El filme del realizador griego de «La favorita» se refiere a las encarnaciones, al peso de las elecciones en pareja, y sobre el adoctrinamiento al cual hemos sido sometidos, dejándonos inútiles frente a nuestra emocionalidad e identidad. Reflexiona acerca de la frialdad y lo mecánico de las relaciones humanas hasta el punto de parecer máquinas, y lo contrasta con una historia de amor que se sostiene por una fragilidad e inocencia muy particulares.
Por Alejandra Coz Rosenfeld
Publicado el 23.1.2019
The Lobster es una película dirigida por el cineasta griego Yorgos Lanthimos (Atenas, 1973) que se estrenó el 2015 en el festival de Cannes donde ganó el premio del Jurado. El filme narra la historia de una sociedad distópica donde las personas solteras son arrestadas y llevadas a una especie de hotel donde existe un plazo de 45 días para encontrar obligadamente una pareja romántica. Si eso no ocurre, el castigo es ser convertido en un animal y enviado a los bosques donde son cazados por los mismos huéspedes.
Entramos a este mundo desde el punto de vista de David (Colin Farrell), quien es llevado al hotel tras haber sido dejado por su mujer quien se fue con otro hombre. David es acompañado por su perro, que antes era su hermano. La película mantiene la potente visión autoral de Lanthimos de sus anteriores trabajos como Dogtooth (2009) y Alps (2011), con una cámara excepcional de la mano de Thimios Bakatatakis, donde el paisaje, la estética junto a la música (de Johnnie Burn) están en plena sincronía con las sensaciones que se van produciendo.
Hay una lectura profunda y muy crítica frente a lo vincular. Por un lado está el juicio, el castigo y el estigma sobre la soledad, donde el deber ser, lo políticamente correcto y la apariencia es lo que rige cada movimiento. La apariencia y el miedo a ser apuntado, a ser rechazado. Y frente a ello comienza el desarrollo de distintas personalidades que se van convirtiendo en personalidades tipo, personalidades predictivas y muy autocentradas.
La película muestra una vida en contradicción donde se exige estar en pareja en base a un amor real mutuo —ironizado a través de los gustos y hábitos en común—, pero al estar apostando con sus vidas, son obligados a forzar ese vínculo para evitar ser convertidos en bestias y además ser mal vistos por sus pares.
David se hace amigo de Robert (John C. Reilly) quien tiene ceceo, y de John (Ben Whishaw) que cojea. El trío, que no parece tener muchas posibilidades de triunfo, irrumpe en el hotel e intenta desenmascarar la realidad de las parejas que allí habitan. Las parejas son expuestas a mentiras, egos y torpezas de supervivencia básica. Los tres también son testigos de la formación de parejas que por miedo a ser transformados en animales, son capaces de mentirse a sí mismos y al otro, aunque signifique de alguna manera ponerse la soga la cuello: “Si la pareja comienza a tener problemas se les designará un hijo”, les dice la directora del recinto, ejemplo de estrategia usada dentro del hotel para salvar los conflictos que pudiesen ser recurrentes y nocivos para la pareja. Otra regla del lugar es que está prohibido masturbarse, pero sí es legítimo que la mucama se frote sobre el macho hasta lograr una erección, sin dejar que tenga un orgasmo. En cambio, los disidentes del bosque pueden hacerlo libremente, pero no pueden tener sexo, besarse o gustarse, y sobre todo no pueden amarse, ya que sería contradictorio con su lucha contra el sistema.
Un día, David conoce a una de estas disidentes (Rachel Weisz) con quien mantiene una relación comunicándose a través de señas. Hay sutilezas en el guión muy bien expresadas y que no caen en un romance cursi, como por ejemplo que él sea miope igual que ella. Este tipo de sincronías o pequeñas coincidencias van encajando con un toque de humor en la personalidad de las posibles parejas, haciéndolas creer en un cierto destino.
The Lobster habla de las encarnaciones, del bardo quizás, del peso de las elecciones en pareja, y del adoctrinamiento al cual hemos sido sometidos, dejándonos inútiles frente a nuestra emocionalidad e identidad. Habla de la frialdad y lo mecánico de las relaciones hasta el punto de parecer máquinas, y lo contrasta con una historia de amor que se sostiene por una fragilidad e inocencia muy particular.
Alejandra Coz Rosenfeld nace en Santiago de Chile, en 1972. Poeta, artista y terapeuta transpersonal, estudió letras y estética en la Pontificia Universidad Católica de Chile, y arte en el Palazzo Spinelli, de Florencia, Italia. Ha publicado el poemario Marea baja (Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2017), y prepara su primer libro de relatos con el título tentativo de Las aguas de Neptuno y otros cuentos, y una segunda entrega de poemas, ya bautizada como La jabalina (Ediciones Filacteria, Santiago, 2019).
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