Los recientes volúmenes «Ramitas. Poesía reunida (1992-2018)» y «El empleo del tiempo. Poesía y contingencia» (2017) del autor y profesor trasandino dan cuenta de veintiséis años de escritura de unas de las voces más particulares y reconocidas en la literatura argentina. Lo que sigue es una lectura posible.
Por Alejandra M. Boero Serra
Publicado el 5.6.2020
«Leer como acto, escribir como acto, pensar como acto, sentir como acto. Sin embargo, toda ideología estabilizadora sobre el quehacer de la escritura sufre un límite o una inadecuación cuando la acción concreta y singular de un poema descubre nuevas fronteras y despierta una nueva incertidumbre que marchita las afirmaciones más contundentes aceptadas previamente».
Carlos Battilana en El empleo del tiempo. Poesía y contingencia
Había leído Una mañana boreal (2018), el último de sus libros, cuando aparece Ramitas, su poesía reunida (1992-2018) para hacerme retroceder y recomenzar:
Alrededores
Sabe la maleza algo que yo no (…)
Así fue el merodeo, el ir al principio de Unos días (1992) y allí: «…la fijeza de alguna certidumbre…». Poemas que se irán sucediendo: «…en esta música diminuta/ restos de una batalla campal…». Versos cortos, una cadencia y «una música diminuta», un decir primero con tantas inhibiciones heredadas que el poema empezará a exorcizar.
En El fin del verano (1999), hay una certeza: «…el viento/ trabaja a mi favor…», en: «…el recorte/ de algo oscuro y profundo…». El camino de formación está en marcha. Hay un brújula en el centro del poema. El tiempo conspira hacia el blanco: «…trazo marcas/ hacia algún sitio/ sobre algún sitio».
La demora (2003) juega en una constelación familiar que aúna a padres e hijos: una ceremonia de cruces y de ritos de pasajes en las que: «Otros creen/ mucho. Yo poco./ Antítesis. Metáforas…». Un compromiso existencial: ético, estético.
Hasta aquí los pasos de un tiempo que circula en las tensiones: palabras que quieren nombrar la materia; la materia —formal, estética— transmutando en versos —experiencias— para darle al mundo —cotidiano, sensible—: «…la certeza de las palabras (…) Un diálogo/ que restaure/ lo que tiene de preciso/ el día». «El aire de invierno», «Hilos», «Estaciones» marcando un contrapunto», de los objetos, de las formas/ de esa materia/ que se resiste?…», acto escritural que bordea , socava, restaura eso que llamamos realidad.
El lado ciego (2005) y un puente, punto de quiebre, un decir en prosa en donde el tiempo —siempre ese fluir lento, ese detenerse—: «Se mira en el recuerdo (…) Se pliega, reduce sus palabras al mínimo. Extrae de su silencio algo de paz» y la materia en la pluma del poeta —siempre esa ancla que se resiste—: «Con las letras de las palabras, ordena el mundo…». La posibilidad del fragmento.
Con Materia (2010) se vuelve al tiempo del padre: «¿Cómo despedirse de un padre? —al tiempo—»Paisaje» de ser padre y ese remontar: «…El lago ácido/ de la memoria…». Una misma y una otra cotidianidad —el silencio, las palabras, lo monótono— de un hombre —un poeta, un escriba, una voz que (se) busca— que (se) confronta y (se) encuentra con que : «…Como una luz fatal/ la antigua tradición/ seguramente/ concibe/ en la conciencia de este quebranto/ un acto/ de belleza». Una (re) conciliación con el/lo otro de la propia voz.
Narración (2013) retoma las formas de El lado ciego —prosa poética— y siguen tematizándose/ complejizándose memoria, paisaje, materia. ¿El envés, punto de tenue luminosidad? Poesía en espiral cuyo centro expira un aire matérico, una metafísica de la respiración: «…Administro el aire, describo sin brillo, reúno papeles como si faltaran algunos hechos. Ante el agua, mi piel se vuelve indeleble. Tocar, mirar: operaciones precisas de la materia».
