La autora nacional fue una creadora múltiple: compositora, poetisa, cantante, ceramista, bordadora, escultora y pintora, además de acuciosa investigadora y divulgadora del folclore chileno, demostró siempre una gran inquietud por desarrollar su vocación artística y espíritu inquieto.
Por Ignacio Cruz Sánchez
Publicado el 14.2.2018
Violeta Parra, una artista por excelencia. Merece, por su calidad humana y producción artística, un lugar en la pléyade de los grandes. Una mujer humilde y pujante. Pese a las innumerables adversidades que tuvo que afrontar, logró destacar gracias a su notable calidad humana, admirable esfuerzo y envidiable creatividad. La religiosidad que cultivó desde pequeña y su espíritu de lucha la hicieron una sobreviviente frente a la adversidad. Creadora compulsiva y urgente. Volcó su ímpetu creador, labrando su destino con su trabajo, palmo a palmo, hasta lograr ser reconocida en su tiempo por los más visionarios como una persona excepcional y una artista destacada.
Fue una artista múltiple: compositora, poetisa, cantante, ceramista, bordadora, escultora y pintora, además de acuciosa investigadora y divulgadora del folclore chileno, demostró siempre una gran inquietud por desarrollar su vocación artística y espíritu inquieto.
Ingeniosa y despierta, logra una obra poética genial, nacida de su riqueza interior y de la experiencia vital que recogió en su vida desde pequeña, pese a que su educación formal no llegó lejos, apremiada siempre por el sustento diario.
Humilde y sencilla, artista por excelencia, dejó un gran legado artístico y literario de gran originalidad.
Muchos artistas de renombre, chilenos y extranjeros, han interpretado las grandes canciones de esta artista que ya se instalaron en la memoria colectiva hispana.
Comencemos este comentario sobre la gran Violeta dejando la palabra a su hermano Nicanor, al que ella siempre sintió muy cercano.
“Violeta de los Andes / flor de la cordillera de la costa /
Eres un manantial inagotable / de vida humana. /
Basta que tú los llames por sus nombres / para que los colores y las formas
se levanten y anden como Lázaro / en cuerpo y alma.
Yo no sé qué decir en esta hora. / La cabeza me da vueltas y vueltas
como si hubiera bebido cicuta, / hermana mía.
Dónde voy a encontrar otra Violeta / aunque recorra campos y ciudades
o me quede sentado en el jardín / como un inválido.
Para verte mejor cierro los ojos / y retrocedo a los días felices (…)
Violeta Parra!”
(Del prólogo escrito por Nicanor Parra, al libro de Violeta Parra: “Décimas. Autobiografía en verso”).
SU VIDA
Violeta del Carmen Parra Sandoval nace el 4 de octubre de 1917 en San Fabián de Alico, en la zona sur de Chile, y fallece en Santiago de Chile el 5 de febrero de 1967, a los 49 años de edad. Hija del profesor de música Nicanor Parra y de la campesina Clarisa Sandoval. Tuvo cinco hermanos, además de cuatro hijos.
Es un gran desafío buscar una forma original, un nuevo punto de vista para presentar a Violeta Parra. Para ello nada mejor que dejar que se presente a sí misma.
El libro “Violeta Parra: Décimas. Autobiografía en verso”, escrito por ella misma, nos cuenta de primera mano su historia. En este libro quisiera apoyar la narración de esta vida tan particular. (1)
La infancia de Violeta se desarrolló en los campos del sur de Chile. De aquella época Violeta recuerda los inicios de su familia:
“Mi taita fue muy letriao / pa profesor estudió / y a las escuelas llegó / a enseñar su diccionario. / Mi mamá como canario / nació en un campo florío / como zorzal entumío / creció entre las candelillas / conoce lo qu’es la trilla / la molienda y el amasijo”.
Luego evoca su entrada a la escuela, lugar que nunca llegó a acomodarle, Su permanencia en ella fue breve: “Con moño y delantal blanco / a los seis años justitos / al brazo mi cuaderno / me voy al colegio al tranco”. / Aquí principian mis penas / lo digo con gran tristeza / me sobrenombran maleza / porque parezco un espanto. / Si me acercaba yo un tanto / miraban como centellas / diciendo que no soy bella / ni pa remedio un poquito”.
