Esta novela nos hace temblar como lectores en el movimiento preciso y delicado de posar la yema de los dedos sobre las cuerdas del violín y de la vida para recorrer la experiencia de ser en una nota en la partitura del destino. Es necesario manejar notas musicales para entrar en el corazón de las personas y seguir el ritmo de los acontecimientos. Cerrar el presente volumen es ser expulsado de un universo entrañable que ha comprometido cada uno de nuestros sentidos. Una escritura que requiere un ajuste, una desafinación interna, un vibrato.
Por Andrea Jeftanovic
Publicada el 30.11.2017
Se debe confiar en alguien que escribe con la yema de los dedos. Alguien que crea imágenes presionando las yemas o las palabras contra cuerdas para imprimir nuevos sonidos. Las yemas tienen relieves, pliegues y dibujos epidérmicos irrepetibles que son las huellas digitales. La mayoría de las cosas importantes las hacemos desde ellas: acariciar, escribir, plantar, cocinar, pintar, y por supuesto, tocar instrumentos.
La novela Vibrato (Alfaguara, 2017) está hecha de relieves y dibujos epidérmicos únicos que se despliegan para contar esta historia de desarraigo, identidad, talento, arte, amor, duelos y conquistas. En sus breves capítulos se van ensamblando los fragmentos vividos en Santiago de Chile y en Berlín por una narradora que habita la música y la literatura. Un mundo ficticio en el que declara en la primera página: “El sonido es innato, Y yo, ¿sonido o persona? El mundo es sonajero. Escucha: tú serás persona, tú tendrás recuerdos y sonidos que crean en ti”.
Así como Patrick Süskind, en El contrabajo, escribió un poderoso texto sobre un hombre con su instrumento, Isabel Mellado hace algo similar en este recorrido intimista y cautivante de una mujer que está determinada a crear sonidos recorriendo el mundo con su violín a cuestas, y que hace de él, también, su alter ego. Una novela compuesta en tres amplios movimientos y varios capítulos breves. Una biografía que comienza en los años de la dictadura chilena, con clases en el Conservatorio de música y que termina en una orquesta filarmónica en Berlín. En cada anécdota florece la perspectiva fresca de Isabel Mellado, la autora que ya en su libro de cuentos, El perro que comía silencio, nos asombró con su forma de escribir y de mirar. Esta vez va más allá, y con sustancia y delicadeza, cincela los conflictos afectivos entre personas de distintas culturas, el aprendizaje artístico, las tensiones familiares, los procesos subjetivos, la conquista de un nuevo lenguaje.
En una de las páginas se dice que «Vibrato” es “una regular perturbación del sonido, una desafinación programada, una ínfima fluctuación […] hermosa inexactitud en la exactitud de la música…un camuflaje de la desafinación”. Quizás ésa es la imagen matriz de la novela, la perturbación y la íntima fluctuación de un intenso proceso de educación sentimental y artística de la narradora. Digo que Vibrato es una novela de formación porque la narradora nos hace acompañarla desde su nacimiento, cuando tiene algo de No-Marta, hasta cuando se inserta como músico en la sociedad alemana y amplía su circuito. Y también, tiene mucho de educación sentimental porque Clara nos muestra los pequeños aprendizajes de la pareja, los desencuentros culturales, las ilusiones y las pérdidas de quienes amamos. O seguimos con entusiasmo el juego peligroso de cartas apócrifas entre Clara Schumann y el crítico musical, Hans Pappe.
Pero volvamos al violín. La relación de un músico con su instrumento siempre tiene algo de bipolar. Hay escenas en las que la tristeza se traslada a la percepción del instrumento: “Un violín en la silla como un coyote deshuesado, o “Ganarse la vida con un árbol talado, ¿cuánto soporta el alma dentro de un violín que sostiene al puente, las cuerdas, el arco y demás?” O cuando es el violín quien habla de su dueña y dice con sensualidad: “Sin preámbulo me alza en sus brazos. Siento sus manos virtuosas, el texto de sus dedos encabritados recorriéndome. ¡Qué bien me intuye!” Con los ojos cerrados acaricia mi cuello”. O bien, cuando relata el día del robo del instrumento ella declara: “me sentí desobjetada; mi violín era único objeto, mi ancla, mi flecha”. Narradora y violín son una sola persona, compenetrados, perdidos, confundidos en su relación dactilar y musical.
Vibrato también es la investigación de la relación entre el espacio, el lenguaje y las cosas; de cómo esta narradora, que escribe con la yema de los dedos, imprime su huella dactilar en los paisajes de infancia, la dictadura chilena en los años ochenta, y los nuevos escenarios vitales de un Berlín post caída del muro. La protagonista Clara o No-Marta, habitará edificios okupas, apartamentos compartidos con sus colegas músicos, salas de ensayo, escenarios internacionales durante las giras. Clara nos habla de un Berlín doble, que tras la reunificación del Este y Oeste es una ciudad que ha duplicado edificios oficiales, teatros, museos. Esa ciudad que descubre a medida que se apodera de la lengua, y es la misma ciudad que a veces deja ver las pruebas de la catástrofe con los edificios bombardeados durante la Segunda Guerra Mundial, “A veces Berlín asemeja a “los dientes separados de una modelo sexy”.
Esta genia musical, “una callada con poderes de ventrílocuo”, imprime en la escritura eso que Pascual Quignard comentó de este arte: “protosemántica cardíaca, visceral, dérmica y luego pulmonar, muscular, motriz”. Clara, o No-Marta, nos mantiene en esta oscilación a medida que comenta sinfonías de distintos compositores y sigue enhebrando más reflexiones metafísicas, a veces con colegas, que se expresan en un arco de tonos que van desde la ironía al drama, desde la ternura, la decepción o la autoconciencia.
La novela Vibrato nos hace temblar como lectores en el movimiento preciso y delicado de posar la yema de los dedos sobre las cuerdas del violín y de la vida para recorrer la experiencia de ser en una nota en la partitura del destino. Es necesario manejar notas musicales para entrar en el corazón de las personas y seguir el ritmo de los acontecimientos. Cerrar esta novela es ser expulsado de un universo entrañable que ha comprometido cada uno de nuestros sentidos. Una escritura que requiere un ajuste, una desafinación interna, un vibrato.
Crédito de la imagen destacada: Isabel Mellado, por el diario El País (https://elpais.com/).