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Viajar es crear en «Altazor» de Vicente Huidobro: Un ensayo de Andrea Jeftanovic

El proyecto estético creacionista (expresado a plenitud en este volumen) es transgresor respecto a la tradición poética y lingüística anteriores a él —»matemos al poeta que nos tiene saturados”—, a las academias, al uso del lenguaje, pero también intenta desmontar la correspondencia entre poesía y realidad. En otras palabras, se intenta deconstruir la correspondencia de la imagen poética con algo que existe en la objetiva dimensión externa.

Por Andrea Jeftanovic

Publicado el 30.7.2018

El volumen poético Altazor de Vicente Huidobro es un proyecto que es en sí mismo un viaje hacia “lo nuevo” —nueva palabra, nueva tradición, nueva creación— y donde lenguaje y vida confluyen en una travesía que escapa del silencio y de la muerte. Se trata del viaje de un personaje atormentado que lleva a cabo una deconstrucción de la tradición poética modernista para incursionar en un universo poético desconocido. Esto nos lleva a un complejo “viaje” que desmonta su punto de origen y no tiene clara referencia de su punto de llegada, lo cual genera una tensa e intensa dialéctica donde se destruye y crea a la vez.

Altazor, el pasajero, se entrega a la aventura de la poesía y de la vida, que es también la aventura del lenguaje. Y recorre con espíritu lúdico, por medio de piruetas lingüísticas y figuras retóricas inéditas, este camino que se hace a medida que se recorre. Pero pronto este “personaje” comprende que su juego es una burla a la muerte, es decir, que su propio juego de lenguaje es una tentativa por preservar el ser. “Tener la capacidad de poetizar es igual a vivir, escribir poesía es un acto vital…”, por eso la urgencia del verso que se repite una y otra vez “no hay tiempo que perder”. Altazor, como hablante y como viajero, sabe que para mantenerse vivo debe mantener vivo el verbo poético. Y se consigue “mantener” vivo el verbo por medio de la emisión de la palabra —generándola—, pero también a través de los cataclismos y cortocircuitos que va produciendo en las imágenes y en la palabra poética como tradición. La aventura de la palabra es también la aventura vital, el trayecto del nacimiento a la muerte del ser humano.

Huidobro despliega una travesía que es “una odisea espacial emprendida por un personaje que toma una forma volátil: pájaro (el alto-azor) paracaidista, ángel, aviador, astronauta” (Hahn, 1995). En el “Prefacio”, Altazor nace, pero nace de un punto cero que se instala después de la muerte del Mesías, de la creación del universo, y que, a su vez, habla del origen, del “padre” y de la “madre”. Pero al mismo tiempo, descubre y “cose” los días, traza la geografía y crea el mar a partir de un sonido.  Altazor se entrega al viaje, porque no tiene opción, sabe que si inicia el camino podrá evitar la atracción a/de la muerte, de la nada, “podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada”. Viajar es crear, es llenar el mundo de palabras, dar paso al tiempo, es vivir en “el transcurso” y evitar o detener la caída, la nada. Es así como en el canto Altazor se debate entre la soledad y la mortalidad cuando ya ha partido solo, hacia su inevitable destino, experimentando el vértigo de la soledad y de la inminente muerte. De esta forma, el resto del libro es ese periplo “parado en la punta del año que agoniza” que va develando el caos, el dolor histórico, el enigma, los siglos que van gimiendo, el bien y el mal, la angustia de lo absoluto, el encuentro y la despedida, para terminar en un inevitable naufragio en medio de primitivos sonidos —”aiaiaaia/ tralalí/ …ululayu/.ai a i ai a i iii o ia”— en los que las palabras se diluyen y emergen los primeros y los últimos gritos de vida y muerte, en los balbuceos del recién nacido y del anciano moribundo.

El proyecto creacionista es transgresor respecto a la tradición poética y lingüística —»matemos al poeta que nos tiene saturados”—, a las academias, al uso del lenguaje; pero también intenta desmontar la correspondencia entre poesía y realidad. En otras palabras, se intenta deconstruir la correspondencia de la imagen poética con algo que existe en la realidad externa. El Creacionismo propone que el poema se libere de una representación de la realidad, de la mimesis griega, y que el poeta, al igual que la naturaleza, cree nuevos objetos, nuevas realidades. Por eso, Huidobro se aboca a la invención de recursos novedosos para liberarse de la realidad extra textual. Pero Altazor sabe que esta empresa que ha comenzado conlleva un sentimiento de orfandad, de desarraigo que lo angustia y desorienta, el cual se propone superar a través de la acción de “volar”, que es una forma de desapego de las formas terrenales.

Desde esta perspectiva, no es de extrañar que Huidobro, en su manifiesto creacionista, plantee la concepción del poeta como Dios, creador y dueño de lo que genera. Una especie de superhombre que prescinde de la realidad para crear otra independiente y mayor, que se rija por otra escala de valores, juicios y nociones. Para Altazor, su esencia es el lenguaje, y este se va haciendo carne en un viaje de palabras, en un monólogo que va adquiriendo cuerpo mientras él dicta la sentencia de vida y muerte, porque para que haya palabra tiene que haber silencio, y un vacío del que  se escapa, un precipicio que moviliza y amenaza. La paradoja es que, al no convertirse en esclavo de la realidad, del hecho de nombrar las cosas y a uno mismo de manera realista, Altazor va destruyendo el lenguaje. Y ocurre que el lenguaje es el material poético y de vida de Altazor, quien sin lenguaje muere. Por eso, al final del recorrido, se produce la caída, la muerte, el aferrarse a los sonidos, a los estertores agónicos de esa habla poética que debe finalizar como la vida de su creador, como el viaje del que algún día partió, como el poema que se inició.

Entonces, tiene lugar la NADA como un espacio de deseo para Huidobro. Éste aparece entrampado en la imposibilidad de destruir lo anterior y erigir lo nuevo, porque la operación de borrar el pasado e inventar el futuro está llena de grietas y precipicios, y somos incapaces de acceder a lo irreductible de la palabra y del mundo. Habría que pensar si fracasa la operación de Huidobro en el sentido de que inaugura un horizonte de mayor libertad en la escritura poética y queda inscrito en el grito.

 

 

La connotada escritora chilena Andrea Jeftanovic

 

 

La portada del volumen publicado a inicios de este año por las Ediciones Universidad Diego Portales

 

Andrea Jeftanovic Avdaloff (Santiago, 15 de octubre de 1970) escritora chilena, es una de las autoras más destacadas en la escena literaria del país.​ Narradora, ensayista y docente, ha publicado las novelas Escenario de guerra y Geografía de la lengua y los volúmenes de cuentos No aceptes caramelos de extraños y Destinos errantes. En el campo de la no ficción ha firmado el libro Conversaciones con Isidora Aguirre y el ensayo Hablan los hijos. Estudió sociología en la Pontificia Universidad Católica de Chile (se tituló en 1994) e hizo un doctorado (PhD) en literatura hispanoamericana en la Universidad de California, Berkeley, Estados Unidos (2005). Actualmente ejerce como profesora e investigadora de la Universidad de Santiago de Chile, y escribe sobre teatro para el diario El Mercurio de Santiago.

Integrante del volumen Escribir desde el trapecio, la crónica que aquí presentamos fue cedida especialmente por su autora para ser publicada por el Diario Cine y Literatura.

 

 

Imagen destacada: El poeta chileno Vicente Huidobro (1893 – 1948)

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