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«Una mujer fantástica»: Más allá de la pancarta progresista

El joven escritor chileno acusa un incorrecto tratamiento —de parte del guion escrito por Sebastián Lelio y Gonzalo Maza, y por ende de la cámara dirigida por el primero— en torno a la intimidad afectiva y sexual del personaje interpretado por la actriz Daniela Vega, en su relación con el rol de Orlando (encarnado, a su vez, por Francisco Reyes Morandé).

Por Ezequiel Urrutia Rodríguez

Publicado el 31.5.2020

Voy a ser corto con esto, no le tenía nada de fe a esta franquicia. Creo que por el hecho de aparecer en el punto en que la “inclusión forzada” ya me hacía sentir sofocado. Eso, y porque durante mis primeros pasos en la escritura, compartiendo además con historias de tipo LGTB, nunca salí de la mirada de los starcross lovers (dejémoslo en que nunca se dio la ocasión).

Pero bueno, fuera de mis prejuicios, reconozco que Una mujer fantástica (2017) supo jugar con sus elementos y presentar más que una pancarta progresista, proponiendo una premisa que supo valerse por sí misma.

Ahora bien, ¿cuál es esa premisa? Simple, los duelos. ¿Pues quién no ha perdido alguna vez a un ser querido?

Nuestra película tomaría así esta pregunta, conduciéndola por tres perspectivas, las que, gradualmente, expondrían cómo cada personaje lidia con dicho luto, reaccionando cada cual a su manera, dejando además que sea la audiencia la que decida cuál de estas fue la más asertiva.

Dicho camino partiría entonces con Marina, personaje interpretado por la actriz transgénero Daniela Vega, y personaje que hasta el día de hoy, reconozco, me genera sus roces. Digo, no afirmo que haya estado mal, al contrario, pero su premisa, como tal, es tan, pero tan simple, que pasaría sin más como cualquier episodio de La rosa de Guadalupe, o Lo que callamos las mujeres, y sin embargo, ¡la ejecución es tan buena que me enloquece! (Dime tu secreto, Lelio). Menos por lo del subplot con la detective, pero de eso hablaremos en su momento.

Como tal, Marina nos muestra la clara reacción de quien ha padecido la pérdida de un ser querido (Orlando, su pareja), a la vez que debe seguir con la rutina en su trabajo, tratando de rescatar lo mejor de esa relación perdida, junto con el hecho de lidiar con sus propias inseguridades, y sumado a lo aferrada que se demuestra a aquellas cosas que le recuerden a él. Como cualquiera en su situación.

A su vez, el arco de su personaje nos muestra un poco de la irregular situación que tienen las parejas no-casadas dentro del marco legal en lo que respecta a sus posesiones, siendo estas, una vez que uno de los dos fallezca, traspasadas directamente a los familiares del occiso, lo que incluye viviendas en el paquete. Y sí, ya sé que más de un partidario de Hernán Larraín Matte, diría: “Bueno, pero tienen que firmar el Acuerdo de Vida en Pareja”, pero resulta que dicho contrato no considera, por ejemplo, las platas de las AFPs, las cuales, de no ser sacadas por la familia, terminan en manos de las Arcas Fiscales, o por lo menos, en parte de aquellas.

Esta parte de su arco denuncia la urgencia de que casos como el de Marina regulen su situación, pese a que los grupos neoconservadores a la inglesa, representados en Chile por Evópoli, no se sientan muy a gusto con la idea.

Por otra parte, la segunda perspectiva de este rodaje, radica en la familia del fallecido, la cual capta perfectamente su desesperación ante los hechos, tratando de aferrarse a lo que les queda de Orlando, sin deseo de compartirlo. Dicho panorama, es especialmente enfatizado por Sonia, quien se comporta como la típica despechada que no puede aceptar que Orlando simplemente dejó de amarla; y Bruno, hijo de este, que nunca le perdonó a su padre el irse con otra mujer (comprensible).

Lo controversial de estos personajes es que, a simple vista, son los típicos heteronormados transfóbicos. No obstante, existe un detalle. El despecho que irradian. Pues como tales, se comportan con Marina como con la “mujerzuela que les quitó a Orlando”, y tratan su identidad de género más como un medio para generar la agresión que como una causal directa.

