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«The Capture»: La serie inglesa que cuestiona la legalidad de la videovigilancia estatal

En esta obra audiovisual compuesta de seis episodios —dirigidos por el cineasta Ben Chanan— se concentran los temas de la libertad personal, en confrontación con las estructuras del poder social en la Gran Bretaña actual, bajo el paradigma de la necesidad de protección de una sociedad moderna y cosmopolita, en prevención de los siempre probables ataques terroristas.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 16.9.2020

Cuando en los años 40 Serguéi Einsenstein estrena Iván el terrible, incluye expresamente elementos simbólicos diversos, uno de los cuales ocupa un rol dominante y naturalmente central como símbolo, cual es el “Ojo de la Providencia”: el ojo que todo lo ve, la mirada divinal por sobre las miradas humanas, representado por frescos en los muros que observan la escena que también ven los espectadores.

Los personajes discurren en más de una oportunidad cruzándose entre el “Ojo de la Providencia” y el ojo del observador, y entre ambos, las miradas sesgadas, intencionadas, de los personajes que traman sus líneas de acción sin darse cuenta que son trebejos en un juego infinitamente más grande que ellos. El conjunto expresa esa suerte psicológica de doble vigilancia que la religión típicamente ubica a ambos lados de los seres humanos, en este caso como personajes situados, inermes, entre la pared cósmica que incluye al dios omnisciente y la visión borrosa por variada, del juicio que encarna el espectador en su butaca. El ojo pintado en la pared es asumido pero resulta intraspasable (y hasta invisible) para la consciencia.

Mientras tanto, el personaje —no el actor— se debate contra los conflictos del argumento que es también nuestro ámbito como veedores del drama que se desarrolla. Pero hay ocasiones, aun sin salirnos del cine, donde el “Ojo de la Providencia” no está manifiesto. El personaje no remite, no relativiza su conducta a un trasfondo religioso superior. El espectador percibe el conflicto ético de los personajes, pero éstos no acusan mayores aprietos exteriores a la realidad vivida en forma espontánea… algo típico del Hombre que se concibe a sí mismo como autosuficiente a partir del positivismo… pero como siempre nos pasa y como se suele decir: todos somos ateos hasta que el avión empieza a venirse abajo.

 

El “Ojo de la Providencia” en «Iván el terrible» (1940), de Serguéi Einsenstein

 

Este desconcierto respecto de un pretendido control del mundo y su realidad encuentra una excelente referencia en la producción de 1966, dirigida por Michelangelo Antonioni: Blow up (nefastamente traducida para el público latino como Deseo de una mañana de verano). El blow up del título refiere al proceso fotográfico de la ampliación de fotos.

Por esta técnica, Thomas (David Hemmings), analiza una imagen y reconstruye una realidad más allá de lo visible a simple vista. En cierto sentido, el propio Thomas se convierte en el “Ojo de la Providencia” que aprenderá a “ver el todo”… pero al mismo tiempo que empieza a verlo todo, ese todo se le desvanece en la legendaria escena final de los mimos en la cancha de tenis.

Este juego de ver y ser visto, de verlo todo y de no ver nada, se cumple en una historia más aggiornada como lo es la de la miniserie inglesa The Capture (2019), de seis episodios, dirigidos por Niall McCormick. En estos seis episodios se concentran los temas de la videovigilancia y el de la vigilancia en general por parte de las estructuras del poder social en la Inglaterra actual bajo el paradigma de la protección contra los siempre probables ataques terroristas.

Sabemos que las leyes en ciencias demarcan específicamente lo prohibido, lo que no se puede hacer o lo que no puede ocurrir. En el mundo humano, sin embargo, la cosa es más compleja: las leyes ni se obedecen ni se desobedecen: se siguen o se burlan y hasta a veces se las sigue para poder burlarlas. En el ajedrez, por ejemplo, y como modelo ético aplicable también al Derecho, se acuerda seguir ciertas reglas rígidas de movimientos… pero dentro de ese rígido marco se pueden elegir los movimientos permitidos, logrando la armonía entre Ley y Libertad.

