos originarios antes de que sea tarde y nos lamentemos de haber aniquilado nuestra historia por proyectos que pintan de progreso a Chile.
La propuesta escénica de Territorios no solo reivindica una problemática, no solo es teatro político, es también una propuesta ágil, multimodal, enérgica y conmovedora que enarbola la insurgencia de las voces subalternas.
Ficha técnica:
Director y dramaturgo: José Luis Cáceres
Producción: Francisca Babul
Diseño integral: Eduardo Cerón y Tatiana Pimentel
Composición musical y sonido: Marcello Martínez
Elenco: Sebastián Layseca, Aldo Bernales, Muriel Miranda, Marcia Martínez, Pablo Suárez
Asesores de investigación: Claudio Vilchez, Claudio Escobar y Gabriela Piña
Traducción al mapudungún: Segundo Cáceres Quintreman
Asistente de dirección: Daniel Verdugo
Realización: Manuel Morgado
Sala: Espacio Patricio Bunster de M100, desde el 3 al 27 de mayo, de jueves a sábado a las 21:00 horas, y domingo a las 20:00 horas
Valores de las entradas: $5.000 general, $3.000 estudiantes y tercera edad, $3.000 jueves popular
Duración: 90 minutos
Dirección: Centro Cultural Matucana 100, Avenida Matucana N° 100, comuna de Estación Central, Santiago
Para obtener una mayor información acerca de este espectáculo, revisar aquí.
Crédito de las fotografías: Centro Cultural Matucana 100