Esto me recuerda a la obra japonesa Gravitation (1996), escrita por Murakami Maki, la cual nos habla de un joven cantante cuya banda de rock ha comenzado a despegar, y quien durante su debut artístico conoce a un reconocido escritor, del cual se enamora. Y bueno, durante dicho romance, uno de los cantantes que compiten con él se entera de ello, dándole al protagonista una golpiza, y amenazándolo con difundir su idilio en la prensa para hundir su imagen; acto que, a simple vista, pasa como cualquier otro caso de homofobia, salvo por algo, este rival no atacó al protagonista por su orientación sexual, lo atacó porque no puede soportar que un recién emergido haya captado tanto la atención de los medios, dejándolo a él y a su banda en un segundo plano. ¿Ven el patrón aquí?

Finalmente, la tercera perspectiva apuntaría al difunto. Un toque Ghost (1990) para darle sazón.

No, hablando en serio, un giro inteligente de esta película fue exponer apariciones de Orlando, demostrando su estado anímico ante la situación en que dejó a su amada, buscando asegurarse de que puedan despedirse adecuadamente, y que esta pueda seguir su vida sin problemas. Simple, eficiente, con la dosis justa para ejecutar la idea sin desviar la trama.

Lo único que puedo reprochar de Orlando, y con esto retomo ese subplot con la detective, es que desde sus interacciones con Marina pudieron aprovechar mejor un tema tratado en esta película. Las inseguridades que tiene ella respecto a su cuerpo. Y más cuando se trata de las relaciones de pareja.

Verán, de las veces que he tenido idilios con chicas trans no he podido evitar notar lo mucho que les atemoriza mostrarse en intimidad, más todavía abrirse emocionalmente, ¿y quién las puede culpar?, pues si no se topan con pasteles que al enterarse que son trans, salen corriendo, se cruzan con tipos que las ven como un fetiche y que una vez que tienen lo que quieren, se largan.

Razón por la cual tienden a ser frías contigo; y si no se disculpan por, más o menos, todo, te asaltan de la nada con que eres igual a la manga de patanes que le rompieron antes el corazón, para luego estar con una cara de tres metros mordiendo la culpa, a lo cual uno les dice (de ladito y en la orejita) que tranquila, que de hecho, te dolió más cuando te dijo que odia Dragon Ball (sí, lo sé, el amor es complicado).

Dicho panorama pudo haber sido trabajado por Orlando y Marina, la cual, para representar dichos temores, habría de mostrarse temerosa de abrirse en la intimidad, a la vez que, en ocasiones, podría haber mostrado cierto recelo a los halagos de su amado, recelos que poco a poco se irían diluyendo hasta llegar a un punto en que finalmente Marina se exhiba ante él sin miedo.

Por supuesto, con todo esto no digo que la intervención de la señorita María Amparo Noguera Portales no fuese un aporte para la trama (porque no lo fue), pero si con su corte buscaban retratar de forma gráfica los complejos de Marina, así como el de las personas transgénero en general, siento que los cuadros en que Marina se mira al espejo transmiten de forma más gráfica lo que buscaban tras esa toma con la policía, que básicamente, pueden sacarla del metraje y la historia funciona igual.

Y en general, esta sería la razón por la que esta película tiene lo que posee. El saber ejecutar sus elementos de forma precisa, dejando que la audiencia le descubra por sí misma. Y por eso mismo es que el subplot con la detective falla, porque desencaja en tono con una premisa que busca ir más allá de lo explícito, apelando a varios ángulos con los cuales relacionar varias ideas.

Y esto de corazón se aprecia, porque mientras hay malos chistes como West Coast Avengers (2018-2019) o Teen Trans (2018), Una mujer fantástica solo requirió de un: “Soy de carne y hueso”, para que la gente conectara.

 

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Ezequiel Urrutia Rodríguez (1996) es un joven escritor chileno nacido en la comuna de San Miguel, pero ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo. Es autor del volumen Kairos (Venático Editores, 2019) su primera obra literaria, y la cual publicó bajo el pseudónimo de Armin Valentine. Es socio activo de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech).

 

Marina (Daniela Reyes) y Orlando (Francisco Reyes) en «Una mujer fantástica» (2017)

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Un fotograma de Una mujer fantástica (2017).

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