Operaciones recurrentes de esta poética —del tiempo, de la memoria, del paisaje— que busca una forma y la encuentra en el recorte, en el borde, en lo mínimo que es lo mismo que decir en la vida, en la esencia, en ese lugar vulnerable, en ese tiempo que no fluirá en la contingencia mezquina de la productividad.
Velocidad crucero (2014) es síntesis, (de) tensión, movimiento centrífugo. Velocidad crucero es invierno, es un manejar el foco de mira —acercar, alejar, perderse, preguntarse— y ordenar —¿fijar?— las coordenadas —tiempo, materia, palabras, cosas—: «…Aislado/ del cielo/ espero de él/ muchas más cosas/ de las que di. ¿Será/ eso posible/ entre/ tanta petrificación?// Reduzco/ el movimiento/ del cuerpo/ a velocidad/ crucero/ encierro/ mis deseos/ en una habitación/ y descubro/ al cabo de los años/ que no pude/ comunicar/ una especie de daño/ biológico/ que el tiempo/ alojó/ en la memoria// el daño/ acaso/ sí/ lo que no pude/ de ningún modo/ fue escribir/ con distinción/ el efecto espeso/ de los otros/ el movimiento del amor». Conciencia de la madurez.
Un año después, otra velocidad. Un western del frío (2015): poemas —planos secuencia— de un cercano oeste —familiar, (a)moroso—, un viaje inmóvil e irónico —una ironía melancólica— en El dulce porvenir de un destino que juega —desfasada, desplazada— en una generación propia —la de los 90— con los propios límites —el hijo, el amor, la enfermedad—: «…Si cada/ acto de contrición/ es la huella/ de una herida abierta,/ mi cuerpo,/ entonces,/ se llenará de afluentes/ y de ellos brotará/ el quebranto/ que ningún círculo/ y ningún silencio/ podrán callar…».
Me pregunto si en este punto alto —insisto, en tonos bajos— de una producción de madurez el poeta ya sabe de su incisión en la poesía argentina que se escribió y se escribe. Un balance, un saberse protagonista —en este tiempo destemplado, vulnerable, a la intemperie— y un (re) conocerse en retrospectiva y perspectiva —un western agónico, reflexivo, con tiros por elevación—: «…Nada podrá borrar el pasado/ —todos sabemos/ que el pasado/ es indestructible—/ y, sin embargo,/ las palabras nuevas/ son también cosas,/ pequeñas balsas/ adonde estar un rato/ adonde tender el cuerpo/ y escuchar como Ulises,/ amarrado a las velas de un barco,/ el canto dulce de la oportunidad».
Con Una mañana boreal se ¿cierra? la espiral de un tiempo, una materia, una respiración sintáctica, rítmica, pudorosa de «la bellísima sencillez» en: «…donde todas las cosas de este mundo,/ de estos días…», se dieron cita en esta Poesía reunida: 26 años de una búsqueda en tonos menores y una apuesta sostenida en la labor del artesano —pensar, tensar, actuar: registrar, ensayar, escribir— que no es poesía completa. Como completa no pudo ser mi lectura hasta que llegó a mí: «El empleo del tiempo. Poesía y contingencia» (El ojo de mármol, 2017).
Hay un tiempo —el tiempo: protagonista, ineficaz siempre, memorioso, delicado, familiar, tierra-mar-montaña, frío— que supuso otro viaje, otro modo de acceder a la escritura en las lecturas personalísimas y sesudas de un poeta que es además profesor —siempre lector— que disecciona, interpela, rinde homenaje a las pasiones en las que confluyen un corpus poético —Darío, Martí, Vallejo— con las gambetas de San Lorenzo, la música del tango y Spinetta.
