«Vicente Huidobro, nieto del Cid»: El prestigio de un ánima libertaria

La publicación en estas páginas del ensayo «Vicente Huidobro en España: El mensajero del verbo nuevo» del poeta y académico de la Casa deBello, Andrés Morales Milohnic ha propiciado la respuesta -en torno al inmenso nombre del fundador del «Creacionismo»-, por parte del redactor estable de nuestro medio, y de quien fuera además presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech), en 1989.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 26.12.2019

«No cantéis la rosa, oh poetas… /Hacedla florecer en el poema».
Vicente Huidobro

Entre los genios poéticos de Chile existe, desde el punto de vista estético, una trilogía indiscutible: Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo Neruda. Pero hay otros nombres cuya obra alcanzó universal trascendencia y que, por razones ajenas al quehacer literario, quedaron relegados a un segundo plano; entre éstos, el grande y torrencial Pablo de Rokha, quien iba a inmortalizar odiosa malquerencia con Pablo Neruda, a quien llamaría, despectivamente Neftalí Reyes, como si el nombre civil del vate fuese una ofensa. Neruda, por su parte, iba a referirse a él como Perico de los Palothes (con th, como en el seudónimo de Rokha, para quien se apellidaba Díaz Loyola). A esta interminable querella iba a sumarse Vicente Huidobro [1], cuya enemistad con Neruda constituye aún fuente de desavenencias entre huidobrianos y nerudianos.

El tiempo, que lo que no cura suele aniquilarlo en el olvido, ha ido aquietando las aguas procelosas para reestablecer en sus sitiales a los adversarios de ayer, con ventaja para Neruda –hay que decirlo-, poeta oficial y sacralizado. En desmedro, Huidobro y De Rokha suelen ser injustamente preteridos, también la “divina Gabriela”, cumpliéndose así la nefanda práctica nacional: “el pago de Chile”.

No obstante, quienes creemos en la pervivencia de las obras trascendentales, asumimos sin ambages la tarea de extender el conocimiento y la difusión de un acervo cultural que debiera enorgullecernos, como chilenos y como iberoamericanos.

La obra de Vicente Huidobro está recién dándose a conocer en nuestro país, empresa nada de fácil dado a que su poesía no es de gusto masivo ni posee el sortilegio gregario de la de Neruda. Sin embargo, cada vez son más los jóvenes que acceden a sus controvertidas creaciones. Entre ellas, destaca la curiosa novela Mio Cid Campeador, en cuyo prólogo Huidobro se declara descendiente directo del legendario héroe, en línea genealógica que entronca con Alfonso X El Sabio, para vincularse, andando el tiempo, con los Fernández de Castro. Así, su propio abuelo materno, Domingo Fernández Concha, era de origen gallego, lo que Huidobro afirma para fortalecer su prosapia nobiliaria, además de contar con el esforzado prestigio del ánima libertaria del Cid…

Pero los pergaminos que esgrime el autor del creacionismo no serán los de la “sangre azul” ni los de apellidos “vinosos”, aunque fuese él heredero de una de las mejores familias vitivinícolas de Chile; fiel a este predicamento, eliminará de su patronímico compuesto el ‘García’, actitud que, junto a otras manifestaciones iconoclastas, le acarreará, ya para siempre, el desprecio de su propia clase terrateniente, ahíta y mostrenca. Se refiere él mismo a su nacencia:

Yo nací el 10 de enero de 1893.

                   Una vieja medio bruja y medio sabia

                   predijo que yo sería un gran bandido o un gran hombre.

                   ¿Por cuál de las dos cosas optaré?

                   Ser un bandido es indiscutiblemente muy artístico.

                   El crimen debe tener sus deliciosos atractivos.

                   ¿Ser un gran hombre?

                   Si he de ser un gran poeta, un literato, sí.

