Dirigido y protagonizado por el actor James Franco, el largometraje inspirado en la filmación de la película “The Room” (2003) –considerada por algunos críticos como la peor de la historia-, y debida al enigmático realizador estadounidense de origen polaco Tommy Wiseau, es una hilarante comedia dramática que revisa con singularidad argumental tópicos como el absurdo, el fracaso, y el enigma de la identidad personal dentro la cosmopolita sociedad norteamericana: acaba de ganar un Globo de Oro, gracias a la interpretación principal de su doble autor delante y atrás de la cámara.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 17.1.2018
“Existen palabras que, al igual que las trompetas, los timbales y los tambores de los saltimbanquis, atraen siempre al público. Las palabras gloria, belleza, poesía, poseen sortilegios que seducen a las almas más toscas”.
Honoré de Balzac, en Ilusiones perdidas
Gran parte del atractivo de “The Disaster Artist: Obra maestra” (“The Disaster Artist”, 2017) se debe a la presencia de James Franco en la escena protagónica del título. El actor nacido en Palo Alto exhibe aquí una ingente variedad de registros interpretativos, y su versión en torno a la biografía delirante del actor, productor y director Tommy Wiseau (un personaje en sí mismo), más allá de resultar convincente o creíble, adquiere y alcanza notas artísticas propias, deslumbrantes, en lo que a la creación de un alter ego con vida autónoma se refiere. Un ejemplo de manual para el futuro.
Ambientada entre los años 1998 y 2003, el presente crédito relata la travesía emprendida por Wiseau (encarnado por James Franco) y su amigo, el aprendiz de actor y modelo Greg Sestero (Dave Franco) con el propósito de asentarse como intérpretes exitosos en Los Angeles, California, y de esa manera iniciar una carrera profesional rebosante de triunfos y de logros tanto en la industria cinematográfica como en el teatro, de ser posible.
Tommy posee una millonaria riqueza –de orígenes enigmáticos, tal como su identidad personal-, y cultiva actividades varias: el diletantismo romántico, la admiración incondicional por la figura de James Byron Dean, y la obsesión por llegar a convertirse en un actor multifacético, solicitado por las mayores compañías dramáticas y los grandes estudios de Hollywood, declamando a Shakespeare y a Tennessee Williams, en audiociones y restaurantes. En ese afán que comparte junto a Greg (Dave Franco), ambos expresan sus ansias y expectativas existenciales, en cuanto proyecto de vida, frente al precipicio cercano y predecible del más rotundo fracaso y vergüenza.
Con un registro propio de la época –fines de la década de 1990- la cámara del también realizador James Franco (1978) reproduce una estética inspirada en el fin de la era del celuloide ante el digital y sus colores marcados levemente por el brillo de la pátina fotográfica, en un discurrir de secuencias y de escenas que, asimismo, se aproximan al estilo de grabación reconocible de una serie de televisión (predominancia de planos interiores, iluminación de esas características rastreable en la composición del encuadre, un montaje que apela al traslado espacial a fin de mostrar un desarrollo plausible de la acción diegética, de casa a departamento, desde San Francisco hasta Los Angeles).
El tratamiento audiovisual del absurdo, del fracaso, con mayores fueros argumentales luego de transcurrida más de la mitad temporal del largometraje, bifurcan en la transversalidad de géneros que muestra “The Disaster Artist: Obra maestra”, y en la explosión de risas esperpénticas que inundan la sala al producirse su tramo final.
Así, el hecho de filmar ficticiamente acerca del rodaje de una cinta editada verdaderamente (y con tropiezos) en la realidad, allegan, igualmente, al simbolismo del décimo cuarto largometraje de ficción de James Franco a los márgenes del formato documental, una vía de expresión que él mismo actor y director ha explorado con plausibles frutos en ocasiones anteriores, en una prueba y reivindicación de la multiplicidad de roles artísticos y creativos que su talento fílmico le ha permitido abordar durante su destacada trayectoria autoral.
En efecto, si existe un punto de concordancia crítica en torno a las cualidades de este título, es el que se desprende de lo concerniente a su transversalidad de géneros y de los diversos formatos audiovisuales presentes y verificables en su amplia y ambiciosa constitución cinematográfica. Comedia, drama y teatro son emplazados acá en un esfuerzo total por reflejar las carencias y la grandeza “humanas” de ese dueto que al parecer ni en un millón de años se comerá la “gloria” y el estrellato onírico que ofrece hollywoodense para sus aventureros.
Las identidades atormentadas de Wiseau y de Sestero se explayan a viva voz dramática en el guión escrito a la par por Scott Neustadter y Michael H. Weber: la paradoja de conseguir el triunfo mediante la derrota y la burla masiva de un auditorio atestado de público, en un diálogo constante con la incoherencia, el exceso, la desmesura y la irrealidad de un pasado espurio y auto inventado, con el objeto de enfrentar un presente incierto, dubitativo, incontrolable, más allá de la voluntariosa apuesta por concebir y crear una obra maestra que conduzca a la singular pareja de amigos, hacia el camino de una victoria redentora y trascendente para sus propósitos de reafirmación artística. Y aunque sobren el dinero y el amor de una novia admirada, como la que tiene Greg (abordada por la actriz Alison Brie).
“The Disaster Artist” obtuvo la Concha de Oro destinada para la mejor película en el prestigioso Festival Internacional de Cine de San Sebastián 2017, y también un galardón especial dispensado a James Franco, en atención a la magnitud y a los logros escénicos de su trabajo interpretativo. No sería extraño que el nombre de ambos (título y actor principal) figure en la nómina final para competir por los premios Oscar, los cuales se dirimen a fines del próximo mes de febrero.
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