Conviene destacar que la imagen que tiene de sí misma no es la mejor. Este tipo de comentarios se reitera en sus escritos.
Violeta siente rechazo por la escuela, y comienza a amar la guitarra: “Semana sobre semana / transcurre mi edad primera / mejor ni hablar de la escuela / la odié con todas mis ganas / del libro hasta la campana / del lápiz al pizarrón / del banco hast’ el profesor / y empiezo amar la guitarra / y adonde siento una farra / allí aprendo una canción”.
Su amor era la música. Tomó la guitarra a los ocho años, y a los doce ya estaba componiendo sus primeras canciones.
Interrumpió sus estudios escolares tempranamente, y se dedicó a ayudar al sostenimiento de su familia. Su padre no administra bien los recursos y malgasta su salario: “l’ esposa reta que reta / al taita qu’en la chupeta / se le va medio salario, / mientras anuncian los diarios / que sube la marraqueta. / Tarde a la casa llegaba / cura’o como tetera / mi mamá lo ha perdonado / con repetida indulgencia”.
Pese al comportamiento de su padre, Violeta, sin dejar de ver sus errores, lo disculpa y se refiere en sus escritos a él con ternura y admiración: Contenta paso los días / mas, en la noche serena / suspiro con mucha pena / por mi lejano taitita”.
Su madre realizaba trabajos de costura para incrementar el ingreso familiar: “Por suerte la inteligencia / a mi mamá la acompaña, / haciendo mil musarañas / con la costura, su ciencia”.
Recuerda Violeta como su madre le hacía ropa con retazos de los trabajos de costura que conseguía: “Bonito el trozo de seda, / me alcanza pa’ la Violeta; / ligera como un cometa / lo cose para la prueba / la blusa, qué bien me queda / yo pienso, par’ el domingo…”.
Otras veces le toca ropa a sus hermanos: “Hoy día toco el retazo, / mañana le toca al otro. / Así, nos cubre a nosotros / recortando paso a paso / así abrigó nuestros brazos / cosiendo, siempre cosiendo…”.
Los últimos tiempos de vida de su padre no fueron buenos, pero sí llenos de la preocupación y cariño de su hija: “Suspiros y lagrimones / cuando llegué una mañana / se alegra de buena gana / mi taita con sus dolores. Le traigo estos camarones / del río más transparente / y este litrito de fuerte / taitita de mis tormentos; / ya está que lo vuela el viento / con su flacura de muerte”.
A continuación nos cuenta el desenlace de su padre: “Cuando murió mi taita / fue un día de gran quebranto / asómate, pues, en llanto / dice mi pobre mamita. / Con emoción infinita / quedé clavada en la puerta / al ver sus pupilas muertas / y sus penosos ronquidos / sin palabras y sin sentido / y con su boca entreabierta”.
Y concluye: “Salí llorando del cuarto / con el recuerdo patente / de aquellos ojos murientes / que hasta hoy los diviso intactos. / De mala gana me aparto / de su estimada presencia / ya no tendrá sus dolencias / porque se fue d’este mundo / sumergido en el profundo / misterio de las ausencias”.
Violeta, al igual que otros muchos autores, al vivir de cerca la experiencia de la muerte, deja surgir impetuosos sus sentimientos y su rebeldía, su confusión y su dolor, en versos magistrales. Para muestra sólo el comienzo: “La muerte es un animal / fatigoso y altanero / bullicioso y pendenciero / como este no hay otro igual. / Cuando se llega a asomar / se siente un hielo que espanta / le sale por la garganta / un gemido misterioso, / se siente un miedo poroso / que ninguno lo aguanta”.
Al fallecer su padre, en 1931, la vida de Violeta y de la familia en general cambia radicalmente de curso.
Ante este acontecimiento Violeta actúa con la misma entereza que siempre la caracterizó. Con una pena inmensa, sabía que debía salir adelante. Considera lo numerosa de la familia y lo empobrecida que está su madre, por lo que decide emigrar a Santiago: “Salí de mi casa un día / pa’ nunca retroceder / preciso dar a entender / que lo hice a l’ amanecida / en fuga no hay despedida / ninguno lo sospechó / y si alguien por mí lloró / no quise causar un mal / me vine a la capital / por orden de Nicanor”.