                   Pero eso de ser un buen diputado, senador o ministro,

                   me parece lo más antiestético del mundo.” [2]

 

Vladimir García-Huidobro, único hijo del matrimonio integrado por Vicente Huidobro y Ximena Amunátegui, abogado, nos ha hecho llegar un interesante texto, escrito el 10 de enero de 2003, al conmemorarse ciento diez años del natalicio de su ilustre padre. Allí repasa los momentos más alegres, emotivos y difíciles que vivió junto al autor de Altazor. Desde sus juegos con soldaditos de plomo y las reuniones con Pablo de Rokha, hasta su muerte en la Cartagena del Pacífico, un 2 de enero de 1948, cuando Vladimir contaba con trece años de vida.

He aquí parte de su, hasta ahora, inédito testimonio:

 

HUIDOBRO, MI PADRE

 “Nací en un departamento de la calle Cienfuegos, en Santiago de Chile, pero los primeros recuerdos familiares que me vienen a la memoria son de la casa de Alameda con Sotomayor. Ahí vivíamos mi padre, mi madre –Ximena Amunátegui- y yo, el único hijo de esa unión. Mi papá, que pasaba buena parte de su tiempo leyendo y escribiendo, me regaloneaba bastante y a menudo jugaba conmigo. Por ejemplo, decía una palabra y yo tenía que nombrarle otra que rimara. Después era yo el que mencionaba algo y él buscaba la rima. Era un juego de poetas…».

 «Lo interesante era que mi padre vibraba tanto o más que yo con esos juegos. Así pasaba cuando jugábamos con sus amigos, como el doctor Nicolai, un físico alemán que había trabajado con Einstein… O con los escritores Eduardo Anguita y Braulio Arenas… En nuestra casa nació el grupo (surrealista) La Mandrágora, con Anguita, Arenas, Teófilo Cid, Enrique Gómez Correa (amigo de André Breton), Pilo Yánez, Lucho Vargas, Henriette Petit y Acario Cotapos. Éste último era un caso único: amigo de los dos rivales, de Huidobro y de Neruda…».

«Mi padre, que en Francia se hizo amigo de Apollinaire, Picasso, Miró, Jacob y muchos otros artistas que después lograron gran reconocimiento, me decía que todo lo importante pasaba en París. Una vez estaba en un café y, al lado suyo, Lenin y Trotsky planeaban la revolución rusa. Como él admiraba a Lenin y yo nací en octubre, no encontró nada mejor que llamarme Vladimir…».

«Yo recuerdo a Pablo de Rokha grande, corpulento, sentado a la cabecera de la mesa, en una casa que, a pesar de que quedaba en Santiago, parecía de campo. Él nos invitaba para su aniversario de matrimonio, aunque más de alguien le escuchó decir: ‘Yo no me siento a la mesa con ese pije [3] tal por cual’, haciendo alusión a mi padre. A su vez, cuando le llegaban vinos de Santa Rita, la viña de nuestra familia; al principio se negaba a recibirlos, pero después se los bebía igual».

«Recuerdo que la separación de mis padres fue una de las etapas más dolorosas de mi vida, no sólo porque los quería a ellos, sino también a Godofredo Iommi, el amigo de mi padre que, de tanto ir a casa, se terminó enamorando de mi madre. En una entrevista, Godo dijo que mi mamá lo había impactado desde el primer día y que pensó: ‘Bueno, Huidobro es un hombre de mundo y le vamos a decir la verdad’. Así que confesó su amor por ella, sin contar con que el hombre de mundo iba a reaccionar como cualquier mortal. Montó en cólera. No aceptó la situación y ahí empezó la debacle».

«Al poco tiempo (1944), mi padre se marchó a la II Guerra Mundial”.

