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“Una mujer fantástica”: La más plena dignidad

Con tintes líricos y de realismo mágico, “Una mujer fantástica” (2017) es de esas piezas totales. Apuesta por el drama y no sólo eso. Situada en los contrastes de una ciudad como Santiago, busca conmovernos, sacudirnos, obligándonos a no quedar impávidos frente a una realidad, que no reconoce fronteras ideológicas o geográficas, en la que es posible reconocernos sin tanto esfuerzo.

Por Francisco Marín-Naritelli

Publicado el 20.12.2017

“Pero ¿Qué significa «justicia»? ¿Qué significa «aquí»? ¿Qué relación hay entre la justicia sexual y la justicia económica? Las intersecciones entre estos movimientos son los lugares para las alianzas, y esto es distinto a buscar un denominador común”.
Judith Butler

¿Qué se podría decir a esta altura? Se ha dicho todo, casi todo. Que es una película casi perfecta, premiada internacionalmente y que aspira incluso al Oscar. De hecho es la única película en español preseleccionada para la categoría de mejor película extranjera.

Luminosa, dramática, extraordinaria, o simplemente fantástica, la película de Sebastián Lelio sigue a Marina Vidal (Daniela Vega), una joven trans, aspirante a cantante, quien tiene una relación sentimental con Orlando, un empresario textil, veinte años mayor. Muerto una noche a causa de un aneurisma cerebral, Marina debe enfrentar las sospechas de su deceso, el acoso policial, el desprecio de la familia de Orlando, y una sociedad poco tolerante a la diferencia.

Todo por no estar dentro de los cánones culturales tradicionales. Todo por desviarse de una moral conservadora, disfrazada de biología. Todo por no pertenecer a una clase pudiente, acomodada. Marina es discriminada por ser mujer, por ser trans, por no tener el poder adquisitivo que le permita una autonomía financiera, o el roce social que sí posee, por ejemplo, la ex esposa de Orlando, quien justifica sus propios prejuicios con la supuesta protección de los suyos, recusando la “perversidad”, los valores trastocados.

Lo que no se comprende, se prescinde. Lo que se desconoce, se rechaza. Sometida a los procedimientos y leyes de por sí ajenas y arbitrarias, Marina emprende un camino de autoafirmación. Luego de ser interrogada, insultada, menoscabada y violentada, luego de enfrentarse a la humillación por parte de la familia de Orlando, quien no entiende su relación con ella, decide reclamar, con valor, honestidad y dignidad, lo que por derecho, y sobre todo por amor, le pertenece. Porque, en el fondo, Marina representa a todos lo que han sido históricamente excluidos, más aún la población trans. De ahí su sentido y universalidad.

¿Acaso una mujer trans no tiene derecho a un nombre que refleje lo que es y lo que siente, más allá de burocracias legales?

¿Acaso una mujer trans no tiene derecho a la autonomía sobre su propio cuerpo?

¿Acaso una mujer trans no puede vivir plenamente su amor, sin ser acusada de desvíos o perversiones?

¿Acaso una mujer trans no puede asistir al funeral de un ser querido, vivir el duelo, más allá de las etiquetas sexuales, sociales?

Con tintes líricos y de realismo mágico, “Una mujer fantástica” (2017) es de esas piezas totales. Apuesta por el drama y no solo eso. Situada en los contrastes de una ciudad como Santiago, busca conmovernos, sacudirnos, obligándonos a no quedar impávidos frente a una realidad, que no reconoce fronteras ideológicas o geográficas, en la que es posible reconocernos sin tanto esfuerzo.

El largometraje ha sido repuesto en nuestra cartelera durante estos días, por la sala Normandie de la capital.

 

Marina es discriminada por ser mujer, por ser trans, por no tener el poder adquisitivo que le permita una autonomía financiera, o el roce social que sí posee, por ejemplo, la ex esposa de Orlando, quien justifica sus propios prejuicios con la supuesta protección de los suyos, recusando la “perversidad”, los valores trastocados

 

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