Ensayos que acompañaron la asunción de una voz propia que hoy está contenida en este fuego que es Ramitas (Caleta Olivia, 2018) y que se sigue propagando en reediciones que demuestran que la poesía convoca. Como bien dice Carlos en una entrevista: «Un poema se va gestando a la sombra de otros textos en un espacio en el que sonido y sentido se cruzan» como significó para mí esa doble lectura de Ramitas en la intersección con El empleo del tiempo. Fue un destello, una epifanía que recomiendo. Dos libros que se van haciendo uno y se bifurcan religando lectura y escritura en una experiencia de goce y (re) flexión.
En este tiempo sin tiempo —pandemia, reclusión, vulnerabilidades múltiples— la escritura de Carlos Battilana relanza su voz y me/nos invita a reunirnos en Cielo de humo: «…Sobre las piedras calientes de la memoria puedo tocar acontecimientos, sucesos infantiles, ojos que el frío ha detenido…».
No imagino, hoy, mejor manera de resistir y persistir con/el tiempo, el cuerpo y la materia poética.
Carlos Battilana lo dice mejor: «¿Qué cosa nos une o nos roza con el lenguaje, ese patrimonio común que funda la subjetividad? Empiezo a convencerme de que sin poseer necesariamente un carácter terapéutico o de autoayuda, la poesía puede tener un carácter útil y pragmático: hacer de nuestro lenguaje un estado de materia y desenmascarar en su contundencia física —la lengua en estado de ebullición— las enunciaciones que se pretenden absolutas, donde pastorean la patraña y la confusión».
Carlos Battilana nació en Paso de los Libres en 1964. Reside en Buenos Aires. Es poeta, ensayista y docente universitario. Hoy, una de las voces más destacadas de la poesía argentina de los noventa.
Aquí un Bonus track de Ramitas, de Unos días (1992):
No dije el poema
No dije el poema
que debía decir
no nombré a mis padres
ni a su orden ancestral
su sueño
sus aguas
no trabajé con la palabra “pero”
ni con dichos,
con frases
no pude rayar un círculo
ni nombrar
un cierto estado de promesa
más bien borrosa
de El fin del verano (1999).
El dolor
Esta línea me separa de vos.
Mi hijo duerme
y casi veo
en su sitio alejado
parte de mi cordura.
La quietud de las tardes
espanta. “Yo”, “hijo”
¿dónde se halla
lo específico
de estas palabras?
Hay una retórica de la verdad
hay como una evidencia
—hijo, “hijo”—
que calma.
de La demora (2003).
Los días antiguos
Sentado
como una cosa,
estático, sin énfasis,
lo que resulta cierto
son los días. Miro
hacia atrás,
hacia los días antiguos. Ayer
he visto
una muerta. Pero no
una muerta más.
Una muerta
posible.
De chico
seguramente
me ha acariciado
con vaga ternura
y en esa lógica
precaria
ha consistido su vida. Es eso
lo que sé.
Recojo mis papeles, junto
mi ropa; con el tiempo
todo lo inútil
se vuelve
objetivo. Está bien el equilibrio.
Otros creen
mucho. Yo poco.
Antítesis. Metáforas…
de El lado ciego (2005).
Fragmentos
Sabe que todas las cosas que lo rodean tienen vida: un aire débil es más poderoso que cada uno de sus movimientos. Si quiere voltear un vaso, o un jarrón, o tirar abajo los elementos que ocupan la mesa, sabe –comprende– que no podría. ¿Dónde se halla la energía en su cuerpo? ¿Y la respiración?
de Materia (2010)
Parrilla
Sobre el fin de la calle
rumbo al cuartel
hay un asador:
es verano
pero corre una pequeña
brisa.
Mi padre
mi madre
nuestros hermanos
disfrutan de la cena
familiar
al aire libre.
No hay nada que temer
estamos abrazados por el campo
el mundo acontece en ese punto
minúsculo del universo. Tengo
seis años. Conozco
todo
lo que me circunda.
Somos libres
en el lugar.
Mi padre es feliz;
se rodea de sus hijos
de su mujer
tiene información suficiente
para proveernos
durante algunos años:
axiomas, libros, narraciones
de adolescencia.