El 17 de mayo de 1945, Vicente Huidobro escribe una carta a su entrañable amigo Luis Vargas Rosas, donde comunica a su pequeño hijo: “Dile a Vladito que su taita [4] ha picado [5] muchas cosas para él. Le lleva un rifle de salón alemán, dos pistolas de señalero con tiros de fusil en colores diferentes (como fuegos artificiales) que se usan para señalar el peligro… En las fotos, en una estoy con un muchacho prisionero ruso que nos ayudó a requisar dos autos magníficos… Y no hay que olvidar que los alemanes en Francia se robaron todo, no sólo los automóviles sino caballos, muebles, ropas, todo lo que pudieron… Esa foto es del otro viaje, poco antes de ser herido”.

De regreso de Europa, al promediar el año 1947, el poeta Vicente Huidobro, luego de unos meses en Santiago, se recluye en su refugio de Cartagena, frente al azul océano Pacífico, donde pasará sus últimos días. Vladimir escribe:

“Mi padre creía que los poetas tienen un sexto sentido. Por eso, el último año, ya enfermo, le empezó a decir ‘mi viudita’ a Raquel [6]. Nos mandó antes a Cartagena y él se quedó en Santiago, terminando su testamento.

 “La misma noche que llegó, de madrugada, sufrió el ataque cerebral. Fue muy triste, porque estaba todo el espectáculo del Año Nuevo, con los fuegos artificiales, mientras todos sabíamos que mi padre no tenía vuelta. Luego del derrame cerebral quedó con un lado paralizado».

 “El día que murió había bastante gente alrededor suyo, pero yo recuerdo sobre todo a Raquel Señoret, a la Manola, su primera hija (del matrimonio con Manuela Portales), y a Henriette Petit. Le ofrecieron un sacerdote, pero él no quiso. Yo le tenía la mano tomada. El pulso le saltaba. Henriette, de rodillas en el suelo, a los pies de la cama, lloraba tanto que tenía el rostro hinchado. A ella, precisamente, estuvieron dedicadas las últimas palabras de mi padre: ‘cara de poto’ [7]«.

 Después nos miró a cada uno, se le cayó una lágrima y murió. Fue una mezcla de humor y sentimiento».

 Recuerdo que mi reacción fue salir al patio a chutear [8] una pelota. Tenía trece años y su ausencia la vine a captar poco después. Pero esa ya es otra historia. Hoy he escrito sólo para recordarlo”.

Vicente Huidobro, nieto del Cid, cabalga por los llanos inacabables de la poesía. En las eras venturosas del Sur renace el trigo fecundo de sus palabras.

 

Citas:

[1] Neruda llamaría a Huidobro: “ese franchute”…

[2] Los hombres de su clase social dominaban entonces el Parlamento chileno y ejercían desde allí sus poderes y cacicazgos.

[3] Pije: Palabra que designa en Chile a un individuo acicalado, de la clase alta.

[4] Taita: Expresión campesina para designar al progenitor en Chile.

[5] Picar: En Chile, obtener cosas de manera hábil.

[6] Raquel Señoret, su tercera esposa.

[7] Poto: Expresión chilena que significa culo. ‘Cara de poto’ tiene un significado picaresco; en este caso, además, afectivo.

[8] Chutear: Anglicismo derivado de shoot; en Chile, patear la pelota de fútbol.

 

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«Vicente Huidobro en España»: El mensajero del verbo nuevo.

 

Edmundo Rafael Moure Rojas nació en Santiago de Chile, en febrero de 1941. Hijo de padre gallego y de madre chilena, conoció a temprana edad el sabor de los libros, y se familiarizó con la poesía española y la literatura celta en la lengua campesina y marinera de Galicia, en la cual su abuela Elena le narraba viejas historias de la aldea remota. Fue presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, y director cultural de Lar Gallego en 1994. Contador de profesión y escritor de oficio y de vida fue el creador del Centro de Estudios Gallegos en la Universidad de Santiago de Chile (Usach), donde ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas». Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Chile y seis en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título publicado es Memorias transeúntes (Editorial Etnika, 2017).

Asimismo, es redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

Edmundo Moure

 

 

Imagen destacada: Vicente Huidobro en Piazza San Marcos, Venezia.