La presente es una película en cierto modo necrófila, decadente, tensionada con la idea de fin de mundo, una noción que, a todas vistas, pensando en Chiloé, es totalmente excesiva, ya que la isla no es ni el fin ni el principio del mundo, aunque se le endilgue erróneamente el calificativo de patagónica, un desliz geográfico que amplifica la idea de límite austral, la cual define el carácter y la mirada del director en esta ocasión.
Por Cristián Garay Vera
Publicado el 23.4.2018
Estamos ante una obra de Silvio Caiozzi, director paradigmático del cine chileno, autor de Julio comienza en Julio, Coronación y Cachimba. Catorce años de espera para esta pieza, fantasiosa reconstrucción de un escritor de farándula vuelto a su tierra chica, en este caso Chiloé para inspirarse con personajes y hechos de su infancia, adolescencia y juventud, traumatizadas por el ’73. Por cierto, esto último surge ya muy avanzado el largometraje, y como clímax dramático de una existencia marcada por el abandono, la pobreza, y la sensación de la marginalidad provinciana, que es de otro tipo que la metropolitana. Es que uno de los fuertes del filme es el guión, donde los caracteres se construyen en el tiempo, y de ahí dimanan sus conductas posteriores.
La evocación de Chiloé revela todo el preciosismo del director, enamorado de las vistas del paisaje, y los primeros planos de sus maduros actores. Aquí, la fotografía alcanza niveles muy elocuentes, donde incluso una situación tan inverosímil como un mendigo viviendo en el hueco de la raíz de un árbol se ve como una traducción visual del duende irlandés como espíritu y extravío.
Por otro lado, los caracteres, los diálogos y la locación son chilenos en sus matices y formas. Chiloé en su esplendor alcanza vetas pocas veces vistas. Dicho esto, tenemos las fortalezas adicionales de la actuación de sus grandes figuras, que, en el ocaso, miran su vida como existencias previsibles pero ajenas al misterio de este periodista de farándula regresado a su patria chica. Ajeno por pequeños detalles como los aviones, el celular y sus conversaciones de ultramar. Un local y extraño al mismo tiempo.
Ciertamente, la actuación de Julio Jung (Pancho Veloso / Pingüino) es notable como la de otros actores (Ana Reeves como la regente del prostíbulo, por ejemplo), que hacen en cierto modo un poco de ellos mismos en su fase madura. Donde la huida del Pingüino es un golpe del que no se reponen los amigos que han seguido sus vidas en Chile / Chiloé.
Dicho esto, se puede caracterizar al largometraje como nostálgico, de pasos perdidos, de un Chiloé necrófilo, marcado por casas abandonadas y vidas pasadas, y la omnipresencia de la Isla de los Muertos. Es una película de lo que no fue, de las frustraciones, los ajustes de cuentas, y también de una cierta pobreza, pero que se tamiza con otras realidades que conviven en la isla, por lo cual no se hace monotemático.
Más bien, el filme se observa en clave de la muerte, que es el tema recurrente, muerte como ausencia, como discurso y como practica inclusiva, en el oficio de un constructor de ataúdes. La muerte atraviesa como hecho natural –y alcanza sus clímax en las muertes de don Olegario y la Pincoyita- y también político, como fractura del país y de la isla, el 11 de septiembre de 1973. Seguramente, los equipos militares (exceso de armas automáticas, por ejemplo) ni eran tan modernos como se muestran, ni tan invasivas las medidas represivas, pero se entiende bien el énfasis del director y guionista. Menos razonable parece ser la incursión de uno de los personajes en un cuartel militar, en una suerte de contraste con la realidad como en La vida es bella (Roberto Benigni, 1997) o Bastardos sin gloria (Quentin Tarantino, 2009).
Producto que esta película tiene que ver también con ese fárrago de recuerdos, invenciones y hechos donde la fábula y el guión refuerzan esa visión crepuscular, que como cualquier otra está falseada, mediatizada y sometida al escrutinio del tiempo. En este sentido, a esta cinta le sobra metraje y adquiere esa densidad de los años finales, donde lo importante y lo accesorio conviven sin jerarquías, sin tiempo, sin regulaciones para el oyente. Hay, sin duda, correspondencia entre los recuerdos y ajustes de cuentas de un anciano y el sentido narrativo, del mismo modo que se exagera y se blanquea la propia existencia en mirada retrospectiva.
Una película en cierto modo necrófila, decadente, tensionada con la idea de fin de mundo, que, a todas vistas, pensando en Chiloé, es totalmente excesiva ya que la isla no es ni el fin ni el principio del mundo, aunque se le endilgue erróneamente el calificativo de patagónica, un desliz geográfico que amplifica la idea de periferia que define el carácter de la mirada del director.
… Y de pronto el amanecer. Dirige: Silvio Caiozzi. Guión: Silvio Caoizzi y Jaime Casas. Fotografia: Nelson Fuentes. Música: Luis Advis y Valentina Caiozzi. Elenco: Julio Jung, Sergio Hernández, Arnaldo Berríos, Madgalena Muller, Ana Reeves, Pedro Vicuña y Nelson Brodt. Duración: 3 horas y 15 minutos. Chile, 2017.
Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile.
Tráiler: