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«The Cat Inside (Gato encerrado)», de William Burroughs: El hombre es un animal malvado

En este texto -publicado en castellano recién en 2007-, el mítico autor estadounidense da cuenta de la belleza de un animal, pero también del adiestramiento humano que no tiene límites y es capaz de imponer a su entorno, el odio y la neurosis que nos ha llevado a ser el mamífero más peligroso sobre la tierra, uno bípedo y desplumado que viste pantalones y piensa tener todas las respuestas respaldándose en sus cercas y armas, esclavizando a lo que teme o no entiende o que piensa representa un peligro para su supervivencia.

Por Daniel Rojas Pachas

Publicado el 2.12.2019

«No creo que nadie sea capaz de escribir una autobiografía completamente sincera. Estoy seguro de que nadie podría soportar leerla: Mi pasado era un río maligno».
William Burroughs en The Cat Inside

Gato encerrado (The Cat Inside), de William Burroughs (1914 – 1997) es un texto híbrido, a medio camino entre el diario, la narrativa fragmentaria y el aforismo. Un libro no muy difundido en nuestra lengua pues fue originalmente publicado en una edición limitada de 1986 y se mantuvo inédito en español hasta el 2007. A través de sus páginas conocemos más acerca de la intimidad del autor, los cual nos permite redescubrir facetas que los lectores asiduos a Burroughs intuimos en su prosa. Sospechas que en este libro se confirman con desenfreno y brutal honestidad.

Las frases certeras saltan como testimonios desgarrados, excéntricos rasgos de la sensibilidad creativa y animalística de William B. –resalto lo animal en lugar de hablar de simples caracteres humanos, pues precisamente esa humanidad individual y colectiva es la que se tensiona con ímpetu al revelar los tipos de interacción que Burroughs –en primera persona– sufre en sus distintos periodos, infancia o madurez, estados oníricos y de diurna lucidez, estancias que abarcan procesos escriturales y la posterior difusión de sus obras a través de múltiples viajes por el mundo, siempre al alero de un felino que lo adopta o abandona, digo adopta y abandona –dejando claro que este sentimiento no siempre es material pues en algunos casos Burroughs es abrazado mágicamente por espíritus animales que lo reconfortan o atormentan en sueños apocalípticos o bajo la epifanía de un tótem que reorienta su percepción: “Cuando tenía cuatro años tuve una visión en Forest Park, Sant Louis. Mi hermano iba delante de mí con un fusil de caza. Yo me había quedado rezagado y vi un pequeño ciervo verde más o menos del tamaño de un gato. Con claridad y precisión a la luz del sol de última hora de la tarde como si lo estuviera viendo a través de un telescopio. Más tarde cuando estudié antropología en Harvard, aprendí que se trataba del avistamiento de un tótem animal y supe que nunca podría matar un ciervo”.

En aspectos más mundanos, los animales que se suceden a lo largo de los relatos, domestican su vida, debido a que el animal impone su temple y personalidad a los hábitos del hombre que mal ha creído ser dueño o amo de seres que funcionan alienando nuestro cariño mientras reacomodan el entorno en base a sus necesidades, deseos y ansias de libertad.

Es paradigmático el caso del gato blanco, al cual Burroughs compara con un Niño Árabe: “Este gato blanco me volvería loco si tuviera que vivir en el mismo apartamento con él a mis pies, frotándose contra mi pierna, poniéndose boca arriba delante de mí, saltando encima de la mesa para meter las pezuñas sobre la máquina de escribir. Está encima de la televisión, está encima del tajo, está en el fregadero, está metiendo la pezuña en el teléfono. Yo estoy recostado sobre el aparador bebiendo algo. Cuando creo que está fuera, entonces salta encima del fregadero y pone la cara a sólo diez centímetros de la mía. Al final lo echo y cierro la puerta… como un niño árabe que sabe que se está portando mal también sabe que tarde o temprano lo echarás. No hay ningún problema, coge y se va, desaparece por un callejón en el incipiente anochecer, y, pam, ya se ha ido, dejándome con un ligero sentimiento de culpa”.