Ahora que
su muerte es fresca
y reciente, recreo el instante
en que mi padre
distribuye la carne,
las achuras, las ensaladas
en derredor.
Mi madre lo roza con los ojos
y deliberadamente
lo deja hacer
deja que su fuerza crezca
allí, en ese punto
minúsculo del universo.
de Narración (2013).
Búfalos
Pesados como las piedras de este lugar en Invierno. El Mar del Sur parece el último puerto del Atlántico. Un Domingo a la mañana, por junio, alguien oficia misa, y mecemos las olas, juntos, en derredor, como un conjunto de búfalos atribulados por el viento y los cazadores de hace 1000 años. La línea de la playa fagocita todos nuestros días, los pasados y los que están por venir, y en ese presente pleno comulgan los oriundos del lugar, como lo hacen los árboles, o las plantas, o nuestra pequeña voluntad.
de Velocidad crucero (2014)
El orden
El orden
nos ha herido
hasta
petrificarnos
pregunto
entonces
por la fuerza
que el cuerpo
puede
dar; si tomo un manojo
de pasto
¿las cosas
cambiarán?
Aislado
del cielo
espero de él
muchas más cosas
de las que di. ¿Será
eso posible
entre
tanta petrificación?
Reduzco
el movimiento
del cuerpo
a velocidad
crucero
encierro
mis deseos
en una habitación
y descubro
al cabo de los años
que no pude
comunicar
una especie de daño
biológico
que el tiempo
alojó
en la memoria
el daño
acaso
sí
lo que no pude
de ningún modo
fue escribir
con distinción
el efecto espeso
de los otros
el movimiento de amor.
de Un western del frío (2015)
El dulce porvenir
Cuando los mejores poetas de mi generación
curtidos por las drogas
la grasa y el vino excesivo
están haciendo pie
y pueden usar la palabra templanza
con toda propiedad
reunir poemas
evaluar con cierta distancia
sus tesoros
su cúmulo precioso
cuando cerca de los 50
la juventud
es una palabra
que ha sido usada
y se puede recordar
—sí, con alegría—
las viejas amistades
los duelos
los viajes pequeños
cuando
el poeta
de los grandes experimentos
pero de otros poemas
mejores aún
es una increíble
referencia
y ahora
puede
—finalmente—
distribuir
el aire
y la respiración
porque ha corrido tanto
yo aún
el poeta de la familia
el poeta que
literalmente
ha administrado la energía
el poeta del tenis
estoy cambiando a mi hijo
interminable
en el baño
posterior de la casa
y le digo
“te amo te amo”
y barro
bajo los signos y los hábitos
de antiguos mecanismos
la ropa la basura y me muevo
—ya ciego—
entre escombros de fuego
y no tengo, lo sé,
escapatoria
no puedo ni podré respirar
amo
con pobreza
como pude
pronuncio “te amo”
como una
invocación
como una oración religiosa
—polvo del camino—
la única propiedad
con base
en lo real.
de Una mañana boreal (2018).
Alrededores
Sabe la maleza algo que yo no.
Los árboles conocen un misterio natural
vedado
a todo el lenguaje.
Hasta los automóviles
de la ciudad
advierten el adn del metal. Los materiales
de la casa conocen el origen de la madera
y la raíz del sonido,
el origen de las palabras
…todas las cosas de este mundo,
de estos días
se desentienden, sin embargo, de una cofradía
de seres silenciosos
—aturdida por el tedio,
sacudida por el mal—
en busca
de una hora de la tarde
en que muchos trajinan
y dos extraños
despliegan la sensibilidad más honda,
y administran sus besos
y deslizan sus cuerpos
rodeados de un misterio módico
que atrae
los tesoros más lujosos
del cuarto,
las rosas más pequeñas
así, apenas, susurrándose
cosas imposibles
en una hora de la tarde
en la que casi todos trabajan y trajinan
mientras dos extraños
allí
en esa hora rara de la tarde
se dan fuerza,
como pueden
se dan amor.
***
Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).
Imagen destacada: El poeta argentino Carlos Battilana.