Arriba a Santiago, a la tradicional Estación Central. Un nuevo mundo, extraño para ella…
Según cuenta, Nicanor la ayuda a instalarse, apoyándola en todo lo necesario. Su hermano sería para ella “Pair’ y maire a la vez”.
En la capital retomó los estudios, en los que no duró, pues debía trabajar, y además quería dedicarse a su pasión, que era la música.
Poco después, en 1935, su madre y sus hermanos arriban a Santiago, instalándose en la Quinta Normal.
Ya en Santiago, los apuros no acaban, lo que Violeta lamenta. Ella siente que la nube negra nació sobre ella y no la quiso dejar: “la suerte mía fatal / no es cosa nueva señores / me ha dado sus arañones / de chica muy despiadá; / batalla descomunal / yo libro desde mi infancia”.
Recurriendo a sus facilidades para el canto, a sus 17 años de edad, Violeta se dedicó de lleno a trabajar y ganarse la vida cantando en restaurantes y quintas de recreo, en compañía de su hermana Hilda. En 1937 cantaba con sus hermanos en diversos locales de la calle Matucana, interpretando canciones populares de la época. Como ella misma cuenta, el trabajo era sacrificado, pues así como cantaba y disfrutaba, también se producían escaramuzas entre los clientes pasados de copas.
La pobre imagen que tiene de sí misma no la ayuda a sentirse bien: “Gracias a Dios que soy fea / y de costumbres bien claras / de no, qué cosas más raras / entraran en la pelea / donde llueve y no gotea / se van pasando los años”.
Violeta tuvo un mal matrimonio del que no pudo desprenderse hasta diez años después. Ella conservó un muy mal recuerdo de esta unión: “Anoto en mi triste diario / Restaurán el Tordo Azul / allí conocí a un gandul / de profesión ferroviario / me jura por el rosario / casorio y amor eterno / me lleva muy dulce y tierno / atá’ con una libreta / y condenó a la Violeta / por diez años de infierno”.
Se separaron en 1948. Nacieron dos hijos que adoptaron el apellido materno al dedicarse también a la música.
SUS INICIOS EN EL ARTE
La vocación musical la hizo convertirse en una artista inquieta y errante, dedicada completamente a su arte. Desde 1950 se dedica recorrer diversos barrios de Santiago y el resto del país, especialmente las zonas rurales, recopilando tradiciones musicales y folclóricas. Su hermano Nicanor la impulsa a seguir su propio camino, buscando su estilo y su vocación, no siguiendo los modelos musicales populares conocidos (boleros, tonadas, cuecas, corridos mexicanos, valses peruanos), sino dedicándose más bien a descubrir las canciones tradicionales del campo chileno, tras las cuales se encuentran los valores de la identidad nacional. Esta tarea no la había emprendido nadie antes.
Esta tarea de recopilación dio un resultado de más de tres mil canciones, que se registraron en libros impresos y en grabaciones que ella hizo.
Fue reconocida en Chile y más allá de nuestras fronteras por su originalidad, genio creativo y calidad de su producción artística. Ejecutaba diversos instrumentos, entre ellos la guitarra, el charango, el arpa, y la quena.
Prolífica en extremo, humilde y renombrada, fue una eximia creadora de obras que han perdurado y se han difundido ampliamente. Ha traspasado nuestras fronteras, logrando el reconocimiento, respeto y admiración internacional.
CONSAGRACIÓN Y RECONOCIMIENTO
Además de hacer giras por todo nuestro país, expone sus creaciones en otras latitudes. Es invitada a un festival artístico en Polonia. En este viaje recorrió la Unión Soviética y otros lugares de Europa. El drama se desencadena para ella al verse enfrentada a la posibilidad de dejar a su familia y a su bebé de pecho en Chile, de lo cual se arrepiente mucho posteriormente: “Dejo botá’ mi Nación / mis crías y mi consorte / ya tengo mi pasaporte / m’esta esperando el avión; / penetrando en l’estación / un seremil de personas / me ruedan como corona / al verme sumida en llanto / porque era mucho el quebranto / al partir para Polonia”.
Viaja a Buenos Aires, Finlandia, Alemania, Italia y Francia. En el país galo se vinculó con un sello discográfico, donde grabó canciones recopiladas del folclore chileno. Como si no fuera suficiente, en 1964 expuso en el Museo del Louvre una muestra llamada “Tapices de Violeta Parra”, en la que exhibió arpilleras, óleos y esculturas. Expuso además en Argentina y Suiza.