Claro que el hombre, basado en su superioridad racional cree ser el amo y establece sus conductas destructivas, manías y prejuicios que traspasa a los animales, contaminando a otras especies, pero a ojos de Burroughs el gato es diferente y su libertad inquebrantable es prueba de una rebelión y autonomía que el hombre no es capaz de fisurar, el gato no está determinado por maniqueísmos y una moral dicotómica: “El gato no ofrece ningún servicio. El gato se ofrece a sí mismo. Por supuesto busca cariño y protección. El amor no se compra a cambio de nada. Como todas las criaturas puras, los gatos son prácticos (…) Los perros comenzaron como centinelas. Es su función principal en la granja y en la aldea, alertar de lo que acecha, como cazadores y guardianes, y por eso odian a los gatos. <<Mira los servicios que ofrecemos nosotros y los gatos sólo hacen el vago y ronronean>> (…) Lo único que hacen los gatos es ronronear y alienar el cariño del Amo, desde mi más sincero punto de vista de comemierda- Y lo peor de todo es que no saben diferenciar entre el bien y el mal”.

Por tanto, rápidamente uno piensa en el concepto de familiar. La literatura de fantasía y la mitología nos ha aproximado con vehemencia a esa idea a través de los rasgos que hacen de un ciervo, gato, búho, cuervo u otro animal (incluso especies oscuras como los Imp o formas etéreas como un fuego fatuo o elementales) un espíritu protector o criatura arcana invocada por un brujo para estar a su servicio, ser su espía y fiel amigo, esta invocación recibe el nombre de familiar pues la sabiduría del animal queda dentro del círculo personal del arcano y el animal que contiene dicho poder y lealtad es traspasado a sus descendientes, Burroughs de este modo se vincula con dimensiones druídicas: “En los últimos años me he convertido en un devoto amante de los gatos, y ahora la criatura resulta claramente reconocible como un espíritu de gato, un Conocido. Cierto es que tiene parte de gato, y también de otros animales: zorros voladores, gálagos, colugos filipinos de enormes ojos amarillos que viven en los árboles y son inútiles en tierra, lémures con colas anulares y lémures ratón, martas, mapaches, visones, nutrias y zorros arena”.

Burroughs a través de los sueños y pensamientos que expone en The Cat Inside, se declara un defensor de la dimensión mágica de la naturaleza ante las abrasiones que provoca el progreso: “La sustancia mágica para la conservación de animales está siendo retirada. Ya no está el ciervo en el Forest Park. Los ángeles están abandonando las alcobas de todas partes, la sustancia en la que se conservan los Unicornios, el hombre de las nieves, el ciervo verde es cada vez más fina, como las selvas tropicales y las criaturas que viven y respiran en ellas. Al igual que caen las selvas para hacer sitios a moteles y a Hiltons, y a McDonalds, todo el universo mágico está muriendo”.

Su visión apocalíptica del mundo no es abandonada, lo grotesco y deforme, la degradación de la carne propia de la interzona se atisba en pesadillas que muestran la inocencia o belleza mutilada por una fealdad que nos supera “La Tierra de los Muertos… Una pesta a alcantarilla hirviendo, gas de hulla y plásticos quemados… yacimientos de petróleo… montañas rusas y norias llenas de maleza y enredaderas. No encuentro a Ruski. Grito su nombre… <<¡Ruski!¡ Ruski!¡ Ruski!>>”. Un profundo sentimiento de tristeza y aprensión. <<¡No debería haberlo traído aquí!>>. Me despierto con lágrimas corriéndome por la cara”.

Esta abominación que Burroughs desata con sus profundas pesadillas, dejando de manifiesto la estética del mal que nos rodea, se anida de modo explícito y voraz en el retrato de un hombre maduro de piel blanca y barba que impone su visión occidental del mundo, nuevamente una visión en exceso moralista y dicotómica, lista a escindir el mundo en buenos y malos y castigar duramente bajo la orden de sus prejuicios.

“El consejero era un hombre sureño con pinta de político. Nos contaba historias de hogueras, sacrificios animales de la basura racista del insidioso Sax Rohmer – Oriente equivale al mal, Occidente equivale al bien. De repente aparece un tejón entre los niños –no sé por qué lo hace, simplemente juguetón, amigable e inexperto como los indios aztecas que les llevaban fruta a los españoles y estos les cortaban las manos. Así que el consejero se apresura hacia su alforja y saca su Colt 1911 automático del 45 y empieza a disparar contra el tejón sin darle, equivocándose a cada tiro desde una distancia de un par de metros. Finalmente coloca su pistola a siete centímetros del tejón y le dispara. (…) Y pregúntate a ti mismo: ¿Qué vida vale más?, ¿la del tejón o la de este perverso hombre blanco de mierda? Como dice Brion Gysin <<¡El hombre es un animal malvado!>>”.