Y mientras esto se aplica a un ser humano, pensemos en complejos sociales, y a estos como un pattern matching, o principio de comunicabilidad entre complejidades inteligibles, donde se da un marco de elecciones en función de la información generada desde un contexto infinitamente complejo y dinámicamente impredecible como es el modelo social. En pocas palabras: cuanta más información generemos, mayor cantidad de variables a elegir se tienen en el pattern. El problema es que, en los modelos sociales, se dinamizan dos funciones en paralelo que entran en conflicto: los servicios que los gobiernos generan y las decisiones que en ese marco pueden llegar a tomar las personas.

Y esta es la base que toma The Capture para el desarrollo del guión de la miniserie: la relación entre el aparato burocrático y la libertad de elección del individuo. El conflicto, expresado como distancia entre ambas partes, se resume en que las decisiones personales dependen de la maquinaria burocrática, mientras que esa burocracia se autogenera, se automantiene y tiene una evolución propia. De hecho, esta distancia es dramática en los sistemas sociales de alta energía como lo son los países llamados “del primer mundo”.

En efecto: la energía extrametabólica de las naciones, esto es: la no imprescindible para vivir sino la que se despliega en herramientas de control o de destrucción, se termina dando en altas concentraciones, implicando siempre mecanismos de ajuste brutales en función de la gran masa de cambios simultáneos que se deben producir. Así, a una selva le cuesta mucho más enfrentar los cambios que a un ecosistema de desierto el cual es muchísimo más simple: mientras un modesto cambio puede ser rápidamente catastrófico para la selva, ese mismo cambio puede pasar imperceptible en el desierto.

Esta concentración de decisiones burocráticas de un sistema complejo como el social —por ejemplo, una declaración de guerra— se hace a partir de una persona —por ejemplo, el primer ministro inglés— pero afecta la vida de todas las personas de esa sociedad, más allá de sus deseos expresados en el mecanismo democrático que llevó al funcionario a su status de poder. Esa inequidad es, obviamente, peligrosa, porque por un lado es asimétrica: el Estado baña con su presencia la vida del individuo, mientras el individuo cree en su relativo aislamiento (“Sólo las salas de los tribunales y los baños públicos están libres de cámaras…”, se explica en The Capture equiparando escatológicamente a la justicia con lo más bajo del ser humano).

Pero por otro lado, y lo que es peor aún, es lo incontrolable que se vuelve por parte de la persona, la información que se genera dentro del sistema social en ese complejo de convivencia entre el poder político y el individuo: el consumo de datos vía redes sociales o plataformas informativas no garantiza para nada la calidad de la información. Y de hecho, se trata siempre de información “no inocente” que se orienta en función de intereses políticos, es decir: del lado del burócrata.

Esta situación se transparenta en una simple expresión de uno de los personajes de The Capture: “No importa la verdad sino lo que la gente cree…”, o, lo que es lo mismo, la manipulación de la relación burocracia–individuo por la vía de la información que se genera, potencia el proceso de control.

Tal balance afecta a la economía social del Hombre desde siempre y se resumen en el viejo latinazgo Bellum omnium contra omnes: la guerra de todos contra todos, concepto que manejara Thomas Hobbes a la hora de definir el rol del Estado político, como poseedor del monopolio de la violencia frente a la indefensión del individuo… y todo fuera de los mecanismos que supuestamente deberían igualar las cosas para ambos bandos: un bando sabe que está en guerra contra la libertad del individuo y el otro bando cree que está en paz y viviendo una vida relativamente independiente, sólo acotada por las exigencias mínimas y naturales de la convivencia social.

El problema se centra en que no es capaz de entender el grado de manejo de la información con la cual se construye su libertad. Una dimensión donde la percepción de esa libertad se da por la capacidad de dar rienda suelta a su voluntad sin considerar, con la misma atención, en qué medida esa voluntad está determinada o es aleatoria.

 

Laura Haddock y Callum Turner en «The Capture» (2019)

 

Capturados

El público asiste, entonces, a la experiencia de su propia vida sabiendo a medias acerca de lo que debe sacrificar de su libertad en el contexto de los mecanismos de interacción orientados a una convivencia saludable. En este sentido, en The Capture, asistimos a una historia que sirve de excusa casi secundaria para mostrarnos el problema central: el poder de control social que se cierne sobre el individuo y sus constructos sociales.