En el curso de este viaje, su bebé fallece: “Rosita se fue a los cielos / igual que paloma blanca / en una linda potranca / le apareció el angel bueno / le dijo: Dios en su seno / niña, te v’a recibir / las llaves te traigo aquí / entremos al paraíso / que afuera llueve granizo / pequeña flor de jazmín”.
Violeta no deja de culparse por ello…
Artista multifacética. Sus trabajos abarcan una gran producción poética y musical, además de otras artes como los óleos sobre tela y madera, bordados sobre tela y arpillera, bordado sobre yute, artesanía con alambre, etc. Ello sin considerar el estudio y promoción del folclore campesino de nuestro país.
En su gira por Europa, Violeta conoció a Gilbert Favre, de nacionalidad suiza. Tenían en común el gusto por la música. Se asegura que fue su gran amor. Vivió con él en Ginebra, y continuaron su relación al regresar Violeta a Chile.
En 1966 Gilbert Favre, se trasladó a Bolivia, terminando la relación entre ambos. Se dice que las canciones “Run run se fue pal norte”, “Corazón maldito”, “El gavilán gavilán”, “Qué he sacado con quererte”, provienen de esta ruptura, que bien podría haber sido uno de los hechos más tristes de su vida, después de la muerte de sus padres. Probablemente ella, después de recorrer un largo y difícil camino había imaginado encontrar en esta relación un bálsamo para dar un matiz de felicidad a su vida.
De todas formas, Violeta parece haber sentido siempre un vacío. Es la sensación que queda al leerla y escucharla. La tristeza le rondaba siempre, exceptuando los momentos felices que siempre supo disfrutar y valorar.
Refiriéndose a esta tristeza vital, el periodista Tito Mundt comparte una conversación con Violeta, en la que ésta le comentó: “Me falta algo… no sé lo que es. Lo busco y no lo encuentro… Seguramente no lo hallaré jamás”. (Publicado en el Diario La Tercera)
En cuanto a la temática de sus canciones, las había de amor y también más contingentes. Tuvo canciones combativas, como “Qué dirá el Santo Padre”, “Arauco tiene una pena”, “Según el favor del viento”, y otras.
Las canciones de Violeta ya son célebres. «Volver a los diecisiete», «Gracias a la vida» y otras, ya han sido incorporadas como un patrimonio a nuestra cultura. Pero Violeta es más que eso. Es una artista integral que incursionó en una amplia gama de las expresiones del arte, además de haber dado un impresionante testimonio de vida que deja ver su fidelidad a la vocación que escogió, sin medir consecuencias.
Después de su estadía en el extranjero, en 1965 Violeta regresa a Chile. Ese año instala su carpa en una plaza de la Comuna de La Reina, con la disposición de convertirla en un punto de reunión y promoción de la música folclórica. La acompañan sus hijos y algunos amigos cercanos al mundo de la cultura.
En 1966 graba el disco “Últimas composiciones”, en el que incluye algunas de sus canciones más reconocidas («Volver a los diecisiete», «Gracias a la vida», «El Albertío», y otras). Sus temas ya no necesitan presentación.
Al año siguiente, Violeta deja la vida en su carpa de La Reina, donde es velada, para ser llevada luego al Cementerio General.
La autora de “Gracias a la vida”, y “Volver a los diecisiete”, sobrevive a su muerte a través de su obra llena de fuerza, vida y humanidad.
Me parece que nuestro país no ha sabido reconocer a sus grandes artistas. Con Violeta sucedió lo mismo, ya que ella antes tuvo éxito en el extranjero que en nuestro país. Tenemos muchos representantes de nuestra cultura que nos deben enorgullecer, pero no siempre nos percatamos de ello. Ojalá no continuemos repitiendo este error tan reiterativo, y sepamos reconocer a nuestros destacados a tiempo, ojalá en vida.
Dejo lanzada la invitación a abrir las páginas de la obra de Violeta, que nos invita a conocerla. Las palabras lanzadas en estas líneas son un pálido intento por mostrarla en su grandeza.
(1) Violeta Parra: Décimas. Autobiografía en verso. Editorial Sudamericana. Tercera Edición. Febrero de 2008.