En ese sentido gatos e infantes, traviesos niños mágicos son los que deben ser protegidos por un guardián, pues ellos, fetos, gatos e híbridos son una prolongación de la magia en peligro de extinción: “Anoche encontré un gato de ensueño con un cuello muy largo y un cuerpo similar a un feto humano, gris y traslúcido. Lo estoy acariciando. No sé lo que necesita ni cómo dárselo. En otro sueño de hace años aparecía un niño humano con los ojos desorbitados. Es muy pequeño, pero ya camina y habla. ¿No me quieres?- De nuevo, no sé como ocuparme de la criatura. Pero, ¡me he propuesto protegerlo y criarlo a toda costa! Es responsabilidad del Guardián proteger a los híbridos y a los mutantes en esa etapa tan vulnerable que es la infancia”.

Burroughs se plantea como ese guardián a lo largo de sus digresiones, allí radica también un crucial nodo de su percepción mutante, su escritura y arte fragmentario y discontinuo frente a la magia oculta y mutante de la naturaleza, en esta obra William B. hace de forma genuina y desentendida de pretensiones una declaración de principios y un manifiesto de su genio: “Mucho más tarde supe que había sido escogido para interpretar el papel de Guardián, para crear y criar criatura en parte felina, en parte humana y en parte algo aún inimaginable, que bien podría ser el resultado de una unión que no ha tenido lugar desde hace millones de años”.

Por tanto, una parte vital del libro radica en el modo que Burroughs introduce por medio del concepto de “funcionalidad” la manipulación que las sociedades humanas han dado a los animales, perros y gatos principalmente, pero incluye a otras especies – imponiendo tareas como vigilar, acompañar, entretener o el simple exotismo y contemplación que vivimos en los zoológicos, una reificación del comportamiento de estos animales determinados por nuestra crueldad y estupidez que hace de estos seres vivos por un lado símbolos de nuestra personalidad, rasgos que queremos resaltar o enaltecer, como diciendo que tal hombre es una fiera, o peor aún, haciendo de ellos proyecciones de nuestra violencia, miedos, morbo, rabia y control: “No odio a los perros. Sí que odio lo que el hombre ha hecho con el mejor amigo del hombre. El gruñido de una pantera es seguramente más peligroso que el ladrido de un perro, pero no es feo. La furia de un gato es bella, ardiente con una pura llama de gato, con todo el pelo encrespado y con crujientes brillos azules, parpadeando con los ojos encendidos. Sin embargo, el ladrido de un perro es feo, como el gruñido de un sureño cateto y mafioso y anti islamita… el gruñido de alguien que lleva una pegatina en la cintura con las palabras <<¡Matar a un maricón por Dios!>>, un gruñido con pretensiones de superioridad moral. Cuando ves ese gruñido en realidad estás viendo algo que, en sí, no tiene cara. La furia de un perro no le pertenece. Es dictada por su entrenador. Una furia mafiosa es dictada por los condicionantes del entorno”.

Burroughs en este texto da cuenta de la belleza del animal, pero también del adiestramiento humano que no tiene límites y es capaz de imponer a su entorno, el odio y la neurosis que nos ha llevado a ser el mamífero más peligroso sobre la tierra, uno bípedo y desplumado que viste pantalones y piensa tener todas las respuestas respaldándose en sus cercas y armas, esclavizando todo a lo que teme o no entiende o piensa representa un peligro para su supervivencia. Ese temeroso hombre blanco que no tiene tapujos en decir ante la simple presencia de un milagro natural como el mítico hombre de las nieves vagando libre por su hábitat, espacio natural invadido para construir centros recreativos o plantas hidroeléctricas: “<<¿En tu opinión qué se debería hacer con estas criaturas si existieran?>>. Una oscura sombre atraviesa el horrible rostro de la chica y sus ojos brillan con convicción <<¡Matarlos! Podrían herir a alguien>>.”

Creo que la última frase que Burroughs nos regala en este maravilloso y honesto libro da cuenta de su esperanza por la especie, capaz de reconectarse con su espíritu felino e híbrido y potencialmente salvarse de su limitada moral y sensibilidad miope: “Nosotros somos los gatos encerrados. Somos los gatos que no pueden caminar solos y para nosotros sólo hay un lugar”.

 

Daniel Rojas Pachas (Lima, Perú, 1983). Escritor y editor chileno-peruano, dirige el sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo barroco y Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla, y las novelas RandomVideo killed the radio star y Rancor. Sus textos están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su weblog.

 

Una edición en inglés de «The Cat Inside» (publicado originalmente en 1986)

 

 

 

Imagen destacada: William Burroughs en Londres, 1988.

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