Un soldado es acusado de haber cometido un crimen de guerra que había quedado registrado por la cámara del casco que llevaba otro militar de apoyo. Un tecnicismo acerca del mal funcionamiento de la cámara lo salva de ir preso, pero tras el festejo con sus camaradas —durmiendo ya en su cuarto—, es vuelto a arrestar por el secuestro —y presunto crimen— de su abogada. El resto de los otros cinco capítulos se centran en desentrañar cómo un video presuntamente en vivo, que pasa por los controles de las cámaras públicas, pudo ser manipulado para inculparlo, y sobre el final también se averigua la verdad del soldado frente al enemigo abatido.

Más de seis millones de cámaras en Inglaterra y más de un millón sólo en Londres, la convierte en la ciudad más videovigilada del mundo. En calles, parques, tres por ómnibus (sobre el chofer, sobre el pasaje y una externa); en los taxis, avenidas, callejuelas… en todos lados, a razón de una cámara por cada 11 habitantes.

Este enjambre de imágenes es monitoreado constantemente, y los habitantes saben que deben ceder al triplete del MI5, el MI6 y los GCHQ (Government Communications Headquarters) sus libertades individuales.

Las cámaras omnipresentes (como la muy inglesa “telepantalla” del 1984 de Orwell, inevitablemente citada en la serie) alcanzan un poder simbólico en el desarrollo de la historia, muy bien calibrado por el director, amparando complots y encubriendo intenciones, mostrándose como un ojo múltiple, inasible en las alturas del mando, ajustando enfoques y orientaciones para no dejar nada fuera de la visión… las cámaras, en definitiva, recreando los frescos con el “Ojo de la Providencia” de Einsenstein.

Por otro lado, los marcos legales acerca de la vigilancia van quedando a la saga de los recursos tecnológicos puestos en juego, y así como la Deep Web revela los puntos ciegos de la ciudad para poder moverse sin ser visto, la ley también se va cargando de “puntos ciegos” de los cuales el aparato de control se aprovecha para poder ajustar el control hasta límites de valor moral dudoso.

The Capture denuncia, más allá de la captura de imágenes para control policial y antiterrorista, la captura de la vida de las personas. Holliday Grainger (como la inspectora Rachel Carey) será la encargada de ir desentrañando el enredo y de caer en la cuenta del modo en que fue usado el soldado y es usada ella misma por la superestructura ilegal (autodenominada “La Corrección”) montada sobre ella y sobre las instituciones legales, aprovechándose de nuestra natural confianza en lo que vemos.

Aunque esta alianza ilegal está estructurada a través de un celo exagerado por detener la llegada de elementos terroristas a suelo inglés, no cuenta con dos factores extras: uno que son los intereses económicos que tanto el gobierno inglés como el de los EE. UU. comparten en un nivel de organización más abstracto y que reorientan el trabajo de la “La Corrección” en otras direcciones inesperadas para sus actores locales.

Pero tampoco cuentan con el reajuste de conducta de la inspectora Carey que parece obedecer al no siempre recordado mandato de Leibniz: “El único conocimiento de sí consiste en distinguir claramente nuestro sí–mismo de nuestro no–ser.”: dejar de ver lo que creemos y empezar a ver lo que somos. Este cambio en la comprensión de la realidad de Carey se presenta como una puerta de salida a esta burocracia autosuficiente y cerrada en sus códigos que atenta contra la libertad de las personas.

Nadie en su sano juicio dudará de la existencia de estos niveles de manejo social por fuera de los sistemas del Derecho Internacional, aunque en paralelo y tapizando el camino al infierno con buenas intenciones… pero ¿compartiría cualquiera, dentro del mismo marco racional, esta confianza en el héroe que se entrega para minar la solidez de un mecanismo policial perverso? Como siempre pasa en las series —aun en las muy buenas como The capture—, habrá que esperar una muy probable segunda temporada…

 

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Tráiler:

 

 

Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.

“La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

 

Imagen destacada: Los actores Holliday Grainger y Callum Turner en The Capture (2019).

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